PRIMERA CARTA A TIMOTEO (RESTAURADA)
1
timoteo
Introducción
Cartas pastorales. Desde
hace tiempo se viene llamando a estas tres cartas «cartas pastorales», tomando
la metáfora del cuidado pastoril de los rebaños y aplicándola al pastoreo de la
comunidad cristiana. Es un nombre que recoge una de las imágenes más conocidas
de Yahshúa en el Evangelio, la del «buen pastor». Las tres cartas forman un
bloque homogéneo y se presentan como instrucciones escritas de Pablo a dos
íntimos colaboradores suyos, Timoteo y Tito, que se encuentran al frente de las
Iglesias de Éfeso y Creta, respectivamente.
Timoteo
estuvo estrechamente ligado al Apóstol, fue su compañero de viaje y misión (Hch
17,14s; 18,5; 19,22; 20,4) y hombre de confianza para realizar encargos
especiales en Tesalónica (1 Tes 3,2.6), Macedonia (Hch 19,22) y Corinto (1 Cor
4,17; 16,10; 2 Cor 1,19). Pablo lo llama con mucho afecto paternal: «Hijo mío
querido y fiel al Señor» (1 Cor 4,17).
Tito,
al igual que Timoteo, fue amigo y compañero de viaje de Pablo. Estuvo
presente en el Concilio de Jerusalén
(Gál 2,1-3) y fue el embajador del Apóstol para solucionar la crisis que tenía
éste con la comunidad de Corinto (2 Cor 2,13; 7,6; 8,6.16.23; 12,18). Pablo lo
llama fraternalmente: «mi hermano» (2
Cor 2,13), «compañero y colaborador» (2
Cor 8,23).
No
es inverosímil que estos dos ilustres personajes tuvieran el honor de recibir
cartas personales de su maestro; lógicamente las conservarían y trasmitirían a
la posteridad.
Autor, destinatarios
y fecha de composición de las cartas. A
partir del s. XIX se empezó a cuestionar la autenticidad paulina de estas
cartas. Desde entonces se ha ido acrecentado la duda, de tal modo que en la
actualidad son muy escasos los biblistas que atribuyen su autoría a Pablo. Se
piensa, más bien, que son obra de un discípulo suyo de la siguiente generación,
que las escribe alrededor del año 100.
Recurriendo
al procedimiento de pseudonimia, muy en boga en aquella época, este discípulo
anónimo personifica a Pablo, dando forma de carta a sus instrucciones y
escogiendo como destinatarios dos personajes insignes del círculo paulino.
Probablemente se sentía heredero legítimo de Pablo; o quizás los rivales
citaban a Pablo deformando su enseñanza.
Nada
de lo dicho pone en duda el valor canónico de estas cartas. Son parte
integrante del Nuevo Testamento y así son reconocidas por todas las confesiones
cristianas.
Contenido
de las cartas. Las cartas pastorales
nos sitúan en la segunda o tercera generación cristiana. El ímpetu por
evangelizar de las primeras décadas da paso a la necesidad por consolidar y
mantener las Iglesias locales en la tradición y enseñanzas recibidas de los
apóstoles o el depósito de la fe. Para ello hay que nombrar líderes
responsables, competentes y de confianza, que sepan mantener el orden y la
concordia, y regular el culto. Son Iglesias que en su incipiente
institucionalización se sienten amenazadas por desviaciones doctrinales que
ponen en peligro la «memoria de Yahshúa» y, por consiguiente, la praxis
cristiana.
Las
cartas reiteran el adjetivo «sano/a» para referirse a la ortodoxia; hablan de
la «verdad»; repiten que «algunos se han apartado de…». Es difícil identificar
esas herejías o doctrinas peligrosas. Entre ellas se encontraban,
probablemente, las de los «judaizantes», una fuerza menor, todavía activa, con sus
prohibiciones alimenticias (1 Tim 4,3), su insistencia en la circuncisión (Tit
1,10), sus «fábulas judías» (Tit 1,14) o sus «controversias sobre la ley» (Tit
3,9). Más peligroso era el impacto del «gnosticismo» que se había infiltrado en
las comunidades, cuyas doctrinas esotéricas provenientes de la cultura griega
estaban falseando el mensaje cristiano con ideas tales como: la maldad del
mundo material y por tanto la condenación en bloque de toda actividad sexual;
la negación de la humanidad de El Mesías; la afirmación de dos dioses, uno
creador y otro salvador, y cosas por el estilo, que podemos adivinar leyendo
las refutaciones del autor, aunque no las menciona por su nombre.
Mensaje de las
cartas. Desde el punto de vista histórico, las
cartas pastorales nos suministran datos preciosos para conocer la vida y los
problemas de las Iglesias post-apostólicas formadas por la tercera generación
cristiana. Son comunidades que viven la presencia de Yahshúa en los sacramentos
y en la liturgia; muy exigentes con sus líderes y responsables, a los que
comienzan, ya, a llamar «obispos y diáconos», y que reciben la autoridad
apostólica por la imposición de las manos.
La
lista de cualidades y requisitos para acceder al cargo de «pastores» debería
ser hoy, como lo fue entonces, el criterio fundamental de su elección: vida
intachable, modestos, corteses, hospitalarios, amables, desinteresados (1 Tim
3,2-13), es decir, cercanos al pueblo, como conviene a una «familia» –imagen de
la Iglesia, preferida en las cartas–, de la que ellos son, sobre todo, padres y
no príncipes o jerarcas.
Pero
la gran preocupación y empeño de las pastorales es mantener vivo e intacto el
«depósito de la fe» o lo que es lo mismo, la enseñanza que nos trasmite la
tradición recibida de los apóstoles. Y esto no es un elenco muerto de dogmas y
doctrinas, sino la «memoria viva de Yahshúa», en la que sobresale su opción por
los pobres, los marginados, los pecadores, los últimos y más débiles. Y esto
debe ser también el gran empeño de la Iglesia de hoy y de todos los tiempos.
Sinopsis
Primera carta a
Timoteo. La
sinopsis nos hace ver el propósito del autor: proporcionar normas y consejos
para el recto caminar de la comunidad. La precaución frente a los falsos
maestros, difundida por la carta, se concentra al principio y hacia la mitad;
en ambas ocasiones contrasta al destinatario con el Apóstol.
Segunda carta a
Timoteo. En esta segunda carta la exhortación se
hace más personal y animada. Pablo ofrece su ejemplo, recuerda su ministerio,
se prepara a morir. Frente a los falsos maestros, que cobran número y fuerza en
los últimos días, el líder responsable ha de ser como un soldado, un obrero, un
empleado fiel, pieza del ajuar doméstico, y valiente testigo.
Carta a Tito. Lo
más sustancioso de esta carta es la doctrina el Mesíaslógica de 2,11-15 y
3,4-7. Los demás temas y preocupaciones son los mismos de las cartas
precedentes, dirigidas ahora a Tito como responsable de la Iglesia de Creta.
Saludo[0]
1 |
1Pablo,
apóstol de El Mesías Yahshúa por mandato de Dios salvador nuestro y de El
Mesías Yahshúa nuestra esperanza, 2a
Timoteo, hijo suyo engendrado por la fe: Gracia, misericordia y paz de parte de
Dios Padre y de El Mesías Yahshúa Señor nuestro.
Falsos
maestros[0]
3Como te encargué cuando salía para
Macedonia, quédate en Éfeso para avisar a algunos que no enseñen doctrinas
extrañas, 4ni se dediquen a fábulas
y genealogías interminables, que favorecen las controversias y no el plan de
Dios, basado en la fe. 5El propósito
de esta exhortación es suscitar el amor que brota de un corazón limpio, de una
buena conciencia y una fe sincera. 6Por
haberse apartado de esto, algunos se han perdido en discursos vacíos, 7pretendiendo ser doctores de la ley,
sin saber lo que dicen ni entender lo que enseñan con tanta seguridad. 8Sabemos que la ley es buena, siempre
que se la use debidamente: 9reconociendo
que la ley no se dicta para los honrados, sino para castigar a rebeldes y
desobedientes, a impíos y pecadores, a los que no respetan a Dios ni a la
religión, a los que matan a su padre o a su madre, a los asesinos, 10a los que cometen inmoralidades
sexuales y a los homosexuales, a los traficantes de seres humanos, a los
estafadores, y perjuros. En una palabra, la ley está contra todo lo que se
opone a una sana enseñanza, 11y esta
sana enseñanza es la que se encuentra en la Buena Noticia que me han
encomendado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios.
Pablo
y Timoteo[0]
12Doy gracias a El Mesías Yahshúa Señor
nuestro, quien me fortaleció, se fio de mí y me tomó a su servicio a pesar de
mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores; 13Él tuvo compasión de mí porque yo lo hacía por ignorancia y falta
de fe. 14Y así nuestro Señor derramó
abundantemente su gracia sobre mí y me dio la fe y el amor de El Mesías Yahshúa.
15Este mensaje es de fiar y digno de ser
aceptado sin reservas: que El Mesías Yahshúa vino al mundo para salvar a los
pecadores, de los cuales yo soy el primero. 16Pero El Mesías Yahshúa me tuvo compasión, para demostrar conmigo
toda su paciencia, dando un ejemplo a los que habrían de creer y conseguir la
vida eterna. 17Al Rey de los siglos,
al Dios único, inmortal e invisible, honor y gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
18Te doy esta instrucción, Timoteo, hijo
mío, de acuerdo con lo que predijeron de ti algunas profecías, para que,
apoyado en ellas, pelees valientemente, 19con
fe y buena conciencia. Al abandonarlas, algunos naufragaron en la fe. 20Entre ellos se cuenta Himeneo y
Alejandro: los he entregado a Satanás para que aprendan a no blasfemar.
Sobre
la oración[0]
2 |
1Ante
todo recomiendo que se ofrezcan súplicas, peticiones, intercesiones y acciones
de gracias por todas las personas, 2especialmente
por los soberanos y autoridades, para que podamos vivir tranquilos y serenos
con toda piedad y dignidad. 3Eso es
bueno y aceptable para Dios nuestro salvador, 4que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la
verdad. 5No hay más que un solo
Dios, no hay más que un mediador, El Mesías Yahshúa, hombre, él también 6que se entregó en rescate por todos
conforme al testimonio que se dio en el momento oportuno; 7y yo he sido nombrado su heraldo y apóstol –digo la verdad sin
engaño–, maestro de los paganos en la fe y la verdad.
Sobre el comportamiento
de
los hombres y las mujeres[0]
8Quiero que los hombres oren en cualquier
lugar, elevando sus manos a Dios con pureza de corazón, libres de enojos y
discusiones. 9Asimismo que las
mujeres se arreglen decentemente, se adornen con modestia y sobriedad: no con
peinados rebuscados, con oro y perlas, con vestidos lujosos, sino con buenas
obras, 10como corresponde a mujeres
que se profesan religiosas. 11La
mujer debe escuchar la instrucción en silencio con toda sumisión. 12No acepto que la mujer dé lecciones
ni órdenes al varón. Quiero que permanezca callada, 13porque Adán fue creado primero y Eva después. 14Adán no fue engañado, la mujer fue
seducida y cometió la trasgresión. 15Pero
se salvará por la maternidad, si mantiene con modestia la fe, el amor y la
santidad.
Categorías
diversas[0]
3 |
1Es
muy cierta esta afirmación: Si uno aspira al episcopado, desea una tarea
importante. 2Por eso el obispo ha de
ser intachable, fiel a su mujer, sobrio, modesto, cortés, hospitalario, buen
maestro, 3no bebedor ni pendenciero,
sino amable, pacífico, desinteresado; 4ha
de regir su familia con acierto, manteniendo sumisos a los hijos, con toda
dignidad; 5porque si uno no sabe
regir la propia familia, ¿cómo se ocupará de la Iglesia de Dios? 6No debe ser un hombre recién
convertido, no sea que se llene de orgullo y caiga bajo la misma condenación en
la que cayó el Diablo. 7Es
conveniente tener buena fama entre los no creyentes, para que no se desacredite
y no lo enrede el Diablo.
8Asimismo los diáconos sean hombres
respetables, de una sola palabra, no dados a la bebida ni a ganancias
deshonestas; 9han de conservar con
conciencia limpia el misterio de la fe. 10También
ellos han de ser probados primero, y si resultan irreprochables, ejercerán su
ministerio. 11Asimismo las mujeres
sean dignas, no murmuradoras, sobrias, de fiar en todo. 12Los diáconos sean fieles a sus mujeres, buenos jefes de sus hijos
y de su casa. 13Porque los que
ejercen bien el diaconado alcanzan un rango elevado y autoridad en cuestiones
de fe cristiana.
Misterio cristiano y falsos maestros[0]
14Aunque espero visitarte pronto, te
escribo estas cosas 15por si me
retraso, para que sepas cómo comportarte en la casa de Dios, que es la Iglesia
del Dios vivo, columna y base de la verdad. 16Grande es, sin duda, el misterio de nuestra religión:
El
Mesías se manifestó corporalmente,
su
causa triunfó gracias al Espíritu,
se
apareció a los ángeles,
fue
proclamado a los paganos,
fue
creído en el mundo
y
exaltado en la gloria.
Los deberes de Timoteo
como
pastor de la comunidad[0]
4 |
1El
Espíritu dice expresamente que en el futuro algunos renegarán de la fe y se
entregarán a espíritus engañosos y doctrinas demoníacas, 2seducidos por la hipocresía de impostores que tienen la conciencia
marcada a fuego. 3Éstos prohibirán
el matrimonio y el consumo de ciertos alimentos; cosas que Dios creó para que
los creyentes y conocedores de la verdad las tomen agradecidos. 4Porque todas las criaturas de Dios son
buenas y nada es despreciable si se lo recibe con acción de gracias, 5pues la Palabra de Dios y la oración
lo santifican.
6Si enseñas esto a los hermanos, serás
buen ministro de El Mesías Yahshúa, alimentado con el mensaje de la fe y la
buena doctrina que has seguido.
Conducta personal
de
un ministro de Dios[0]
7Rechaza las supersticiones y los
cuentos de viejas; ejercítate en la piedad. 8Si el ejercicio corporal trae provecho limitado, la piedad
aprovecha para todo, porque encierra una promesa de vida para el presente y
para el futuro.
9Ésta
es doctrina cierta y absolutamente digna de fe. 10Con ese fin nos fatigamos y luchamos, puesta la esperanza en el
Dios vivo, salvador de todos los hombres y en especial de los creyentes.
11Recomienda
y enseña esto: 12Que nadie te
desprecie por ser joven; procura ser modelo de los creyentes en la palabra, la
conducta, el amor, la fe, la pureza. 13Hasta
que yo llegue, dedícate a leer, exhortar y enseñar. 14No descuides el don espiritual que posees, que te fue concedido
por indicación profética al imponerte las manos los ancianos. 15Cuida de eso, ocúpate de eso, de modo
que todos puedan ver tus progresos, 16vigila
tu persona y tu enseñanza y sé constante. Haciéndolo se salvarán tanto tú como
tus oyentes.
Sobre
las viudas[0]
5 |
1A
un anciano no lo trates con dureza, más bien aconséjalo como a un padre; a los
jóvenes como a hermanos, 2a las
ancianas como a madres, a las jóvenes como a hermanas, con toda delicadeza. 3Socorre a las viudas que están
necesitadas. 4Pero si una viuda
tiene hijos o nietos, éstos han de aprender primero a practicar la piedad
familiar y a pagar a sus padres lo que les deben. Eso es lo que agrada a Dios. 5En cambio, la viuda de verdad, que
vive sola, tiene su esperanza en Dios y persevera rezando y suplicando día y
noche. 6Pero la viuda que lleva una
vida disipada está muerta en vida.
7Recomienda
esto para que sean irreprochables. 8Si
uno no cuida de los suyos, especialmente de los que viven en su casa, ha
renegado de la fe y es peor que un incrédulo.
9En la lista de las viudas debe estar
únicamente la que haya cumplido sesenta años, que haya sido fiel a su marido, 10que sea conocida por sus buenas
obras: por haber criado a sus hijos, por haber sido hospitalaria, lavado los
pies a los consagrados, socorrido a los necesitados, por haber practicado toda
clase de obras buenas.
11Excluye a las viudas jóvenes, porque,
cuando la sensualidad las aparta de El Mesías, quieren casarse otra vez 12y se hacen culpables de haber faltado
a su compromiso. 13Más aún, como
están ociosas, se acostumbran a ir de casa en casa; y no sólo están ociosas,
sino que murmuran, se entrometen, hablan sin ton ni son. 14Las viudas jóvenes quiero que se casen, tengan hijos y
administren la casa, así no darán al enemigo ocasión de escándalo. 15Porque ya hay algunas que se han
extraviado siguiendo a Satanás.
16Si
una cristiana tiene en su casa viudas, que se ocupe de ellas, así no son una
carga para la Iglesia, que debe sustentar a las viudas de verdad.
Ancianos
o presbíteros[0]
17Los ancianos que presiden con acierto
merecen doble honorario, sobre todo si trabajan en predicar y enseñar. 18Dice la Escritura: No pondrás bozal a buey que trilla; el
obrero tiene derecho a su salario. 19Contra
un anciano no aceptes acusación, si no se presentan por lo menos dos o tres
testigos. 20A los pecadores
repréndelos en público, para que los demás escarmienten.
21Te encargo delante de Dios y El Mesías Yahshúa
y los ángeles elegidos, que observes estas normas sin hacer distinciones ni
partidismos. 22A nadie impongas las
manos apresuradamente, no te hagas cómplice de culpas ajenas. Consérvate puro. 23Deja de beber agua sola; toma algo de
vino para la digestión y por tus frecuentes dolencias.
24Los
pecados de algunos son patentes aun antes de ser juzgados, los de otros tardan
en manifestarse. 25De modo
semejante, las buenas obras están a la vista, y las que no lo son ya se pondrán
de manifiesto.
Sobre
los esclavos[0]
6 |
1Los
que están bajo el yugo de la esclavitud han de considerar a sus amos dignos de
todo respeto, para que no se hable mal del nombre de Dios ni de nuestra
enseñanza. 2Los que tienen amos
creyentes, no por ser hermanos en la fe deben despreciarlos; antes bien deben
servirles mejor, porque los que gozan de sus servicios son creyentes y hermanos
amados. Eso es lo que debes de enseñar y recomendar.
Sigue
la polémica
contra
los falsos doctores[0]
3Quien enseña otra cosa y no se atiene a
las palabras saludables de nuestro Señor Yahshúa el Mesías y a una enseñanza
religiosa, 4es un vanidoso que no
entiende nada, un enfermo de disputas y controversias de palabras. De ahí
brotan envidias, discordias, insultos, sospechas malignas, 5discusiones interminables propias de personas corrompidas
mentalmente, ajenas a la verdad, que piensan que la religión es una fuente de
riqueza. 6Y claro está que la
religión es una fuente de riqueza para quien sabe contentarse, 7ya que nada trajimos al mundo y nada
podremos llevarnos. 8Contentémonos
con tener vestido y alimento.
9Los que se afanan por enriquecerse caen
en tentaciones y trampas y múltiples deseos insensatos y profanos, que
precipitan a los hombres en la ruina y la perdición. 10La raíz de todos los males es la codicia: por entregarse a ella,
algunos se alejaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos.
Encargos
a Timoteo[0]
11Tú en cambio, hombre de Dios, huye de
todo eso; busca la justicia, la devoción a Dios, la fe, el amor, la paciencia,
la bondad. 12Pelea el noble combate
de la fe. Aférrate a la vida eterna, a la cual te llamaron cuando hiciste tu
noble confesión ante muchos testigos. 13En
presencia de Dios, que da vida a todo, y de El Mesías Yahshúa, que dio
testimonio ante Poncio Pilato con su noble confesión, 14te encargo que conserves el mandato sin mancha ni tacha, hasta
que aparezca nuestro Señor Yahshúa el Mesías, 15quien será mostrado a su tiempo por el bienaventurado y único
Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores, 16el único que posee la inmortalidad, el que habita en la luz
inaccesible, que ningún hombre ha visto ni puede ver. A él el honor y el poder
por siempre. Amén.
Posdata[0]
17A
los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, que pongan su
esperanza no en riquezas inciertas, sino en Dios, que nos permite disfrutar
abundantemente de todo. 18Que sean
ricos de buenas obras, generosos y solidarios. 19Así acumularán un buen capital para el futuro y alcanzarán la
vida auténtica. 20Querido Timoteo,
conserva el depósito de la fe, evita la charlatanería profana y las objeciones
de una mal llamada ciencia. 21Algunos
por profesarla se apartaron de la fe. La gracia de Dios esté con ustedes.
[0] 1,1s Saludo. El
saludo es el habitual de la correspondencia paulina, en el que a Pablo se
presenta como apóstol por disposición de Dios y no por mera delegación de la
comunidad. Esta afirmación tendrá un relieve especial en las llamadas «cartas
pastorales» donde el tema principal será el de la verdadera tradición
apostólica frente a otras doctrinas que la estaban poniendo en peligro. Aunque,
como es probable, el autor del presente escrito no sea el mismo Pablo, sino un
discípulo suyo de la siguiente generación, la autoridad apostólica que
representa es indiscutible. Por eso, y para darle aún más relieve, asume el
nombre de Pablo, en un claro ejemplo de pseudonimia, tan frecuente en el
ambiente literario de entonces.
El destinatario es Timoteo, el íntimo colaborador del Apóstol, a
quien el autor se refiere como a «hijo suyo engendrado por la fe» (2). Más que
apelativo cariñoso, es título de la autoridad legítima y auténtica que tiene
como líder de la comunidad cristiana. A la combinación acostumbrada de «gracia»
del saludo griego y «paz» del saludo hebreo, añade la «misericordia», de gran
raigambre bíblica.
[0] 1,3-11 Falsos maestros. Saltándose la acostumbrada «acción de gracias», Pablo entra de
lleno en la polémica. La primera tarea de Timoteo será la de enfrentarse con
los falsos maestros que difunden doctrinas heréticas opuestas a la sana
tradición, y que no son sino fábulas, mitos, «genealogías interminables» (4),
productos todos de la fantasía de los charlatanes de turno. No sabemos en
concreto a qué desviaciones doctrinales se refiere. Reuniendo datos de las tres
cartas pastorales que forman un conjunto epistolar, es probable que se trate
del gnosticismo –la «gnosis» se podría traducir como «sabiduría arcana», la
«Nueva Era» de aquel entonces– con su mezcla vaga y heterogénea de prácticas
ascéticas no convencionales y de conocimientos esotéricos que fascinaban a los
iniciados con el señuelo de una salvación al alcance de la mano, como si el
mensaje salvador de Yahshúa el Mesías no fuera claro o suficiente. Todo esto,
viene a decir el autor, lo único que hace es perturbar la armonía de la
comunidad con controversias interminables.
Así pues, el primer gran
encargo que encomienda a Timoteo es el de exhortar a los creyentes a ser fieles
al «plan de Dios, basado en la fe» (4), es decir, a vivir una praxis de
concordia y amor mutuo que solo puede brotar de esa fe sincera que limpia el
corazón y produce una buena conciencia.
Entre las falsas
doctrinas, están las propuestas por los que pretenden pasarse como doctores de
la ley. No sabemos en concreto si lo
que enseñaban estos individuos era una versión «gnóstica» de la Ley mosaica o
alguna interpretación heterodoxa de la misma, lo cierto es que ni ellos sabían
«lo que enseñan con tanta seguridad» (7). En la polémica que entabla con esos
falsos doctores (9s), el autor hace eco de la enseñanza de Pablo sobre la
bondad de la Ley, su verdadera función, para quiénes fue promulgada y la
cesación de la misma ante la «ley de la fe» (cfr. Rom 7,12-16; 3,27).
Ésta fue y es la sana
doctrina, la que se ajusta a la tradición evangélica que Pablo enseñó con su
autoridad apostólica y que, con la misma autoridad, debe exponerla ahora
Timoteo como líder de la comunidad.
La «sana doctrina» es uno
de los temas fundamentales de las cartas pastorales (cfr. 2 Tim 4,3; Tit 1,9;
2,1). Si los líderes de la primera generación de la Iglesia –los apóstoles, los
profetas, los predicadores itinerantes–, dedicaron todas sus preocupaciones a
la difusión del mensaje evangélico más allá de toda frontera, los responsables
de las siguientes generaciones comienzan progresivamente a dar más prioridad a
la vida interna de la comunidad de creyentes. De la figura del «evangelizador»
se va pasando poco a poco a la del «pastor», bajo cuya responsabilidad está,
sobre todo, la fidelidad a la «tradición apostólica» –la «memoria de Yahshúa»–
que hay que mantener como un sagrado depósito (cfr. 1 Tim 1,11; 2 Tim 1,10-14;
Tit 1,3) contra toda desviación del tipo que sea. Y así, los ministerios
«itinerantes» de la Iglesia primitiva van desapareciendo para dejar paso a
ministerios «sedentarios» que comienzan a institucionalizarse alrededor de la
figura del obispo (cfr. 1 Tim 3,1-13; 5,17; Tit 1,5-9) y que miran más al
gobierno y a la buena marcha interna de las Iglesias locales.
Así mismo, la comunidad cristiana no es ya sólamente la que nace
del anuncio del mensaje evangélico sino, sobre todo, la que posee y vive la
verdad del mismo, o sea la «sana doctrina».
[0] 1,12-20 Pablo y Timoteo. La acostumbrada acción de gracias que solía encabezar e
introducir el asunto de las cartas, la coloca el autor cuando ya ha comenzado a
desarrollar el tema, con el fin de dar más fuerza a sus instrucciones de
«pastor» de la comunidad. ¿Cuáles son sus intenciones al presentarnos este
autorretrato del antes blasfemo, perseguidor e insolente (12) y que, ahora, da
gracias a Dios por su conversión?
Primera, afirmar la sana
doctrina, digna de ser aceptada sin reservas, a saber: «El Mesías Yahshúa vino
al mundo para salvar a los pecadores» (15). Esta salvación la dramatiza en el
gran cambio que se produjo en Pablo, gracias a la paciencia, compasión,
misericordia y favor de Dios: de perseguidor se convirtió en servidor, de
pecador en hombre de confianza, «se fio de mí y me tomó a su servicio» (12).
Y segunda, el gran
convertido trasmite la tarea del servicio apostólico a su hijo Timoteo en una
especie de sucesión legítima.
La enseñanza es clara:
ningún líder puede aducir derechos y méritos propios para asumir la autoridad
dentro de la comunidad ni ésta posee la autoridad apostólica para delegarla a
quien desee. La autoridad viene de Dios
y Dios elige a quien quiere, por más pecador que haya sido –el caso del mismo
Pablo–.
Esta convicción es la que inmunizó a la Iglesia primitiva contra
el culto a la personalidad de sus apóstoles y pastores. Buena lección para
nuestra Iglesia de hoy. Con estas credenciales el autor invita a Timoteo a ejercer su tarea de pastor.
[0] 2,1-7 Sobre la oración. La segunda preocupación de las cartas pastorales es dictar normas
concretas para la ordenación y buen funcionamiento de las comunidades locales.
Y entre los deberes de la comunidad, la oración ocupa el primer puesto. Es
interesante conocer, a través de los consejos del autor de la carta, cuánto,
cómo y por quién rezaban aquellos cristianos. Lo primero que aparece es la
espontaneidad e intensidad carismática de su oración: «súplicas, peticiones,
intercesiones, acciones de gracias» (1). Lo segundo, su carácter misionero y
universal: «por todas las personas» (1), para «que todos los hombres se salven
y lleguen a conocer la verdad» (4), pues esta voluntad salvadora de Dios,
abraza a todos, paganos y cristianos, en el único mediador de la salvación, «El
Mesías Yahshúa, hombre él también» (5).
Se mencionan especialmente «soberanos y autoridades» (2; cfr. Rom
13,1-8). No se pide para ellos el castigo, sino la conversión, y un primer paso
es que sean agentes de paz. Los cristianos de entonces, aunque constituidos ya
en comunidades sólidas a través del imperio, seguían siendo una minoría de
clase humilde entre la mayoría pagana. Habían superado ya algunas
persecuciones, pero vivían pendientes de la honradez y buena voluntad de sus
señores civiles, pues no parece que tuvieran acceso a cargos de gobierno. Por
otra parte, la oración pública por las autoridades era un testimonio de buen
comportamiento ciudadano contra la acusación y sospecha que provocaba la vida
alternativa de los cristianos: la de ser elementos antisociales.
[0] 2,8-15 Sobre el comportamiento de los hombres y las mujeres. Lo que el autor de la carta dice ahora a propósito de las
mujeres, se limita en primer lugar a las asambleas de oración; después se
extiende a consideraciones más generales. El grado notable de igualdad entre
hombres y mujeres que se dio en las asambleas litúrgicas de las Iglesias
fundadas por Pablo, no duró mucho, por desgracia. Años más tarde, nos
encontramos con la penosa realidad que nos describen las cartas pastorales: la
mujer fue reducida al silencio. Un silencio que iba a durar por siglos, casi
hasta nuestros días. En las Iglesias paulinas había mujeres que dirigían las
asambleas de oración, mujeres profetas (cfr. 1 Cor 11,3-5), diaconisas (cfr.
Rom 16,1), líderes femeninos capaces de explicar «con mayor exactitud el camino
de Dios» (Hch 18,26), como hizo Prisca con un predicador de la talla de Apolo
(cfr. Hch 18,24-28). La doctrina y la praxis del mensaje evangélico de igualdad
entre «griego y judío... hombre y mujer» (Gál 3,28), comenzaron a ir juntas.
En las generaciones
posteriores a Pablo se produjo el cambio. Aunque el principio evangélico de
igualdad seguía siendo afirmado, sin embargo la cultura patriarcal del tiempo y
los prejuicios ancestrales contra las mujeres volvieron a hacerse patentes en
la praxis diaria de las comunidades cristianas, como lo muestra la advertencia
tan tajante e inadmisible de: «no acepto que la mujer dé lecciones y órdenes al
varón. Quiero que permanezca callada» (12). Más inaceptable aún es que quiera
reforzar su afirmación con un argumento de las Escrituras: «Adán no fue
engañado, la mujer fue seducida y cometió la trasgresión» (14).
¿Qué decir de todo esto?
Simplemente que el autor, en este caso, nos está transmitiendo sus prejuicios
culturales y no la Palabra de Dios, gracias a la cual gran parte de ese bagaje
cultural ha sido ya superado, aunque todavía quede mucho camino por recorrer
para que la praxis de igualdad entre el hombre y la mujer en la Iglesia, se
corresponda con la enseñanza y la praxis de Yahshúa de Nazaret.
De todas formas, la intención primera del autor no es definir el
lugar que debían ocupar las mujeres en la comunidad, asunto, al parecer, ya
zanjado y aceptado por todos, sino corregir posibles brotes de inestabilidad o
llamar la atención sobre peligros que amenazaban la unidad y armonía del
pequeño grupo cristiano. Es probable que las falsas doctrinas ya mencionadas,
influyeran más fácilmente a las mujeres que a los hombres, quizás por la misma
situación de vulnerabilidad a que estaban reducidas en aquellas sociedades de
corte patriarcal.
[0] 3,1-13 Categorías diversas. En su preocupación por la armonía y buen orden de la comunidad,
el autor concentra ahora su atención en dos clases de cargos de
responsabilidad, el obispo y los diáconos. Ambos títulos procedentes del mundo
civil y religioso griego, fueron también aceptados por los cristianos para
designar a algunos de sus líderes específicos. Originariamente el primero
significaba «supervisor» y el segundo «servidor», o sea un responsable y unos
asistentes. Comparando con lo que sabemos de Pablo en otros documentos, la
presente carta indica un grado más desarrollado de organización interna de la
Iglesia. Allí donde se formaban Iglesias locales, la misión principal de sus
responsables era cuidar la comunidad como un pastor cuida su rebaño (cfr. Hch
20,28). Y los títulos que expresaban mejor esta función de «pastores estables»,
eran justamente los títulos de «obispo» y «diácono». Otros líderes con
diferentes funciones menos localizadas y más itinerantes eran designados con
distintos nombres, como apóstoles, profetas, evangelistas, maestros, etc.
Aunque los términos de «obispo» y «diácono» son los mismos que utilizamos hoy,
no es legítimo deducir que las funciones sean idénticas.
La proliferación de
nombres y funciones del liderazgo cristiano era una característica de las
primeras generaciones de la Iglesia. Con el tiempo, toda la responsabilidad del
servicio de la autoridad eclesial se fue concentrando en el ministerio de los
obispos, presbíteros y diáconos, nombres con los que hoy día designamos a los
ministros ordenados.
La carta suministra
orientaciones concretas sobre la actitud de los candidatos para cargos estables
de responsabilidad. Llama la atención el hecho de que el cargo de obispo no
fuera muy apetecible, o por el testimonio de vida intachable que exigía o bien
por el peligro personal que suponía liderar la comunidad en aquellos tiempos de
frecuentes persecuciones. Por eso el autor anima a los que se sienten llamados
a prestar ese servicio, a no esquivar la responsabilidad. Quizás a algunos
llame también la atención el que la mayoría fueran casados. El celibato no es
un mandato del Señor para sus ministros, sino una ley eclesiástica que tardó
siglos en imponerse y generalizarse y, que como tal, puede ser aplicada o no
por la autoridad de la Iglesia de acuerdo con las necesidades de las
comunidades cristianas.
En resumidas cuentas, las cualidades del obispo y de los diáconos
que exige el autor de la carta no son para nada extraordinarias, o quizás sí,
porque el ser «sobrio, modesto, cortés, hospitalario, amable... pacífico,
desinteresado» (2s), no son, por desgracia, las cualidades que fácilmente
asociamos a las personas que ejercen la autoridad, ya sea dentro o fuera de la
Iglesia. Así debía ser entonces y así sigue siendo ahora; de ahí que la
amonestación del autor siga tan actual hoy como hace dos mil años. Por otra
parte, estas exhortaciones están indicando el ideal de la comunidad cristiana
que el autor tenía en su mente: la «casa de Dios», donde debe reinar el
espíritu y las virtudes propias de una verdadera familia.
[0] 3,14-16 Misterio cristiano y falsos maestros. Al final del primer encargo importante dado a Timoteo, y a modo
de conclusión, aparece claramente el objetivo de la carta: el traspaso de la
autoridad apostólica. En la hipótesis de que la carta sea auténtica, es decir
del mismo Pablo, hay que tomar estas palabras (14s) a la letra: Timoteo queda como
delegado interino del Apóstol, el cual espera volver pronto o con un pequeño
retraso. Si, como es más probable, la carta es posterior, con nombres
simplemente representativos, las palabras sugieren el traspaso de la autoridad
única de un apóstol a la generación siguiente de líderes responsables. En este
caso, la mención de la ausencia ya definitiva de Pablo, que se consumó con su
martirio en Roma, sería como un llamamiento conmovedor a la aceptación y a la
fidelidad de la comunidad a los sucesores del ausente, encargados ahora de
cuidar «la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y base de la
verdad» (15).
Esta bella descripción de la comunidad cristiana apunta al
misterio mismo de la salvación, que el autor expresa por medio de un himno litúrgico
conocido probablemente por los destinatarios de la carta. El himno, síntesis de
nuestra fe, proclama que este misterio no es una verdad abstracta, sino una
persona, Yahshúa el Mesías. El hombre que fue conocido como Yahshúa de Nazaret
y que sufrió la muerte en la cruz y resucitó glorioso, es el mismo que ahora es
proclamado a los paganos y creído en el mundo (16). Dado el contexto de la
carta, el himno tiene la clara intención pastoral de reafirmar el contenido
fundamental de la fe cristiana que ya se va extendiendo por todo el mundo.
[0] 4,1-6 Los deberes de Timoteo como pastor de la comunidad. Estos deberes pastorales de Timoteo son presentados en contraste
radical con las actividades de los falsos doctores, designados con
calificativos tales como: «engañosos... de doctrinas demoníacas... impostores
que tienen la conciencia marcada a fuego»
(1s), como delincuentes o esclavos fugitivos. La viva conciencia que tenían
las primeras comunidades de estar viviendo el final de los tiempos, hace que el
autor vea en estos individuos a los promotores de la apostasía que tenía que
surgir antes de la venida definitiva del Señor (cfr. 2Tes 2,3) y que el mismo Yahshúa
había ya profetizado: «surgirán muchos falsos doctores que engañarán a muchos»
(Mt 24,11; cfr. Mc 13,22).
Entre las doctrinas perniciosas, el autor cita la prohibición del
matrimonio (3) y las prohibiciones alimenticias, aludiendo, quizás, al dualismo
entre cuerpo y espíritu y al desprecio por la materia, típicos del gnosticismo,
sistema filosófico-religioso sincretista de entonces, que llegaba a
aberraciones tales como considerar –y prohibir a sus iniciados– la unión sexual
por ser intrínsecamente mala. Esta filosofía en toda la variedad de
manifestaciones, y que se infiltró insidiosamente en el pensamiento y en la
praxis cristiana, fue la «bestia negra» de los primeros siglos de la Iglesia.
Contra semejantes barbaridades, el autor apela al «sentido común» de la persona
que se ha nutrido de la Palabra de Dios que nos transmite la Biblia: «todas las
criaturas de Dios son buenas» (4; cfr. Gn 1,31; Eclo 39,16), con tal de que sea
la Palabra de Dios y la oración las que nos indique el camino para
relacionarnos con ellas. Y dirigiéndose a Timoteo, concluye afirmando que un
«buen ministro de El Mesías Yahshúa es el que se nutre con el mensaje de la fe
y la buena doctrina» (6), y así la enseña y testimonia con su vida. La mejor
expresión que hoy define el ministerio de los obispos, presbíteros y diáconos
es precisamente ésta: la de ser «servidores de la Palabra de Dios».
[0] 4,7-16 Conducta personal de un ministro de Dios. Como en las exhortaciones anteriores, el autor continua
dirigiéndose personalmente a Timoteo, pero con la intención de esbozar la
figura ideal del responsable de las Iglesias locales, aplicable a todo aquel que
ejerce el ministerio de la autoridad, y que como tal debe ser: «modelo de los
creyentes en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza» (12). En esto
consiste y debe consistir «el don espiritual que posees», reconocido por todos,
y hecho público y oficial «al imponerte las manos los ancianos» (14), que era
el símbolo ritual con que se solemnizaba la transmisión del ministerio
apostólico.
Las comunidades cristianas
a las que van dirigidas las «cartas pastorales» conocían muy bien la diversidad
de carismas y dones con que el Espíritu Santo agraciaba a los cristianos sin
distinción de sexo o condición social (cfr. 1 Cor 12). Eran dones temporales
que surgían y desaparecían. Pero también sabían que entre los carismas había
algunos especiales, de carácter permanente, que afectaban a la existencia misma
de la Iglesia: eran los carismas de la autoridad como servicio a la comunidad
(cfr. Ef 4,11s).
Al igual que hace Pablo en su carta a los Efesios (cfr. Ef 4,11),
el autor dirigiéndose a Timoteo, más que referirse al carisma que éste posee,
le exhorta a que toda su persona se convierta en ese don vivo para sus hermanos
y hermanas en la fe. Tan seria es esta exhortación que la salvación del
responsable va vinculada a la de los subordinados: cumpliendo todo esto «se
salvarán tanto tú como tus oyentes» (16).
[0] 5,1-16 Sobre las viudas. Entre las personas más desamparadas de las sociedades
patriarcales, se encontraban las viudas sin hijos, quienes por carecer de la
protección del varón estaban a la merced de la generosidad y compasión ajenas.
Las viudas junto con los huérfanos reciben mucha atención en el Antiguo
Testamento, tanto en la legislación (cfr. Lv 19,32), como en las denuncias de
los profetas cuando eran descuidados (cfr. Is 1,16s). La preocupación por la
situación de las viudas continuó siendo un tema importante en las primeras
comunidades cristianas (cfr. Hch 6,1).
El autor de la carta distingue varios grupos de viudas. Las
jóvenes que, libres del vínculo conyugal (cfr. Rom 7,2), viven licenciosamente.
A éstas les recomienda que vuelvan a casarse. Otras viven con familiares que
cuidan de ellas o viven acogidas a la caridad de alguna familia cristiana. Por
último, las desamparadas que serán socorridas de un fondo común, producto de
limosnas y do naciones. Entre éstas,
algunas más ancianas –sesenta años en aquellos tiempos era una edad muy
avanzada– desempeñarán algunas funciones en la comunidad. Desde luego rezar
–como Ana, cfr. Lc 2,36s– y probablemente otras tareas compatibles con su edad.
Lo que llama la atención de estas exhortaciones es el carácter familiar que
tenían las comunidades cristianas, que hoy sigue manteniéndose especialmente en
las comunidades eclesiales de base.
[0] 5,17-25 Ancianos o presbíteros. Los «ancianos», no necesariamente personas de edad avanzada,
tenían una función de responsabilidad en la comunidad, como sucedía en el
Antiguo Testamento y en otras culturas donde formaban el Consejo en los pueblos
y el Senado en la nación –«senatus» viene de «senex» que quiere decir «anciano»–.
Forman grupo y su responsabilidad es colegial. Aparecen en Éfeso como
encargados de la comunidad cristiana local bajo la autoridad de Pablo (cfr. Hch
20,17). Da la impresión de que también Timoteo estaba por encima del colegio de
ancianos –como el obispo de hoy sobre sus presbíteros–. De ahí las
recomendaciones que le dirige el autor de la carta.
Los ancianos en funciones
reciben salario. Su responsabilidad era la de predicar, enseñar y, sobre todo,
la de ser consejeros del responsable principal de la comunidad, en este caso
Timoteo.
A éste le corresponde,
pues, presidir el grupo de «ancianos», transmitirles el don de su ministerio
después de haber hecho una cuidadosa selección de los candidatos, corregirlos
cuando sea necesario y protegerlos contra acusaciones infundadas. De este grupo
de ancianos de la Iglesia primitiva –«presbíteros» en latín–, han tomado nombre
y función de consejeros los presbíteros o sacerdotes de la Iglesia de hoy.
En otras palabras, el
obispo no puede gobernar su diócesis como monarca absoluto, sino que lo debe
hacer siempre, por obligación, contando con el consejo y la opinión de sus
sacerdotes.
Es curioso que, entre esta serie de graves exhortaciones a
Timoteo, se le escape al autor el consejo «casero»: «toma algo de vino para la
digestión y por tus frecuentes dolencias» (23). Quede ahí como anécdota
familiar, aunque quizás también tenga otra intención, a saber, que el vino
tomado con moderación es una de esas buenas criaturas de Dios, y no un mal
contra el que probablemente tronaban los falsos doctores.
[0] 6,1s Sobre los esclavos. Estas recomendaciones del autor hay que leerlas en el contexto
social en que fueron escritas.
La esclavitud era un hecho
contra el que nada podían hacer, ni social ni políticamente los cristianos de
entonces, lo mismo que la Iglesia de hoy se muestra social y políticamente
impotente antes las esclavitudes de nuestros días, tanto o más perniciosas. La
igualdad, «en El Mesías no hay amo ni esclavo» (Gál 3,28) la vivían ya aquellos
creyentes como la gran revolución evangélica que estaba cambiando sus vidas.
Justamente por eso, es probable que algunos «esclavos cristianos» comenzaran a
cuestionar la obediencia a sus amos.
Por el bien, pues, de la
comunidad, para evitar desórdenes internos y seguras represalias por parte de
las autoridades civiles, el autor recomienda a los esclavos el respeto a sus
amos.
La obligación correlativa
del amo hacia el esclavo es un tema que aparece en muchas de las cartas de
Pablo (cfr. 1 Cor 7,21-24; Ef 6,5-9; Col 3,22-25). Ésta sería la motivación
negativa. Más importante es la positiva, la que constituye el verdadero mensaje
que ellos creían, practicaban y que con el tiempo acabaría con la esclavitud
antigua y lo hará con las modernas: el amor fraterno que debe presidir todas las
relaciones humanas.
Más que condenas y desobediencia civil contra el orden
establecido de entonces, era este testimonio de amor mutuo –incluso el de los
esclavos para sus amos, también dignos de amor (2)– la vida alternativa y contra-cultural que ofrecían las
comunidades cristianas de los primeros siglos.
[0] 6,3-10 Sigue la polémica contra los falsos doctores. Esta polémica, que ha aparecido a lo largo de toda la carta, se
centra ahora en la raíz última de la que brota todo el comportamiento de esas
«personas corrompidas mentalmente, ajenas a la verdad» (5) y que tantos
problemas estaban causando en la comunidad, a saber: esos tales «piensan que la
religión es una fuente de riqueza» (5). Y lo vuelve a repetir más adelante
citando un proverbio de entonces y de siempre: «la raíz de todos los males es
la codicia» (10). Se trata de una generalización convencional, pues otros dirán
que la raíz de todos los males es la soberbia. Con todo, el análisis es
certero: el afán de lucro vicia la credibilidad del mensaje evangélico. Por
algo Pablo quiso siempre demostrar explícitamente su desinterés por los bienes
materiales (cfr. Flp 4,12) y su empeño en ganarse el pan con el sudor de su
frente sin ser gravoso a nadie ni usar privilegios para su trabajo apostólico
(cfr. 1 Cor 9,1-17). Este testimonio de desprendimiento sólo es posible vivirlo
por amor y por la fuerza de Yahshúa el Mesías: «todo lo puedo en aquel que me
da fuerzas» (Flp 4,13).
Dando probablemente por conocidos el ejemplo y las motivaciones
del desprendimiento de Pablo, el autor de la carta quiere reforzar sus
exhortaciones a Timoteo recordándole la tradición de realismo y sentido común
que ofrece la sabiduría bíblica sobre la
pobreza y la riqueza. Y así, hace eco del dicho de Job: «nada trajimos al mundo
y nada podremos llevarnos» (7; cfr. Job 1,21); por tanto, contentémonos «con
tener vestido y alimentos» (8), dice parafraseando el dicho de los Proverbios:
«no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan» (Prov 30,8; cfr. Mt
6,31-33).
[0] 6,11-16 Encargos a Timoteo. En contraposición a los «falsos doctores», todo líder cristiano
debe ser «un hombre de Dios» para su comunidad, como lo fueron los grandes
líderes y profetas del Antiguo Testamento, Moisés, Samuel, Elías, Eliseo, etc.
Y como lo fue también el mismo Pablo en cuyo nombre, y recordando su ejemplo,
el autor invita a Timoteo a pelear «el noble combate de la fe» (12; cfr. 1 Cor
9,25s; 2 Tim 4,7).
Aunque todos los creyentes
deben ser hombres y mujeres de Dios por el testimonio de vida intachable a que
se comprometieron públicamente en el bautismo, el líder de la comunidad lo debe
ser por doble razón, por ser él mismo un cristiano y por haber aceptado servir
como pastor de la comunidad cuando, públicamente, frente a todos sus
encomendados, recibió su misión y confesó su intención de servir. Así de
solemne presenta el autor de la carta el ministerio pastoral encomendado a
Timoteo.
Entre las cualidades personales de un hombre de Dios, además de
las que ya mencionó en 4,12, añade aquellas que principalmente se atribuyen al
mismo Dios en el Antiguo Testamento... «la paciencia, la bondad» (11). Pero
como responsable de la comunidad, su obligación principal es la de custodiar y
mantener intacta la sana doctrina: «te encargo que conserves el mandato sin
mancha ni tacha» (14). Esta sana doctrina que Pablo anunció, por la que dio
toda su vida y de la que hace eco el autor a través de toda la carta, no son
simplemente verdades abstractas, sino la memoria de Yahshúa. Los cristianos no
creen en doctrinas sino en una Persona, Yahshúa de Nazaret, que sigue vivo y
presente en la comunidad, convocándola y cuidándola a través de sus
representantes. Y así será hasta el día final, «hasta que aparezca nuestro
Señor Yahshúa el Mesías» (14). Con un solemne «Amén» (16), –¡Así sea!– termina
la carta.
[0] 6,17-21 Posdata. Como
si al dictar o revisar el escrito se le hubiera olvidado algo, el autor añade
dos exhortaciones más. Una dirigida a los ricos de la comunidad, a quienes
viene a decir que la riqueza es buena sólo y cuando es solidaria y usada al
servicio de los necesitados. Es la única manera de que los bienes produzcan «un
buen capital para el futuro», que es «la vida auténtica» (19).
Por último, y con la urgencia que tienen las últimas
recomendaciones, vuelve de nuevo sobre el tema constante de la carta: «conserva
el depósito de la fe» (20), de la sana doctrina. Aunque el escrito va dirigido
a Timoteo, en él va incluida toda la comunidad: «la gracia de Dios esté con
ustedes» (21).
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