EL LIBRO RESTAURADO DE LOS HECHOS
hechos
Introducción
Autor, destinatarios y fecha de
composición. El libro de los Hechos ha
sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer
evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la
obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua
identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus
destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el
«querido Teófilo» (amigo de Dios) –el mismo del tercer evangelio– a quien el
autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en
realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos
apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo.
Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los
que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del
Nuevo Testamento.
Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del
libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de
misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Yahshúa.
Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu
Santo prometido y enviado por El Mesíasa sus seguidores, que es el alma de la
misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del
protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres
cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria
misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano
se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que sea de un género literario
único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es
propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura,
en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las
comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 o 40 años después de que
ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino
la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura
misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del
mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades
apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito
biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es
interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el
Evangelio y el martirio de ambos –aunque no haga mención explícitamente de ello
por ser de sobra conocido– como un camino de fidelidad, de servicio y de
identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.
Relatos, sumarios y
discursos. Para componer su
historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de
su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las
reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los
«sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia
delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre
todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes:
Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados
por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de
los Hechos la misma función que las palabras de Yahshúa en los evangelios: la
Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer
capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y
dramatismo.
Nacimiento y primeros
pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos
trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia,
continuadora de El Mesíasy su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales
de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del
Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo
arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no
es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el
Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del
libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida,
con un cuerpo rector local de
«ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad
superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo,
imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.
El libro de los Hechos y
el cristiano de hoy. Como Palabra de Dios, el
libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El
mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas,
sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y
confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces,
Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Yahshúa
en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en
esperanza, la salvación que Yahshúa nos trajo con su muerte y resurrección.
Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación,
impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva
en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.
Prólogo
(cfr. Lc 1,1-4)
1 |
1En
mi primer libro, querido Teófilo,
conté todo lo que Yahshúa hizo y enseñó desde el principio 2hasta el día que fue llevado al cielo, después de haber
dado instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había
elegido.
Promesa
del Espíritu Santo
3Después
de su pasión, se les había presentado vivo durante cuarenta días, dándoles
muchas pruebas, mostrándose y hablando del reino de Dios. 4Mientras comía con ellos, les encargó que no se
alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre: la promesa
que yo les he anunciado –les dijo–: 5que
Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados dentro de poco con
Espíritu Santo.
Ascensión
de Yahshúa
(cfr. Lc 24,50-52)
6Estando
ya reunidos le preguntaban:
—Señor,
¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
7Él
les contestó:
—No
les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado
con su propia autoridad. 8Pero
recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán
testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
9Dicho
esto, los apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista. 10Seguían con los ojos fijos
en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personas vestidas de blanco se
les presentaron 11y les
dijeron:
—Hombres
de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Yahshúa, que les ha sido
quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.
Primer
informe sobre la comunidad de Jerusalén
12Entonces
se volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista de Jerusalén
tan sólo lo que la ley permite caminar en día sábado. 13Cuando llegaron, subieron al piso superior donde se
alojaban. Estaban Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y
Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Zelota y Judas de Santiago.
14Todos
ellos, con algunas mujeres, la madre de Yahshúa y sus parientes, permanecían
íntimamente unidos en la oración.
Elección
de Matías y primer discurso de los Hechos
15Un
día de aquellos Pedro se puso de pie en medio de los hermanos, ciento veinte
personas reunidas, y dijo:
16—Queridos
hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo profetizó por medio de
David acerca de Judas, el que guió a los que arrestaron a Yahshúa, 17que era uno de los
nuestros y compartía nuestro ministerio. 18Con
el dinero que le pagaron por su maldad compró un terreno, cayó de cabeza, su
cuerpo se abrió y se le salieron las entrañas. 19Todos los vecinos de Jerusalén se enteraron, de modo
que el terreno se llama en su lengua Haquéldama,
es decir Campo de Sangre. 20Porque
está escrito en el libro de los Salmos:
Quede su morada despoblada
sin que nadie la habite,
y que su puesto lo ocupe otro.
21Ahora
bien, es necesario que uno de los que nos acompañaron mientras el Señor Yahshúa
estaba entre nosotros, 22desde
el bautismo de Juan hasta que nos fue quitado, sea constituido junto con
nosotros testigo de su resurrección.
23Designaron
a dos: José, llamado Barsabás, apodado Justo, y Matías.
24Después
rezaron así:
—Tú,
Señor, que conoces los corazones de todos, indícanos a cuál de los dos eliges 25para ocupar el puesto de
este ministerio apostólico, que Judas abandonó para marchar al lugar que le
correspondía.
26La
suerte tocó a Matías y fue incorporado a los once apóstoles.
Pentecostés
(cfr. Jn 20,22)
2 |
1Cuando
llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos. 2De repente vino del cielo un ruido, como de viento
huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. 3Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por
separado sobre cada uno de ellos. 4Se
llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras,
según el Espíritu les permitía expresarse.
5Residían
entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. 6Al oírse el ruido, se reunió
una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando
en su propio idioma. 7Fuera
de sí por el asombro, comentaban:
—¿Acaso
los que hablan no son todos galileos? 8¿Cómo
es que cada uno los oímos en nuestra lengua nativa? 9Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia,
Judea y Capadocia, Ponto y Asia, 10Frigia
y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes,
11judíos y prosélitos,
cretenses y árabes: todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas
de Dios.
12Fuera
de sí y perplejos, comentaban:
—¿Qué
significa esto?
13Otros
se burlaban diciendo:
—Han
tomado demasiado vino.
Pedro,
testigo de la resurrección
14Pedro
se puso de pie con los Once y levantando la voz les dirigió la palabra:
—Judíos
y todos los que habitan en Jerusalén, sépanlo bien y presten atención a lo que
voy a decir.
15Estos
hombres no están ebrios, como ustedes sospechan, ya que no son más que las
nueve de la mañana. 16Sino
que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel:
17En
los últimos tiempos –dice Dios–
derramaré mi espíritu sobre todos:
sus hijos e hijas profetizarán,
sus jóvenes verán visiones
y sus ancianos tendrán sueños;
18también sobre mis servidores
y mis servidoras
derramaré mi espíritu aquel día
y profetizarán.
19Haré prodigios arriba en el cielo
y abajo en la tierra:
sangre, fuego, humareda;
20el sol aparecerá oscuro,
la luna ensangrentada,
antes de llegar el día del Señor,
grande y glorioso.
21Todos los que invoquen
el nombre del Señor se salvarán.
22Israelitas,
escuchen mis palabras:
—Yahshúa
de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros,
prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien saben. 23A éste hombre, entregado
conforme a los planes y propósitos que Dios tenía hechos de antemano, ustedes
lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. 24Pero Dios, liberándolo de
los rigores de la muerte, lo resucitó, porque la muerte no podía retenerlo.
25David
dice refiriéndose a él:
Pongo siempre delante al Señor:
con él a la derecha no vacilaré.
26Por eso se me alegra el corazón,
mi lengua canta llena de gozo
y mi carne descansa esperanzada:
27porque no me dejarás en la muerte
ni permitirás que tu devoto
conozca la corrupción.
28Me enseñaste el camino de la vida,
me llenarás de gozo en tu presencia.
29Hermanos,
permítanme que les diga con toda franqueza: el patriarca David murió y fue
sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros. 30Pero como era profeta y
sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente carnal suyo se sentaría en su trono, 31previó y predijo la
resurrección del Mesías, diciendo que no
quedaría abandonado en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción. 32A este Yahshúa lo resucitó
Dios y todos nosotros somos testigos de ello. 33Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre
el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y
oyendo.
34Porque
David no subió al cielo, sino que dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
35hasta que ponga tus enemigos
debajo de tus pies.
36Por
tanto, que todo el pueblo de Israel reconozca que a este Yahshúa crucificado
por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.
37Lo
que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
—¿Qué
debemos hacer, hermanos?
38Pedro
les contestó:
—Arrepiéntanse
y háganse bautizar invocando el nombre de Yahshúa el Mesías, para que se les
perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. 39Porque la promesa ha sido
hecha para ustedes y para sus hijos y para todos aquellos que están lejos a
quienes llamará el Señor nuestro Dios.
40Y
con otras muchas razones les hablaba y los exhortaba diciendo:
—Pónganse
a salvo, apártense de esta generación malvada.
41Los
que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres
mil personas.
Segundo informe: la primera comunidad
cristiana
42Se
reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y
participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
43Ante
los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se
apoderó de todos.
44Los
creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común.
45Vendían
bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno.
46A
diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo; en sus casas partían
el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. 47Alababan a Dios y todo el
mundo los estimaba.
El
Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando.
Sanación
de un paralítico
(cfr. Lc 5,17-26)
3 |
1Pedro
y Juan subían al templo para la oración de media tarde. 2Un hombre paralítico de nacimiento solía ser
transportado diariamente y colocado a la puerta del templo llamada la Hermosa, para pedir limosna a los que
entraban en el templo. 3Al
ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. 4Pedro, acompañado de Juan,
lo miró fijamente y le dijo:
—Míranos.
5Él
los observaba esperando recibir algo de ellos. 6Pero Pedro le dijo:
—No
tengo plata ni oro pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Yahshúa el Mesías,
el Nazareno, levántate y camina.
7Y
tomándolo de la mano derecha lo levantó. De inmediato se le robustecieron los
pies y los tobillos, 8se
levantó de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo,
paseando, saltando y alabando a Dios.
9Toda
la gente lo vio caminar y alabar a Dios; 10y,
al reconocer que era el que pedía limosna sentado a la puerta Hermosa del
templo, se llenaron de asombro y estupor ante lo sucedido. 11Como seguía sujetado a Pedro y a Juan, toda la gente
corrió asombrada hacia ellos, al pórtico de Salomón.
Discurso
de Pedro en el pórtico
12Pedro,
al verlos, les dirigió la palabra:
—Israelitas,
¿por qué se asombran y se quedan así, mirándonos como si hubiéramos hecho
caminar a éste con nuestro propio poder o santidad? 13El Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su
siervo Yahshúa, al que entregaron y rechazaron ante Pilato, que había
sentenciado ponerlo en libertad.
14Ustedes
rechazaron al santo e inocente, y pidieron como una gracia la libertad de un
homicida 15mientras
dieron muerte al Señor de la vida. Dios lo ha resucitado de la muerte y
nosotros somos testigos de ello.
16Porque
ha creído en su Nombre, éste que ustedes conocen y están viendo ha recibido de
ese Nombre vigor, y la fe que proviene de él le ha dado salud completa en
presencia de todos ustedes.
17Ahora
bien, hermanos, sé que tanto ustedes como sus jefes lo hicieron por ignorancia.
18Sólo que Dios ha
cumplido así lo anunciado por todos los profetas, que su Mesías iba a padecer.
19Ahora,
arrepiéntanse y conviértanse para que todos sus pecados sean perdonados, 20y así el Señor hará venir
tiempos de consuelo y enviará a Yahshúa, el Mesías destinado desde el principio
para ustedes.
21Él
tiene que permanecer en el cielo hasta el tiempo de la restauración universal
que anunció Dios desde antiguo por medio de sus santos profetas.
22Moisés
dijo:
El Señor Dios les hará surgir
de entre sus hermanos
un profeta como yo,
escuchen lo que diga.
23El que no escuche a aquel profeta
será excluido de su pueblo.
24Todos
los profetas, desde Samuel y por turno, hablaron y anunciaron estos tiempos. 25Ustedes son herederos de
los profetas y de la alianza que Dios otorgó a nuestros padres, cuando dijo a
Abrahán: En tu descendencia serán benditas todas las familias del mundo.
26Dios
resucitó a su siervo y lo envió, primero a ustedes, para bendecirlos haciendo
que cada uno se convierta de sus maldades.
Pedro
y Juan ante el Consejo
4 |
1Mientras
hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo
y los saduceos, 2irritados
porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio de
Yahshúa. 3Los detuvieron
y, como ya era tarde, los metieron en prisión hasta el día siguiente. 4Muchos de los que oyeron el
discurso abrazaron la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil.
5Al
día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes, los ancianos y los letrados,
6también Anás el sumo
sacerdote y Caifás, Juan y Alejandro y todos los familiares de sumos
sacerdotes. 7Hicieron
comparecer a los apóstoles y los interrogaban:
—¿Con
qué poder o en nombre de quién han hecho eso?
8Entonces
Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió:
—Jefes
del pueblo y ancianos: 9por
haber hecho un bien a un enfermo, hoy nos interrogan para saber de qué manera
ha sido sanado este hombre.
10Conste
a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre ha sido sanado en
nombre de Yahshúa el Mesías el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios
resucitó de la muerte.
Gracias
a él, este hombre está sano en presencia de ustedes. 11Él es la piedra
desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular.
12En ningún otro se encuentra
la salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre
por el cual podamos ser salvados.
13Al
ver la seguridad de Pedro y Juan y notando que eran hombres simples y sin
instrucción, se admiraban; también sabían que habían sido compañeros de Yahshúa
14pero, viendo junto a
ellos al hombre que había sido sanado, se quedaron sin réplica.
15Ordenaron
entonces que salieran del tribunal y se pusieron a deliberar:
16—¿Qué
hacemos con estos hombres? Han hecho un milagro evidente, todos los vecinos de
Jerusalén lo saben y no podemos negarlo. 17Pero,
para que no se siga divulgando entre el pueblo, los amenazaremos para que no
vuelvan a mencionar ese nombre a nadie.
18Los
llamaron y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar en nombre de Yahshúa.
19Pedro
y Juan les replicaron:
—¿Juzguen
ustedes si es correcto a los ojos de Dios que les obedezcamos a ustedes antes
que a él? Júzguenlo. 20Nosotros,
no podemos callar lo que hemos visto y oído.
21Repitiendo
sus amenazas los dejaron en libertad, ya que no encontraban la manera de
castigarlos, por temor al pueblo, que daba gloria a Dios por lo sucedido.
22El
hombre beneficiado con la señal de la sanación tenía más de cuarenta años.
Oración
de la comunidad
23Al
verse libres, se reunieron con sus compañeros y les contaron lo que les habían
dicho los sumos sacerdotes y los letrados. 24Al
oírlos, íntimamente unidos a una voz oraron a Dios diciendo:
—Señor,
que hiciste el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen; 25que por boca de tu siervo
David, inspirado por el Espíritu Santo, dijiste:
¿Por qué se agitan las naciones
y los pueblos planean en vano?
26Se levantaron los reyes de la tierra
y los gobernantes se aliaron
contra el Señor y contra su Ungido.
27De
hecho, en esta ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Yahshúa, tu Ungido,
Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel, 28para ejecutar cuanto había determinado tu mano y tu
designio. 29Ahora, Señor,
fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu mensaje con toda franqueza.
30Extiende tu mano para
que sucedan sanaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Yahshúa.
31Al
terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban reunidos, se llenaron de
Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.
Comunidad
de bienes
32La
multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. Nadie
consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común.
33Con
gran energía daban testimonio de la resurrección del Señor Yahshúa y eran muy
estimados. 34No había
entre ellos ningún necesitado, porque los que poseían campos o casas los
vendían, 35y entregaban
el dinero a los apóstoles, quienes repartían a cada uno según su necesidad.
36Un
tal José, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa Consolado,
levita y chipriota de nacimiento, 37poseía
un campo: lo vendió, y puso el dinero a disposición de los apóstoles.
Ananías
y Safira
5 |
1Un
tal Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una posesión, 2se quedó con parte del
dinero, llevó lo restante y lo puso a disposición de los apóstoles. 3Pedro le dijo:
—Ananías,
¿Por qué dejaste que Satanás se adueñara de ti y mentiste al Espíritu Santo
quedándote con parte del precio del campo? 4¿No
podías conservarlo? O, si lo vendías, ¿no podías quedarte con el precio? ¿Qué
te movió a proceder así? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
5Al
oír estas palabras, Ananías cayó muerto y los que lo oyeron se atemorizaron. 6Fueron unos muchachos, lo
cubrieron y lo llevaron a enterrar.
7Unas
tres horas más tarde llegó su esposa sin saber lo sucedido.
8Pedro
le dirigió la palabra:
—Dime,
¿vendieron el campo a este precio?
—Sí
–contestó–.
9Pedro
replicó:
—¿Por
qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, los
que han enterrado a tu marido están ya pisando el umbral de la puerta para
llevarte también a ti.
10Al
instante cayó muerta a sus pies. Entraron los muchachos y la encontraron
muerta; la sacaron y la enterraron junto a su marido.
11Toda
la Iglesia y cuantos se enteraron quedaron llenos de temor.
Tercer
informe: milagros
(Lc 4,38-41; 5,12-26)
12Los
apóstoles realizaban muchas señales y milagros entre el pueblo. Todos
íntimamente unidos acudían al pórtico de Salomón; 13pero de los extraños nadie se atrevía a juntarse con ellos
aunque el pueblo los estimaba mucho. 14Se
les iba agregando un número creciente de creyentes en el Señor, hombres y
mujeres; 15y hasta
sacaban los enfermos a la calle y los colocaban en catres y camillas, para que
al pasar Pedro, al menos su sombra los cubriera.
16También
los vecinos de los alrededores de Jerusalén llevaban enfermos y poseídos de
espíritus inmundos, y todos se sanaban.
Persecución
17Entonces
el sumo sacerdote y los suyos, es decir, el partido saduceo, llenos de celos, 18hicieron arrestar a los
apóstoles y los metieron en la cárcel pública.
19Pero
de noche el ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó de la prisión y les
encargó:
20—Vayan
al templo y anuncien al pueblo este nuevo modo de vida.
21Los
apóstoles obedecieron y por la mañana muy temprano entraron al templo y se
pusieron a enseñar.
Entre
tanto, se presentó el sumo sacerdote con los suyos, convocaron el Consejo y a
todo el senado del pueblo de Israel, y enviaron gente a la cárcel para
traerlos.
22Cuando
los guardias llegaron a la prisión no los encontraron y volvieron 23con este informe:
—Encontramos
la cárcel asegurada con cerrojos, los guardias de pie junto a la puerta;
abrimos y no encontramos a nadie dentro.
24Al
oír el informe, el comisario del templo y los sumos sacerdotes quedaron
desconcertados, sin entender lo que había sucedido.
25En
ese momento se presentó uno y anunció:
—Los
hombres que ustedes encarcelaron están en el templo instruyendo al pueblo.
26Entonces
el comisario del templo salió con sus ayudantes y trajeron a los apóstoles,
pero sin violencia, porque temían que el pueblo los apedrease. 27Los condujeron y los
presentaron al Consejo.
El
sumo sacerdote los interrogó:
28—Les
habíamos ordenado no enseñar mencionando ese nombre, y han llenado Jerusalén
con su doctrina y quieren hacernos responsables de la muerte de ese hombre.
29Pedro
y los apóstoles replicaron:
—Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres.
30El
Dios de nuestros padres ha resucitado a Yahshúa, a quien ustedes ejecutaron
colgándolo de un madero. 31A
él, Dios lo ha sentado a su derecha, nombrándolo jefe y salvador, para ofrecer
a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. 32De estos hechos, nosotros somos testigos con el
Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en él.
33Al
oír estas cosas se indignaron y, deliberaban condenarlos a muerte. 34Entonces un fariseo
llamado Gamaliel, doctor de la ley, muy estimado de todo el pueblo se levantó y
ordenó que hicieran salir a los acusados. 35Luego
se dirigió a la asamblea diciendo:
—Israelitas,
fíjense bien en lo que van a hacer con estos hombres. 36Porque no hace mucho surgió Teudas que se hacía pasar
por un gran personaje, y le siguieron unos cuatrocientos hombres. Lo mataron y
todos sus seguidores se dispersaron y acabaron en nada. 37Más tarde, durante el censo, surgió Judas el Galileo y
arrastró mucha gente del pueblo. También él pereció y todos sus partidarios se
desparramaron.
38Por
eso, ahora les aconsejo que no se metan con esos hombres, sino que los dejen en
paz, porque si esta idea o esta obra que ellos intentan hacer fuera cosa de
hombres, fracasará; 39pero
si es cosa de Dios, no podrán destruirlos y estarán luchando contra Dios.
Le
hicieron caso, 40llamaron
a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Yahshúa y
los despidieron.
41Ellos
se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir
desprecios por el nombre de Yahshúa. 42Y
no cesaban todo el día, en el templo o en casa, de enseñar y anunciar la Buena
Noticia del Mesías Yahshúa.
La
institución de los Siete
6 |
1Por
entonces, al aumentar el número de los discípulos, empezaron los de lengua
griega a murmurar contra los de lengua hebrea, porque sus viudas quedaban
desatendidas en la distribución diaria de los alimentos.
2Los
Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron:
—No
es justo que nosotros descuidemos la Palabra de Dios para servir a la mesa; 3por tanto, hermanos, elijan
entre ustedes a siete hombres de buena fama, dotados de Espíritu y de prudencia,
y los encargaremos de esa tarea. 4Nosotros
nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.
5Todos
aprobaron la propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y Espíritu
Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de
Antioquía.
6Los
presentaron a los apóstoles, y éstos después de orar les impusieron las manos.
7El
mensaje de Dios se difundía, en Jerusalén crecía mucho el número de los
discípulos, y muchos sacerdotes abrazaban la fe.
Esteban
detenido
8Esteban,
lleno de gracia y poder, hacía grandes milagros y señales entre el pueblo.
9Algunos
miembros de la sinagoga de los Emancipados, gente de Cirene y Alejandría, de
Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; 10pero no conseguían contrarrestar la sabiduría y
espíritu con que hablaba.
11Entonces
sobornaron a algunos para que declararan haberlo oído blasfemar contra Moisés y
contra Dios. 12Amotinaron
al pueblo, incluidos ancianos y letrados, y llegando sorpresivamente lo
arrestaron y lo condujeron al Consejo.
13Allí
presentaron testigos falsos que declararon:
—Este
hombre no para de hablar contra nuestro lugar santo y contra la ley; 14lo hemos oído afirmar que Yahshúa
el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos dio Moisés.
15En
ese momento todos los que estaban sentados en el Consejo fijaron la vista en él
y vieron que su rostro parecía el de un ángel.
Discurso
de Esteban
7 |
1El
sumo sacerdote lo interrogó:
—¿Es
eso verdad?
2Él
contestó:
—Hermanos
y padres, escuchen. Cuando nuestro padre Abrahán residía en Mesopotamia, antes
de trasladarse a Jarán, se le apareció el Dios de la gloria 3y le dijo:
Sal de tu tierra y de tu parentela
y ve a la tierra que te indicaré.
4Así
que salió de Caldea y se estableció en Jarán. Al morir su padre, lo trasladó de
allí a esta tierra, donde ustedes habitan ahora. 5Pero no le dio una propiedad donde afincarse, sino que
le prometió darle en posesión este país a
él y a su descendencia. Cuando aún no tenía hijos, 6Dios le habló así: Tus
descendientes serán emigrantes en tierra extranjera; los esclavizarán y
maltratarán cuatrocientos años. 7Al pueblo que lo esclavice yo lo juzgaré –dijo
Dios–. Después saldrán y me darán culto
en este lugar. 8Como
señal de la alianza le dio la circuncisión. Y así al nacer su hijo
Isaac lo circuncidó al octavo día.
Isaac engendró a Jacob y Jacob a los doce patriarcas. 9Los patriarcas,
envidiosos de José, lo vendieron para que lo llevaran a Egipto; pero Dios
estaba con él 10y lo
libró de todas sus desgracias. Hizo que
se ganase el favor del faraón, rey de Egipto, por su prudencia, el cual lo nombró gobernador de Egipto y
de su entera corte. 11Sobrevino una carestía en Egipto y Canaán,
una época de gran escasez, de suerte que nuestros antepasados no encontraban
provisiones. 12Al enterarse Jacob de que había trigo en
Egipto envió en una primera expedición a nuestros antepasados. 13En una segunda expedición,
José se dio a conocer a sus hermanos
y el faraón se enteró del origen de José. 14José
mandó llamar a Jacob su padre y a toda la familia, unas setenta y cinco personas. 15Jacob
bajó a Egipto, donde murió, lo mismo que nuestros antepasados. 16Sus restos fueron
trasladados a Siquén y depositados en el sepulcro que Abrahán había comprado
por dinero a los jamoritas de Siquén. 17Cuando
se acercaba la hora de cumplirse la promesa que Dios había hecho a Abrahán, el
pueblo había crecido y se había multiplicado en Egipto. 18Subió al trono de Egipto un rey que no sabía nada de José, 19ese rey maltrató con astucia a nuestros padres,
y los obligó a abandonar a los recién nacidos para que no sobrevivieran.
La
figura de Moisés
20Era
la época en que nació Moisés, el cual agradaba
a Dios. Durante tres meses lo criaron en la casa paterna; 21después lo abandonaron, y la hija del faraón lo adoptó y educó como hijo suyo. 22Moisés se formó en toda la cultura egipcia: era eficaz
de palabra y de obra.
23Al
cumplir cuarenta años se le ocurrió ir a visitar a sus hermanos israelitas. 24Viendo
que uno era maltratado, salió en su defensa y vengó a la víctima matando al egipcio.
25Pensaba
que sus hermanos comprenderían que Dios iba a salvarlos por su mano; pero ellos
no lo comprendieron.
26Al
día siguiente se presentó a unos que peleaban e intentó reconciliarlos
diciendo: ustedes son hermanos, ¿por qué se maltratan? 27Pero el que estaba golpeando al otro lo rechazó
diciendo: ¿Quién te ha nombrado jefe y
juez nuestro? 28¿Pretendes matarme como mataste ayer al
egipcio?
29Al
oírlo, Moisés se escapó y se estableció en Madián, donde engendró dos hijos.
30Pasados
cuarenta años, se le apareció un ángel en
el desierto del monte Sinaí, en la llama de una zarza que ardía. 31Moisés quedó maravillado
ante el espectáculo, y, cuando se
acercaba para reconocerlo, se oyó la voz del Señor: 32Yo soy el Dios
de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés, temblando, no se atrevía a mirar. 33El Señor le dijo: Quítate las sandalias de los pies, que estás
en lugar sagrado. 34He visto cómo sufre mi pueblo en Egipto, he
escuchado su queja y he bajado a liberarlos. Y ahora yo te envío a Egipto. 35A este Moisés, a quien
habían rechazado diciendo: ¿Quién te ha
nombrado jefe y juez?, Dios lo envió como liberador por medio del ángel que
se le apareció en el zarzal. 36Él
los sacó realizando milagros y señales en
Egipto, en el Mar Rojo y cuarenta
años en el desierto. 37Éste
es el Moisés que dijo a los israelitas: Dios
suscitará de entre ustedes un profeta como yo. 38Éste es el que en la asamblea, en el desierto, trataba con el ángel que le había hablado
en el monte Sinaí a él y a nuestros padres; el que recibió palabras de vida que
luego nos comunicó. 39Nuestros
padres no quisieron obedecerle, al contrario lo rechazaron y desearon volver a Egipto. 40Y pidieron a Aarón: Fabrícanos un dios que
vaya delante de nosotros, porque no sabemos qué ha sido de ese Moisés, que nos
sacó de Egipto. 41Entonces hicieron el becerro, ofrecieron
sacrificios al ídolo y celebraron fiesta en honor de la obra de sus manos. 42Así que Dios decidió
entregarlos al culto de los astros del cielo, como está escrito en los libros
proféticos: Casa de Israel ¿acaso ustedes
me ofrecieron víctimas y sacrificios estos cuarenta años en el desierto? 43Transportaron la tienda de Moloc y la estrella del dios Refán y las imágenes
que fabricaron para adorarlas. Por eso yo los deportaré más allá de Babilonia.
El
Templo
44Nuestros
padres en el desierto tenían la tienda del Testimonio, como había ordenado Dios
cuando dijo a Moisés que la fabricara,
conforme al modelo que le había mostrado. 45Nuestros padres recibieron esta tienda como herencia
y, bajo el mando de Josué, la introdujeron en el país conquistado a los
paganos, a los que Dios iba expulsando a su paso; y duró hasta el tiempo de
David.
46David
obtuvo el favor de Dios y solicitó permiso para construir una morada al Dios de Jacob. 47Pero tocó a Salomón construirle el templo; 48si bien el Altísimo no
habita en construcciones humanas, como dice el profeta:
49El cielo es mi trono
y la tierra la tarima de mis pies:
¿qué casa me van a construir?
–dice el Señor–,
¿qué lugar para mi descanso?
50¿No ha hecho mi mano todo esto?
Invectiva
final
51¡Ustedes,
duros de cabeza, infieles de corazón, cerrados a la verdad, siempre resisten al
Espíritu Santo; y son iguales a sus padres! 52¿Hubo algún profeta que sus padres no persiguieran?
Mataron a los que profetizaban la venida del Justo, el mismo al que ahora han
entregado y asesinado 53ustedes
que recibieron la ley por intermedio de ángeles y no la cumplieron.
Muerte
de Esteban
54Cuando
oyeron estas cosas se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él.
55Esteban,
lleno del Espíritu Santo, fijando la vista en el cielo, vio la gloria de Dios y
a Yahshúa a la derecha de Dios, 56y
dijo:
—Estoy
viendo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios.
57Ellos
comenzaron a gritar, se taparon los oídos y todos se arrojaron contra él, 58lo arrastraron fuera de la
ciudad y se pusieron a apedrearlo.
Los
testigos habían dejado los mantos a los pies de un muchacho llamado Saulo. 59Mientras lo apedreaban,
Esteban invocó:
—Señor
Yahshúa, recibe mi espíritu.
60Y
arrodillado, gritó con voz potente:
—Señor,
no les tengas en cuenta este pecado.
Y
dicho esto, murió.
8 |
1aSaulo
estaba allí y aprobó la muerte de Esteban.
Persecución y predicación en Samaría
(cfr.
Lc 21,7-19)
1bAquel
día se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén, de modo
que todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por el territorio de Judea y
Samaría. 2Hombres
piadosos sepultaron a Esteban y le ofrecieron un solemne funeral.
3Saulo,
por su parte, perseguía a la Iglesia, se metía en las casas, tomaba a hombres y
mujeres y los metía en la cárcel.
4Los
dispersos recorrían el país anunciando la Buena Noticia.
Felipe
5Felipe
bajó a una ciudad de Samaría y allí proclamaba al Mesías.
6La
multitud escuchaba con atención e íntimamente unida a lo que Felipe decía,
porque oían y veían las señales que realizaba. 7Espíritus inmundos salían de los poseídos dando grandes
voces; muchos paralíticos y lisiados se sanaban, 8y la ciudad rebosaba de alegría.
9Desde
hacía tiempo había en la ciudad un hombre llamado Simón que practicaba la
magia, tenía impresionada a la gente de Samaría y se hacía pasar por un gran
personaje.
10Todos,
del mayor al menor, le escuchaban y comentaban:
—Éste
es la Fuerza de Dios, ésa que es llamada Grande.
11Le
escuchaban porque durante bastante tiempo los había tenido encantados con su
magia. 12Pero, cuando
creyeron a Felipe, que les anunciaba la Buena Noticia del reino de Dios y el nombre
de Yahshúa Mesías, todos, hombres y mujeres, se bautizaron.
13También
Simón creyó y se bautizó, y seguía constantemente a Felipe, asombrado al ver
los grandes milagros y señales que hacía.
Pedro
y Juan
14En
Jerusalén los apóstoles se enteraron que Samaría había aceptado la Palabra de
Dios, y les enviaron a Pedro y Juan. 15Éstos
bajaron y rezaron para que recibieran el Espíritu Santo 16porque todavía no había bajado sobre ninguno de ellos
y sólo estaban bautizados en el nombre del Señor Yahshúa.
17Entonces
les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
Simonía
18Viendo
Simón que, mediante la imposición de las manos de los apóstoles, se concedía el
Espíritu, les ofreció dinero 19diciendo:
—Denme
también a mí ese poder de conferir el Espíritu Santo al que le imponga las
manos.
20Pedro
le replicó:
—¡Maldito
seas tú con tu dinero, si crees que el don de Dios se compra con dinero! 21Este poder no es para ti
ni te corresponde, porque Dios no aprueba tu actitud. 22Arrepiéntete de tu maldad y pide que se te perdone tu
error. 23Te veo
convertido en hiel amarga y atado en lazos de maldad.
24Respondió
Simón:
—Rueguen
ustedes al Señor por mí, para que no me suceda nada de lo que acabas de decir.
25Ellos,
después de dar testimonio exponiendo el mensaje del Señor, se volvieron a
Jerusalén, anunciando por el camino la Buena Noticia en muchos pueblos de
Samaría.
Felipe y el eunuco
(cfr.
Is 56,3-8)
26El
ángel del Señor dijo a Felipe:
—¡Levántate!
Dirígete al sur, al camino que conduce de Jerusalén a Gaza –un camino
desierto–.
27Él
se puso en camino.
Sucedió
que un eunuco etíope, ministro de la reina Candaces y administrador de sus
bienes, 28volvía de una
peregrinación a Jerusalén, sentado en su carroza y leyendo la profecía de
Isaías.
29El
Espíritu dijo a Felipe:
—Acércate
y camina junto a la carroza.
30Felipe
la alcanzó de una carrera y oyó que estaba leyendo la profecía de Isaías, y le
preguntó:
—¿Entiendes
lo que estás leyendo?
Contestó:
31—¿Y
cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica?
Y
lo invitó a subir y sentarse junto a él.
32El
texto de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente:
Como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador, muda,
así él no abrió la boca.
33Lo humillaron
negándole la justicia;
¿quién podrá hablar
de su descendencia
ya que su vida
es arrancada de la tierra?
34El
eunuco preguntó a Felipe:
—Dime,
por favor, ¿por quién lo dice el profeta? ¿Por sí o por otro?
35Felipe
tomó la palabra y, comenzando por aquel texto, le explicó la Buena Noticia de Yahshúa.
36Siguiendo
camino adelante llegaron a un lugar donde había agua, y el eunuco le dijo:
—Ahí
hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?
37Contestó
Felipe:
—¿Crees
de todo corazón?
Respondió
el eunuco:
—Creo
que Yahshúa el Mesías es el Hijo de Dios.
38Mandó
parar la carroza, bajaron los dos hasta el agua, Felipe y el eunuco, y lo
bautizó. 39Cuando
salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, de modo que el
eunuco no lo vio más; y continuó su viaje muy contento.
40Felipe
apareció por Azoto, y recorriendo la región iba anunciando la Buena Noticia a
todas las poblaciones hasta que llegó a Cesarea.
Conversión
de Pablo
9 |
1Saulo,
respirando amenazas contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo
sacerdote 2y le pidió
cartas para las sinagogas de Damasco autorizándolo para llevar presos a
Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres y
mujeres.
3Iba
de camino, ya cerca de Damasco, cuando de repente lo deslumbró una luz que
venía del cielo. 4Cayó en
tierra y oyó una voz que le decía:
—Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues?
5Contestó:
—¿Quién
eres, Señor?
Le
dijo:
—Yo
soy Yahshúa, a quien tú persigues. 6Ahora
levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer.
7Los
acompañantes se detuvieron mudos, porque oían la voz pero no veían a nadie. 8Saulo se levantó del suelo
y, al abrir los ojos, no veía. Lo tomaron de la mano y lo hicieron entrar en
Damasco, 9donde estuvo
tres días, ciego, sin comer ni beber.
10Había
en Damasco un discípulo llamado Ananías. En una visión le dijo el Señor:
—¡Ananías!
Respondió:
—Aquí
me tienes, Señor.
11Y
el Señor le dijo:
—Encamínate
a la Calle Mayor y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso: lo
encontrarás orando.
12En
una visión Saulo contemplaba a un tal Ananías que entraba y le imponía las manos
y en ese momento recobraba la vista. 13Ananías
respondió:
—Señor,
he oído a muchos hablar de ese hombre y contar todo el daño que ha hecho a los
consagrados de Jerusalén. 14Ahora
está autorizado por los sumos sacerdotes para arrestar a los que invocan tu
nombre.
15Le
contestó el Señor:
—Ve,
que ése es mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre paganos, reyes
e israelitas. 16Yo le
mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre.
17Salió
Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo:
—Saulo,
hermano, me envía el Señor Yahshúa, el que se te apareció cuando venías por el
camino, para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.
18Al
instante se le cayeron de los ojos como unas escamas, recobró la vista, se
levantó, se bautizó, 19comió
y recobró las fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos de Damasco.
20Muy
pronto se puso a proclamar en las sinagogas que Yahshúa era el Hijo de Dios. 21Todos los oyentes
comentaban asombrados:
—¿No
es éste el que perseguía en Jerusalén a los que invocan dicho nombre y ha
venido acá para llevárselos presos ante los sumos sacerdotes?
22Pero
Saulo iba ganando fuerza y confundía a los judíos que vivían en Damasco,
afirmando que Yahshúa era el Mesías. 23Pasados
bastantes días los judíos decidieron eliminarlo; 24pero Pablo se enteró de su plan. Y, como los judíos
custodiaban las puertas de la ciudad día y noche para eliminarlo, 25una noche los discípulos
lo descolgaron por el muro, escondido en una canasta.
Pablo
en Jerusalén
26Al
llegar a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos; pero ellos le tenían
miedo, porque no creían que fuera discípulo. 27Bernabé, haciéndose cargo de él, se lo presentó a los
apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, cómo le había
hablado y con qué franqueza había anunciado en Damasco el nombre de Yahshúa.
28Saulo
se quedó en Jerusalén, moviéndose libremente; anunciaba valientemente el nombre
de Yahshúa, 29conversaba
y discutía con los judíos de lengua griega, pero estos tramaban su muerte. 30Sus hermanos, al enterarse
lo acompañaron hasta Cesarea y lo enviaron a Tarso.
31La
Iglesia entera de Judea, Galilea y Samaría gozaba de paz, se iba construyendo,
vivía en el temor del Señor y crecía animada por el Espíritu Santo.
Sanación de Enéas
(cfr.
Lc 5,17-26)
32En
uno de sus viajes bajó Pedro a visitar a los consagrados que habitaban en Lida.
33Encontró a un tal
Eneas, que llevaba ocho años en cama paralítico.
34Pedro
le dijo:
—Eneas,
Yahshúa el Mesías te sana. Levántate y arregla la cama.
Al
instante se levantó. 35Todos
los vecinos de Lida y Sarón lo vieron y se convirtieron al Señor.
Resurrección de Tabita
(cfr.
Lc 8,49-56)
36En
Jafa vivía una discípula llamada Tabita
–que significa gacela–: repartía muchas limosnas y hacía obras de caridad. 37Sucedió por entonces que
cayó enferma y murió. La lavaron y la colocaron en el piso superior. 38Como Lida está cerca de
Jafa, los discípulos, oyendo que Pedro se encontraba allí, enviaron dos hombres
a buscarlo:
—Ven
por acá sin tardanza.
39Pedro
se fue con ellos. Al llegar, lo llevaron al piso de arriba. Las viudas lo
rodearon y llorando le mostraban las túnicas y mantos que hacía Gacela mientras
vivía con ellas.
40Pedro
hizo salir a todos, se arrodilló y rezó; después, vuelto hacia el cadáver,
ordenó:
—Gacela,
levántate.
Ella
abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. 41Él le dio la mano y la hizo levantar. Después llamó a
los consagrados y a las viudas y se la presentó viva.
42El
hecho se supo en toda Jafa, y muchos creyeron en el Señor. 43Pedro se quedó algún tiempo en Jafa, en casa de Simón
el curtidor.
Pedro
y Cornelio
10 |
1Vivía
en Cesarea un tal Cornelio, capitán de la cohorte itálica; 2hombre piadoso, que veneraba a Dios con toda su
familia. Hacía muchas limosnas al pueblo y oraba constantemente a Dios.
3A
eso de las tres de la tarde, vio claramente en una visión a un ángel de Dios
que entraba en su habitación y le decía:
—Cornelio.
4Él
lo miró asustado y dijo:
—¿Qué
quieres, Señor?
Le
contestó:
—Tus
oraciones y limosnas han subido a la presencia de Dios y son tenidas en cuenta.
5Ahora envía gente a
Jafa, a buscar a un tal Simón, por sobrenombre Pedro. 6Se aloja en casa de Simón el curtidor, al lado del mar.
7Cuando
se marchó el ángel que le hablaba, llamó a dos criados y a un soldado piadoso y
de confianza, 8les explicó
el asunto y los envió a Jafa.
9Al
día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro
subió a la azotea para orar. Como era cerca del mediodía, 10sintió apetito y quiso comer algo. Mientras se lo
preparaban, cayó en éxtasis. 11Vio
el cielo abierto y un objeto como un mantel enorme, descolgado por las cuatro
puntas hasta el suelo: 12contenía
toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves.
13Y
oyó una voz:
—¡Vamos,
Pedro, mata y come!
14Pedro
respondió:
—De
ningún modo, Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro.
15Por
segunda vez sonó la voz:
—Lo
que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro.
16Esto
se repitió tres veces y enseguida el objeto fue elevado al cielo.
17Mientras
Pedro, desconcertado, se interrogaba sobre el significado de la visión, los
enviados de Cornelio que habían preguntado por la casa de Simón, se presentaron
a la puerta, 18y
preguntaron si se alojaba allí Simón, de sobrenombre Pedro. 19Pedro seguía dándole
vueltas a la visión, cuando el Espíritu le dijo:
—Mira,
tres hombres preguntan por ti. 20Levántate,
baja y sin dudarlo vete con ellos, porque yo los he enviado.
21Pedro
bajó a donde estaban y les dijo:
—Soy
yo el que buscan, ¿para qué vinieron?
22Contestaron:
—El
capitán Cornelio, hombre honrado que venera a Dios, apreciado por todo el
pueblo judío, ha recibido de un ángel santo el encargo de llamarte y escuchar
tus palabras.
23Pedro
los hizo entrar y les dio alojamiento. 24Al
día siguiente se puso en camino con ellos, acompañado de algunos hermanos de
Jafa. Al otro día llegaron a Cesarea. Cornelio los estaba esperando y había
reunido a sus parientes y amigos íntimos. 25Cuando
Pedro entró, Cornelio le salió al encuentro, y se arrodilló a sus pies en señal
de veneración.
26Pedro
lo levantó y le dijo:
—Levántate,
que yo no soy más que un hombre.
27Conversando
con él, entró y encontró a muchos reunidos, 28entonces se dirigió a ellos diciendo:
—Ustedes
saben que a cualquier judío le está prohibido juntarse o visitar a personas de
otra raza. Pero Dios acaba de enseñarme que no se debe considerar profano o
impuro a ningún hombre. 29Por
eso, cuando me llamaron, vine sin dudarlo. Ahora deseo saber para qué me han
llamado.
30Cornelio
contestó:
—Hace
tres días, a esta hora, estaba yo recitando la oración de la tarde en mi casa,
cuando un hombre con un traje resplandeciente se presentó ante mí 31y me dijo: Cornelio, tu
oración y tus limosnas han sido escuchadas por Dios y son tenidas en cuenta. 32Envía gente a Jafa y llama
a Simón, por sobrenombre Pedro, que se aloja en casa de Simón el curtidor,
junto al mar. 33Enseguida
te hice llamar y tú has tenido la bondad de venir. Estamos todos en presencia
de Dios dispuestos a escuchar lo que el Señor te ha mandado decirnos.
En
casa de Cornelio
34Pedro
tomó la palabra:
—Verdaderamente
reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas sino que, 35acepta a quien lo respeta
y practica la justicia, de cualquier nación que sea.
36Él
comunicó su palabra a los israelitas y anuncia la Buena Noticia de la paz por
medio de Yahshúa, el Mesías, que es Señor de todos.
37Ustedes
ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del
bautismo que predicaba Juan.
38Cómo
Dios ungió a Yahshúa de Nazaret con Espíritu Santo y poder: él pasó haciendo el
bien y sanando a los poseídos del Diablo, porque Dios estaba con él. 39Nosotros somos testigos de
todo lo que hizo en Judea y Jerusalén.
Ellos
le dieron muerte colgándolo de un madero. 40Pero
Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, 41no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de
antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de su
resurrección.
42Nos
encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y
muertos. 43Todos los
profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él, en su nombre
reciben el perdón de los pecados.
44Pedro
no había acabado de hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los
oyentes.
45Los
creyentes convertidos del judaísmo se asombraban al ver que el don del Espíritu
Santo también se concedía a los paganos; 46ya
que los oían hablar en diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios.
Entonces
intervino Pedro:
47—¿Puede
alguien impedir que se bauticen con agua los que han recibido el Espíritu Santo
igual que nosotros?
48Y
ordenó que los bautizaran invocando el nombre de Yahshúa el Mesías. Ellos le
rogaron que se quedaran unos días.
Informe
de Pedro en Jerusalén
11 |
1Los
apóstoles y los hermanos que estaban en Judea oyeron que también los paganos
habían aceptado la Palabra de Dios.
2Cuando
Pedro subió a Jerusalén, los judíos convertidos discutían con él 3diciendo que había entrado
en casa de incircuncisos y había comido con ellos.
4Pedro
les contó detalladamente lo sucedido:
5—Estaba
yo orando en Jafa, cuando tuve una visión en éxtasis: un objeto, como un mantel
enorme, se descolgaba por las cuatro puntas desde el cielo y llegaba hasta mí. 6Me fijé atentamente y vi
cuadrúpedos, fieras, reptiles y aves. 7Oí
una voz que me decía: ¡Pedro, levántate, mata y come! 8Contesté: De ningún modo, Señor, yo nunca he comido
nada profano o impuro. 9Por
segunda vez me habló la voz desde el cielo: Lo que Dios declara puro tú no lo
declares impuro.
10Esto
sucedió tres veces y después todo fue llevado otra vez hacia el cielo.
11En
aquel momento tres hombres enviados desde Cesarea llegaron a la casa donde me
encontraba. 12El Espíritu
me ordenó ir con ellos sin dudarlo. Me acompañaron estos seis hermanos y
entramos en casa de aquel hombre.
13Él
nos explicó que había visto en casa un ángel de pie que le decía: Envía gente a
Jafa y haz venir a Simón, por sobrenombre Pedro, 14el cual te dirá palabras que serán la salvación tuya y
de tu familia.
15Apenas
empecé a hablar, cuando bajó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio
sobre nosotros. 16Yo me
acordé de lo que había dicho el Señor: Juan bautizó con agua, ustedes serán
bautizados con Espíritu Santo.
17Ahora
bien, si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el
Señor, Yahshúa el Mesías, ¿quién era yo para estorbar a Dios?
18Al
oír el relato se calmaron y dieron gloria a Dios diciendo:
—Dios
también ha concedido a los paganos el arrepentimiento que conduce a la vida.
La
Iglesia de Antioquía
19Los
que se habían dispersado durante la persecución ocasionada por Esteban llegaron
hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, anunciando el mensaje solamente a los
judíos. 20Entre ellos
había algunos chipriotas y cireneos que, al llegar a Antioquía, se pusieron a
hablar a los griegos anunciándoles la Buena Noticia del Señor Yahshúa.
21La
mano del Señor los apoyaba, de modo que un gran número creyó y se convirtió al
Señor. 22La noticia llegó
a oídos de la Iglesia de Jerusalén, que envió a Bernabé a Antioquía.
23Al
llegar y comprobar la gracia de Dios, se alegró 24y, como era hombre bueno, lleno de fe y de Espíritu
Santo, exhortó a todos a ser fieles al Señor de todo corazón. Un buen número de
personas se incorporó al Señor.
25Bernabé
marchó a Tarso en busca de Saulo, 26y
cuando lo encontró, lo condujo a Antioquía. Un año entero actuaron en aquella
Iglesia instruyendo a una comunidad numerosa.
En
Antioquía los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos.
27Por
aquel tiempo bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. 28Uno de ellos, llamado
Ágabo, se alzó inspirado y predijo una gran carestía universal –que sobrevino
en tiempo de Claudio–.
29Entonces
los discípulos decidieron enviar, cada cual según sus posibilidades, una ayuda
a los hermanos que habitaban en Judea. 30Y
así lo hicieron enviando las limosnas a los ancianos por medio de Bernabé y
Saulo.
Martirio
de Santiago – Pedro encarcelado
12 |
1Por
aquel tiempo el rey Herodes emprendió una persecución contra algunos miembros
de la Iglesia. 2Hizo
degollar a Santiago, el hermano de Juan. 3Y,
viendo que esto agradaba a los judíos, hizo arrestar a Pedro durante las
fiestas de los Ázimos.
4Lo
detuvo y lo metió en la cárcel, encomendando su custodia a cuatro piquetes de
cuatro soldados cada uno. Su intención era exponerlo al pueblo pasada la
Pascua.
5Mientras
Pedro estaba custodiado en la cárcel, la Iglesia rezaba fervientemente a Dios
por él.
6La
noche anterior al día en que Herodes pensaba presentarlo al pueblo, Pedro
dormía entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, mientras los centinelas
hacían guardia ante la puerta de la cárcel.
7De
repente se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo.
El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo:
—Levántate
rápido.
Se
le cayeron las cadenas de las manos 8y
el ángel le dijo:
—Ponte
el cinturón y cálzate las sandalias.
Así
lo hizo.
Luego
añadió:
—Cúbrete
con el manto y sígueme.
9Salió
Pedro detrás de él, sin saber si lo del ángel era real, porque le parecía que
aquello era una visión.
10Pasaron
la primera guardia y la segunda, llegaron a la puerta de hierro que daba a la
calle, que se abrió por sí sola. Salieron y, cuando llegaron al extremo de una
calle, el ángel se alejó de él.
11Entonces
Pedro, volviendo en sí, comentó:
—Ahora
entiendo de veras que el Señor envió a su ángel para librarme del poder de
Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo judío.
12Ya
recobrado, se dirigió a casa de la madre de Juan, de sobrenombre Marcos, donde
unos cuantos se habían reunido para orar. 13Golpeó
la puerta, y una criada llamada Rosa salió a abrir. 14Al reconocer la voz de Pedro, de pura alegría, no le
abrió, sino que corrió a anunciar que Pedro estaba ante el portal.
15Le
dijeron:
—¡Estás
loca!
Pero
ella insistía en que era cierto.
Replicaron:
—Será
su ángel.
16Pedro
seguía llamando. Le abrieron y cuando lo vieron no salían de su asombro.
17Él
hizo un gesto con la mano para que se callaran y les contó cómo el Señor lo
había sacado de la cárcel.
Y
añadió:
—Hagan
saber esto a Santiago y a los hermanos.
Después
salió y se dirigió a otro lugar.
18Cuando
se hizo de día los soldados estaban muy confundidos por lo que había pasado con
Pedro. 19Herodes lo buscó
y, al no encontrarlo, interrogó a los guardias y los hizo ejecutar. Después,
bajó de Judea y se quedó en Cesarea.
Muerte
de Herodes
(cfr. 2 Mac 9)
20Herodes
estaba enemistado con los habitantes de Tiro y Sidón. Ellos, de común acuerdo,
se presentaron al rey, se ganaron a Blasto, camarero real, y pidieron la paz;
ya que su país recibía las provisiones del territorio del rey. 21El día convenido, Herodes,
vestido con traje real se sentó en su trono y les dirigió la palabra, 22el pueblo aclamaba:
—¡Ésta
es voz de dios, no de hombre!
23De
improviso lo hirió el ángel del Señor, por no haber reconocido la gloria de
Dios, y murió comido de gusanos.
24La
Palabra de Dios crecía y se difundía. 25Bernabé
y Saulo, acabada su misión, se volvieron a Jerusalén, llevando consigo a Juan,
de sobrenombre Marcos.
Misión
de Pablo y Bernabé
13 |
1En
la Iglesia de Antioquía había algunos profetas y doctores: Bernabé, Simeón el
Negro, Lucio el Cireneo, Manajén, que se había criado con el tetrarca Herodes,
y Saulo. 2Un día,
mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo:
—Sepárenme
a Bernabé y a Saulo para la tarea a la que los tengo destinados.
3Ayunaron,
oraron, e imponiéndoles las manos, los despidieron.
4Así,
enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, de allí navegaron a Chipre
y, 5llegados a Salamina,
anunciaban la Palabra de Dios en las sinagogas judías. Llevaban a Juan como
colaborador.
6Atravesando
la isla, llegaron a Pafos, donde encontraron a un mago y falso profeta judío
que se llamaba BarYahshúa. 7Estaba
en el séquito del gobernador Sergio Pablo, hombre inteligente, que había
llamado a Bernabé y Saulo porque deseaba escuchar la Palabra de Dios.
8Pero
se les opuso el mago Elimas, que así se traduce su nombre, que procuraba
apartar al gobernador de la fe. 9Saulo,
o sea Pablo, lleno de Espíritu Santo, lo miró fijamente 10y le dijo:
—¡Gran
embustero y embaucador, hijo del Diablo y enemigo de toda justicia! ¿Cuándo
acabarás de retorcer los caminos rectos de Dios? 11Mira, te herirá la mano de Dios y quedarás una
temporada ciego sin ver el sol.
Al
instante lo invadió una niebla oscura y andaba a tientas buscando a alguien que
le diera la mano. 12Al
ver lo sucedido, el gobernador profundamente impresionado ante la enseñanza del
Señor, abrazó la fe.
En
Antioquía de Pisidia
13Navegando
desde Pafos, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan se
separó de ellos y se volvió a Jerusalén. 14Ellos
continuaron desde Perge hasta Antioquía de Pisidia, y entrando un sábado en la
sinagoga, tomaron asiento. 15Terminada
la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a
decir:
—Hermanos,
si tienen alguna palabra de aliento para el pueblo, pueden decirla.
16Pablo
se levantó y, pidiendo silencio con la mano, dijo:
—Israelitas
y todos los que temen a Dios, escúchenme: 17El
Dios de este pueblo, el Dios de Israel eligió a nuestros padres y engrandeció
al pueblo mientras residía en Egipto. Más tarde, con brazo poderoso los sacó de
allí 18y durante cuarenta
años los condujo por el desierto.
19Aniquiló
a siete pueblos paganos de Canaán y entregó su territorio en heredad a Israel, 20por cuatrocientos
cincuenta años; les dio jueces hasta el profeta Samuel. 21Entonces pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo
de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años.
22Lo
depuso y nombró rey a David, de quien dio testimonio: Encontré a David, el de Jesé,
un hombre a mi gusto, que cumplirá todos mis deseos.
23De
la descendencia de David, según la promesa, sacó Dios a Yahshúa como salvador
de Israel. 24Antes de su
llegada Juan predicó un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.
25Hacia
el fin de su carrera mortal Juan dijo: Yo no soy el que ustedes creen; detrás
de mí viene uno al que no tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.
26Hermanos,
descendientes de Abrahán, y todos los que temen a Dios: A ustedes se les envía
este mensaje de salvación. 27Los
vecinos de Jerusalén y sus jefes no acogieron a Yahshúa ni entendieron las
palabras de los profetas que se leen cada sábado. Pero, al juzgarlo, las
cumplieron. 28Pidieron a
Pilato que lo condenara, aunque no encontraron causa para una sentencia de
muerte.
29Cuando
se cumplió todo lo escrito de él lo descolgaron del madero y le dieron
sepultura. 30Pero Dios lo
resucitó de la muerte 31y
se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a
Jerusalén. Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.
32Y
nosotros, les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo
a nuestros padres 33fue
cumplida por él a sus descendientes, que somos nosotros, resucitando a Yahshúa,
como está escrito en el salmo segundo: Tú
eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
34Y
que lo ha resucitado para que nunca se someta a la corrupción está anunciado
así: Cumpliré las santas promesas hechas
a David, aquellas que no pueden fallar.
35Y
en otro lugar dice: No permitirás que tu
fiel sufra la corrupción.
36Ahora
bien, David, después de haber cumplido la voluntad de Dios durante su propia
generación, murió, fue sepultado y sufrió la corrupción. 37En cambio, el que Dios resucitó no sufrió la
corrupción.
38Sépanlo,
hermanos, se les anuncia el perdón de los pecados por medio de él, 39y todo el que crea será
perdonado de todo lo que no pudo perdonar la ley de Moisés.
40¡Tengan
cuidado! Que no les suceda lo anunciado por los profetas:
41Ustedes, los que desprecian,
llénense de estupor y ocúltense:
Porque en estos días
voy a realizar algo
que si alguien lo contara
no lo podrían creer.
42Cuando
salieron, les rogaban que siguieran exponiendo el tema el sábado siguiente. 43Al disolverse la asamblea,
muchos judíos y prosélitos devotos acompañaron a Pablo y Bernabé, quienes les
hablaban e invitaban a mantenerse en el favor de Dios.
44El
sábado siguiente casi toda la población se congregó para escuchar la Palabra de
Dios.
45Pero
los judíos, al ver la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con
insultos las palabras de Pablo. 46Entonces
Pablo y Bernabé hablaron con toda franqueza:
—A
ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios. Pero, ya que la
rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los
paganos. 47Así nos lo ha
ordenado el Señor:
Te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra.
48Los
paganos al oírlo se alegraron, glorificaron la Palabra de Dios y los que
estaban destinados a la vida eterna, abrazaron la fe. 49Y así la Palabra de Dios se difundió por toda la región.
50Pero los judíos
incitaron a mujeres piadosas de clase alta y a los notables de la ciudad,
provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de sus
fronteras. 51Ellos,
sacudieron el polvo de sus pies en señal de protesta contra aquella gente y se
marcharon a Iconio. 52Los
discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
En
Iconio
14 |
1En
Iconio, Pablo y Bernabé, entraron juntos en la sinagoga judía y hablaron de tal
manera que muchos judíos y griegos abrazaron la fe. 2Los judíos no convertidos incitaron a los paganos y los
pusieron en contra de los hermanos. 3Durante
una temporada se quedaron allí, y predicaban sin miedo confiados en el Señor
que confirmaba su mensaje de gracia con milagros y señales que realizaba por
medio de ellos.
4La
población se dividió: unos a favor de los judíos, otros a favor de los
apóstoles.
5Un
grupo de paganos y judíos, con el apoyo de los jefes, se prepararon para
maltratarlos y apedrearlos.
6Al
enterarse, los apóstoles escaparon a las ciudades de Licaonia, Listra, Derbe y
sus alrededores. 7Allí
estuvieron anunciando la Buena Noticia.
En
Listra
8Había
en Listra un hombre que tenía los pies paralizados, inválido de nacimiento, que
nunca había caminado. 9Escuchaba
sentado lo que Pablo decía. Éste fijó en él la mirada y, viendo que tenía fe
para salvarse, 10le dijo
en voz alta:
—Ponte
derecho sobre los pies.
Él
dio un salto y se puso a caminar.
11Al
ver lo que había hecho Pablo, la gente empezó a gritar en lengua licaonia:
—¡Dioses
en figura de hombres han bajado hasta nosotros!
12A
Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo Hermes, porque era el portavoz. 13El sacerdote del templo de
Zeus, que estaba a la entrada de la ciudad, trajo toros y guirnaldas a las
puertas de la ciudad e intentaba ofrecer un sacrificio con la multitud.
14Al
oírlo, los apóstoles Bernabé y Pablo se rasgaron los vestidos y se lanzaron
hacia la multitud gritando:
15—¡Amigos!
¿Qué están haciendo? Nosotros también somos hombres igual que ustedes y les
predicamos que deben abandonar los ídolos para convertirse al Dios vivo, que
hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen.
16Aunque
en otros tiempos, Él permitió a los paganos seguir sus caminos; 17nunca dejó de manifestarse
como bienhechor, enviándoles lluvias desde el cielo, buenas cosechas,
alimentándolos y teniéndolos contentos.
18Con
estas palabras apenas lograron impedir que la multitud les ofreciera
sacrificios.
19Pero
unos judíos, venidos de Antioquía e Iconio, convencieron a la gente para que
apedrease a Pablo. Luego dándolo por muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad.
20Los discípulos lo
rodearon, él se levantó y entró en la ciudad.
De
vuelta en Antioquía
21Al
día siguiente salió con Bernabé hacia Derbe. Después de anunciar la Buena
Noticia en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, se volvieron a
Listra, Iconio y Antioquía, 22donde
animaron a los discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles
que tenían que atravesar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.
23En
cada comunidad nombraban ancianos y con oraciones y ayunos los encomendaban al
Señor en quien habían creído.
24Después
atravesaron Pisidia, llegaron a Panfilia, 25predicaron
el mensaje en Perge, bajaron a Atalía 26y
desde allí navegaron a Antioquía, desde donde habían partido encomendados a la
gracia de Dios para realizar la obra que ahora habían acabado.
27Al
llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que Dios había hecho por su
medio y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe. 28Y se quedaron una larga
temporada con los discípulos.
El
Concilio de Jerusalén
15 |
1Algunos
venidos de Judea enseñaban a los hermanos que, si no se circuncidaban según el
rito de Moisés, no podían salvarse. 2Pablo
y Bernabé tuvieron una fuerte discusión con ellos; de modo que se decidió que
Pablo y Bernabé con algunos más acudieran a Jerusalén, para tratar este asunto
con los apóstoles y los ancianos.
3Los
enviados por la comunidad atravesaron Fenicia y Samaría, contando a los
hermanos la conversión de los paganos y llenándolos de alegría.
4Llegados
a Jerusalén fueron recibidos por la comunidad, los apóstoles y los ancianos, y
les contaron lo que Dios había hecho por su medio. 5Pero algunos de la secta farisea que habían abrazado la
fe se levantaron y dijeron que era necesario circuncidar a los paganos
convertidos y obligarlos a observar la ley de Moisés.
6Los
apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar el asunto.
7Luego
de una agitada discusión, se levantó Pedro y les dijo:
—Hermanos,
ustedes saben que desde el principio me eligió Dios entre ustedes, para que por
mi medio los paganos escucharan la Buena Noticia y creyeran. 8Dios, que conoce los
corazones, mostró que los aceptaba dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a
nosotros, 9Él no hizo
ninguna distinción entre unos y otros y los purificó por medio de la fe. 10¿Por qué ahora, ustedes
tientan a Dios imponiendo al cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros
padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar? 11Al contrario, nosotros creemos que tanto ellos como
nosotros hemos sido salvados por la gracia del Señor Yahshúa.
12Toda
la asamblea en silencio se dispuso a escuchar a Bernabé y Pablo, que les
contaron los milagros y señales que Dios había obrado por su medio entre los
paganos. 13Cuando se
callaron, les contestó Santiago:
—Hermanos,
les ruego que me escuchen. 14Simón
ha contado cómo Dios desde el principio dispuso elegir entre los pueblos
paganos un pueblo consagrado a su nombre. 15Eso
concuerda con lo que anunciaron los profetas, como está escrito:
16De nuevo reconstruiré
la choza caída de David,
la reconstruiré levantando sus ruinas,
17para que el resto de los hombres
busque al Señor,
lo mismo que todas las naciones
que llevan mi nombre –dice el Señor–,
18que da a conocer todo esto
desde antiguo.
19Por
tanto pienso que no hay que poner obstáculos a los paganos que se conviertan a
Dios. 20Basta encargarles
que se abstengan de contaminarse con los ídolos, de las uniones ilegales y de
comer carne de animales estrangulados o sangre. 21Ya que Moisés tiene desde antiguo en cada población
predicadores que lo leen los sábados en las sinagogas.
22Entonces
los apóstoles, los ancianos y la comunidad entera decidieron escoger algunos
dirigentes de los hermanos, para enviarlos con Pablo, Bernabé, Judas, por
sobrenombre Barsabás, y Silas a Antioquía.
23Les
dieron una carta autógrafa que decía:
—Los
hermanos apóstoles y ancianos saludan a los hermanos convertidos del paganismo
de Antioquía, Siria y Cilicia: 24Nos
hemos enterado de que algunos de los nuestros, sin nuestra autorización, han
sembrado entre ustedes la inquietud y provocado el desconcierto. 25Por eso hemos decidido de
común acuerdo elegir unos delegados y enviárselos con nuestros queridos Bernabé
y Pablo, 26hombres que
han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Yahshúa el Mesías. 27Por eso les enviamos a
Judas y Silas, que les explicarán esto de palabra.
28Es
decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponerles ninguna carga más que estas
cosas indispensables: 29absténganse
de alimentos ofrecidos a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de
relaciones sexuales prohibidas. Harán bien si se privan de estas cosas. Adiós.
30Ellos
se despidieron, bajaron a Antioquía, reunieron a la comunidad y les entregaron
la carta. 31Cuando la
leyeron, se alegraron por los ánimos que les daba. 32Judas y Silas, que también eran profetas, animaron y
confirmaron a los hermanos.
33Pasada
una temporada, se despidieron de los hermanos con la paz y se volvieron a los
que los habían enviado. 34[[Pero
a Silas le pareció bien quedarse allí.]]
35Pablo
y Bernabé se quedaron en Antioquía, donde con otros muchos, enseñaban y
anunciaban la Palabra de Dios.
Pablo
y Bernabé se separan
36Pasados
unos días Pablo dijo a Bernabé:
—Volvamos
a visitar a los hermanos de cada población donde hemos anunciado la Palabra del
Señor, a ver cómo se encuentran.
37Bernabé
quería llevar consigo a Juan, de sobrenombre Marcos. 38Pablo juzgaba que no debían llevar consigo a uno que
los había abandonado en Panfilia y no los había acompañado en la tarea. 39La discusión resultó tan
violenta que se separaron, y Bernabé, tomando a Marcos, se embarcó para Chipre.
40Pablo eligió a Silas y
partió, encomendado al favor del Señor por los hermanos. 41Atravesó Siria y Cilicia confirmando a las Iglesias.
Timoteo
acompaña a Pablo y Silas
16 |
1Así
llegó a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de madre
judía convertida y de padre griego, 2muy
estimado por los hermanos de Listra e Iconio. 3Pablo quería llevarlo consigo; así que lo circuncidó,
en consideración a los judíos que habitaban por allí, porque todos sabían que
su padre era griego.
4Al
atravesar las poblaciones, les encargaban que observaran las normas
establecidas por los apóstoles y los ancianos de Jerusalén. 5Las Iglesias se robustecían
en la fe y crecían en número cada día.
6Como
el Espíritu Santo no les permitía predicar el mensaje en Asia, atravesaron
Frigia y Galacia. 7Llegados
a Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Yahshúa se lo impidió.
8Así que dejaron Misia y
bajaron hasta Tróade.
Visión
de Pablo
9Una
noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba: Ven a
Macedonia a ayudarnos.
10Apenas
tuvo esa visión, intentamos ir a Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba
a anunciarles la Buena Noticia. 11Nos
embarcamos en Tróade llegamos rápidamente a Samotracia, y al día siguiente a
Neápolis; 12de allí a
Filipos, la primera ciudad de la provincia de Macedonia, colonia romana. Nos
quedamos unos días en aquella ciudad.
13Un
sábado salimos por la puerta de la ciudad a la ribera de un río, donde
pensábamos que habría un lugar para orar. Nos sentamos y nos pusimos a
conversar con unas mujeres. 14Nos
escuchaba una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura en Tiatira y persona
devota.
El
Señor le abrió el corazón para que prestara atención al discurso de Pablo. 15Se bautizó con toda su
familia y nos rogaba:
—Si
me tienen por creyente en el Señor, vengan a hospedarse a mi casa.
Y
nos insistía.
Presos
y liberados
16Una
vez que nos dirigíamos a la oración nos salió al encuentro una muchacha que
tenía poderes de adivina y daba muchas ganancias a sus patrones adivinando la
suerte. 17Caminando
detrás de Pablo y de nosotros gritaba:
—Estos
hombres son siervos del Dios Altísimo y nos predican el camino de la salvación.
18Esto
lo hizo muchos días, hasta que Pablo, cansado, se volvió y dijo al espíritu:
—En
nombre de Yahshúa el Mesías te ordeno que salgas de ella.
Inmediatamente
salió de ella.
19Viendo
sus dueños que se les había escapado la esperanza de negocio, tomaron a Pablo y
Silas, los arrastraron hasta la plaza, ante las autoridades, 20y, presentándolos a los
magistrados, dijeron:
—Estos
hombres están perturbando nuestra ciudad; son judíos 21y predican unas costumbres que nosotros, romanos, no
podemos aceptar ni practicar.
22La
gente se reunió contra ellos y los magistrados ordenaron que los desnudaran y
los azotaran. 23Después
de una buena paliza, los metieron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los
vigilara con mucho cuidado. 24Recibido
el encargo, los metió en el último calabozo y les sujetó los pies al cepo.
25A
media noche Pablo y Silas recitaban un himno a Dios, mientras los demás presos
escuchaban. 26De repente
sobrevino un terremoto que sacudió los cimientos de la prisión. En ese instante
se abrieron todas las puertas y se les soltaron las cadenas a los prisioneros. 27El carcelero se despertó,
y al ver las puertas abiertas, empuñó la espada para matarse, creyendo que se
habían escapado los presos.
28Pero
Pablo le gritó muy fuerte:
—¡No
te hagas daño, que estamos todos aquí!
29El
carcelero pidió una antorcha, temblando corrió adentro y se echó a los pies de
Pablo y Silas.
30Los
sacó afuera y les dijo:
—Señores,
¿qué tengo que hacer para salvarme?
31Ellos
le contestaron:
—Cree
en el Señor Yahshúa y te salvarás, tú con tu familia.
32Enseguida
le anunciaron a él y a toda la familia el mensaje del Señor. 33Todavía de noche se los
llevó, les lavó las heridas y se bautizó con toda su familia. 34Después los llevó a su
casa, les ofreció una comida y festejó con toda la casa el haber creído en
Dios.
35Cuando
se hizo de día, los magistrados enviaron a los inspectores para que soltaran a
aquellos hombres. 36El
carcelero informó del asunto a Pablo:
—Los
magistrados han mandado que los deje en libertad; por tanto, váyanse en paz.
37Pablo
replicó:
—De
modo que a nosotros, ciudadanos romanos, nos han azotado en público y sin
juicio, nos han metido en la cárcel, ¿y ahora nos echan a ocultas? De ningún
modo. Que vengan ellos y nos hagan salir.
38Los
inspectores lo comunicaron a los magistrados, los cuales se asustaron al oír
que eran ciudadanos romanos. 39Acudieron,
se excusaron, los hicieron salir y les rogaron que se marcharan de la ciudad.
40Al
salir de la cárcel se dirigieron a casa de Lidia, saludaron, animaron a los
hermanos y se marcharon.
En
Tesalónica
17 |
1Atravesando
Anfípolis y Apolonia llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga judía. 2Según costumbre, Pablo se
dirigió a ella y, durante tres sábados, discutió con ellos, citando la
Escritura, 3explicándola
y mostrando que el Mesías tenía que padecer y resucitar al tercer día, y que
ese Yahshúa que les anunciaba era el Mesías.
4Algunos
de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y Silas; también lo hicieron gran
número de gente de nacionalidad griega que habían aceptado la fe de los judíos
y no pocas mujeres influyentes.
5Llenos
de envidia, los judíos reclutaron algunos maleantes del arroyo, promovieron un
alboroto y perturbaron el orden de la ciudad. Luego se presentaron en casa de
Jasón con la intención de hacer comparecer a Pablo y Silas ante la asamblea del
pueblo.
6Al
no encontrarlos, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos a la presencia de los
magistrados.
Y
gritaron:
—Éstos,
que han revolucionado el mundo, se han presentado también aquí y 7Jasón los ha recibido en su
casa. Todos éstos actúan contra los edictos del emperador y afirman que hay
otro rey, llamado Yahshúa.
8Al
oírlo, la multitud y los magistrados se asustaron, 9exigieron una fianza a Jasón y los soltaron.
En
Berea
10Enseguida,
de noche, los hermanos enviaron a Pablo y Silas a Berea. Cuando llegaron, se
dirigieron a la sinagoga de los judíos. 11Éstos
eran más tolerantes que los de Tesalónica; recibieron con interés el mensaje y
todos los días analizaban la Escritura para ver si era cierto.
12Muchos
de ellos abrazaron la fe, lo mismo que algunas mujeres nobles y no pocos
hombres griegos.
13Cuando
los judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo había anunciado el mensaje
de Dios en Berea, fueron allá para incitar y amotinar a la multitud.
14Sin
tardanza, los hermanos hicieron bajar a Pablo hasta la costa, mientras Silas y
Timoteo se quedaban atrás. 15Los
que escoltaban a Pablo lo condujeron hasta Atenas; después volvieron con
instrucciones para que Silas y Timoteo se reunieran con él cuanto antes.
En
Atenas
16Mientras
los esperaba en Atenas, Pablo se indignaba al observar la idolatría de la
ciudad. 17En la sinagoga
discutía con judíos y con los que temen a Dios; en la plaza pública hablaba a
los que pasaban por allí.
18Algunos
de las escuelas filosóficas de epicúreos y estoicos entablaban conversación con
él; otros comentaban:
—¿Qué
querrá decir este charlatán?
Otros
decían:
—Parece
un propagandista de divinidades extranjeras.
Porque
anunciaba a Yahshúa y la resurrección. 19Lo
llevaron al Areópago y le preguntaron:
—¿Podemos
saber en qué consiste esa nueva doctrina que expones? 20Dices cosas que nos suenan extrañas y queremos saber
lo que significan. 21Porque
todos los atenienses y los extranjeros que residen allí no tienen mejor
pasatiempo que contar y escuchar novedades.
En
el Areópago
22Pablo
se puso en pie en medio del Areópago y habló así:
—Atenienses,
veo que son hombres sumamente religiosos. 23Cuando
estaba paseando y observando sus lugares de culto, encontré un altar con esta
inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO. Ahora bien, yo vengo a anunciarles al que
adoran sin conocer.
24Es
el Dios que hizo cielo y tierra y todo lo que hay en él. El que es Señor de
cielo y tierra no habita en templos construidos por hombres 25ni pide que le sirvan
manos humanas, como si necesitase algo. Porque él da vida y aliento y todo a
todos.
26De
uno solo formó toda la raza humana, para que poblase la superficie entera de la
tierra.
Él
definió las etapas de la historia y las fronteras de los países.
27Hizo
que buscaran a Dios y que lo encontraran aun a tientas. Porque no está lejos de
ninguno de nosotros, ya que 28en
él vivimos, y nos movemos y existimos, como dijeron algunos de los poetas de
ustedes: porque somos también de su raza.
29Por
tanto, si somos de raza divina, no debemos pensar que Dios es semejante a la
plata o el oro o la piedra modelados por la creatividad y la artesanía del
hombre.
30Ahora
bien, Dios, pasando por alto la época de la ignorancia, manda ahora a todos los
hombres en todas partes a que se arrepientan; 31porque ha señalado una fecha para juzgar con justicia
al mundo por medio de un hombre que él designó para esto. Y a este hombre lo ha
acreditado ante todos resucitándolo de la muerte.
32Al
oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, otros decían:
—En
otra ocasión te escucharemos sobre este asunto.
33Y
así Pablo abandonó la asamblea.
34Algunos
se juntaron a él y abrazaron la fe; entre ellos Dionisio el areopagita, una
mujer llamada Dámaris y algunos más.
En
Corinto
18 |
1Pablo
salió de Atenas y se dirigió a Corinto. 2Allí
encontró a un judío llamado Áquila, natural del Ponto, y a su mujer Priscila,
que habían llegado hacía poco de Italia, porque Claudio había expulsado de Roma
a todos los judíos. Pablo fue a verlos y, 3como
eran del mismo oficio, se alojó en su casa para trabajar: eran fabricantes de
tiendas de campaña.
4Todos
los sábados Pablo discutía en la sinagoga, intentando convencer a judíos y
paganos. 5Cuando Silas y
Timoteo bajaron de Macedonia, Pablo se dedicó a predicar, afirmando ante los
judíos que Yahshúa era el Mesías. 6Pero,
como se oponían y lo injuriaban, se sacudió el polvo de la ropa y dijo:
—Ustedes
son responsables de su sangre, yo soy inocente: en adelante me dirigiré a los
paganos.
7Saliendo
de allí se dirigió a casa de un hombre religioso, llamado Ticio Justo, que
vivía junto a la sinagoga. 8Crispo,
jefe de la sinagoga, con toda su familia, creyó en el Señor y también muchos
corintios que lo habían escuchado creyeron y se bautizaron.
9En
una visión nocturna el Señor dijo a Pablo:
—No
temas, sigue hablando y no te calles, 10que
yo estoy contigo y nadie podrá hacerte daño, porque en esta ciudad tengo yo un
pueblo numeroso.
11Pablo
se quedó allí un año y medio enseñándoles el mensaje de Dios.
12Siendo
Galión gobernador de Acaya, los judíos de común acuerdo se enfrentaron con
Pablo y lo condujeron al tribunal, 13acusándolo
de inducir a la gente a ofrecer a Dios un culto contrario a la ley.
14Pablo
estaba por hablar, cuando Galión se dirigió a los judíos:
—Si
se tratara de algún delito o de una acción criminal, yo los atendería como es
debido. 15Pero como se
trata de discusiones sobre palabras y nombres y sobre la ley judía, arréglense
ustedes. No quiero ser juez de esos asuntos.
16Y
los despidió del tribunal.
17Entonces
[los griegos] tomaron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza
delante del tribunal, mientras Galión se desentendía de todo. 18Pablo se quedó allí
bastante tiempo. Después se despidió de los hermanos y se embarcó para Siria en
compañía de Priscila y Áquila. En Cencreas se afeitó la cabeza en cumplimiento
de un voto.
Hacia
Antioquía
19Llegaron
a Éfeso, donde Pablo se separó de sus compañeros y se dirigió a la sinagoga
para discutir con los judíos. 20Aunque
le rogaban que se quedara más tiempo, no accedió, 21sino que se despidió diciendo:
—Si
Dios quiere, volveré a visitarlos.
Zarpó
de Éfeso 22y bajó a
Cesarea; allí desembarcó para saludar a la comunidad, y prosiguió el viaje
hasta Antioquía. 23Pasada
una temporada partió y fue atravesando Galacia y Frigia, confirmando a todos
los discípulos.
Apolo
en Éfeso
24Llegó
a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y
versado en la Escritura. 25Lo
habían instruido en el camino del Señor, y lleno de fervor hablaba y explicaba
exactamente lo concerniente a Yahshúa, aunque conocía sólo el bautismo de Juan.
26Empezó a actuar
abiertamente en la sinagoga.
Lo
escucharon Priscila y Áquila; se lo llevaron aparte y le explicaron con mayor
exactitud el camino de Dios. 27Y
como se disponía a marchar a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron a
los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible.
Al
llegar prestó un gran servicio a los que habían recibido la gracia de la fe, 28porque refutaba
vigorosamente y en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Yahshúa
era el Mesías.
Pablo
en Éfeso
19 |
1Mientras
Apolo estaba en Corinto, Pablo viajaba por el interior hasta llegar a Éfeso.
Allí encontró unos discípulos 2y
les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo después de abrazar la fe. Le
respondieron:
—Ni
sabíamos que había Espíritu Santo.
3Les
preguntó:
—Entonces,
¿qué bautismo han recibido?
Contestaron:
—El
bautismo de Juan.
4Pablo
replicó:
—Juan
predicó un bautismo de arrepentimiento, encargando al pueblo que creyera en el
que venía detrás de él, o sea, en Yahshúa.
5Al
oírlo, se bautizaron invocando el nombre del Señor Yahshúa. 6Pablo les impuso las manos
y vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en distintas
lenguas y a profetizar. 7Eran
doce varones.
8Después
entró en la sinagoga, y durante tres meses habló abiertamente, discutiendo de
modo convincente sobre el reino de Dios.
9Pero,
como algunos se endurecían y se negaban a creer y difamaban el Camino ante la
gente, Pablo se apartó de ellos, llevó consigo a los discípulos y siguió
discutiendo diariamente en la escuela de un tal Tirano.
10Esto
duró dos años, de modo que todos los habitantes de Asia, judíos y griegos,
escucharon la Palabra del Señor.
Los
exorcistas
11Dios
hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo; 12hasta el punto de que aplicaban a los enfermos paños o
pañuelos que él había tocado, y les desaparecía la enfermedad y también salían
de ellos los espíritus malignos.
13Unos
exorcistas ambulantes judíos intentaron invocar sobre los poseídos de espíritus
malignos el nombre de Yahshúa con la fórmula: Yo los conjuro por el Yahshúa que
Pablo predica. 14Un sumo
sacerdote judío, llamado Escevas, tenía siete hijos que hacían eso.
15Pero
el espíritu maligno les dijo:
—A
Yahshúa lo conozco, Pablo sé quién es; pero ustedes, ¿quiénes son?
16El
hombre poseído por el espíritu maligno se abalanzó sobre ellos y los dominó por
la fuerza, así que tuvieron que escapar desnudos y malheridos de aquella casa.
17Lo
supieron los vecinos de Éfeso, judíos y griegos, y todos se llenaron de temor.
El nombre del Señor Yahshúa ganaba prestigio. 18Muchos que abrazaban la fe venían a confesar
públicamente sus prácticas. 19No
pocos, que habían practicado la magia, traían sus libros y los quemaban en
presencia de todos. Calculando el precio de aquellos libros, resultó ser de
cincuenta mil monedas de plata.
20Así,
por el poder del Señor, el mensaje crecía y se fortalecía.
Motín
de los plateros
21Terminada
toda esa tarea, Pablo se propuso ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya;
él decía que, después de estar allí, tenía que visitar Roma. 22Envió a Macedonia a dos de
sus asistentes, Timoteo y Erasto, y él se quedó una temporada en Asia.
23Por
entonces sobrevino una gran crisis a causa del Camino del Señor.
24Un
tal Demetrio, platero, fabricaba en plata reproducciones del templo de Artemisa
y proporcionaba buenas ganancias a los artesanos. 25Los reunió con todos los del gremio y les dirigió la
palabra:
—Compañeros,
ustedes saben que nuestra prosperidad depende de esta actividad. 26Pero ahora ustedes ven y
oyen que ese Pablo, no sólo en Éfeso, sino en Asia entera, está ganando con su
propaganda mucha gente, diciendo que los dioses que se fabrican con manos
humanas, no son dioses. 27Con
lo cual no sólo está en peligro de descrédito nuestra profesión, sino que el
templo de la gran diosa Artemisa, venerada en toda Asia y en el mundo entero,
va a perder toda su grandeza.
28Al
oírlo se enfurecieron y se pusieron a gritar:
—¡Viva
la gran Artemisa de Éfeso!
29Se
produjo un gran tumulto en la ciudad y todos se precipitaron hacia el teatro,
arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios compañeros de Pablo.
30Pablo
intentaba acudir a la asamblea, pero los discípulos no se lo permitieron. 31Algunas autoridades de
Asia, amigos suyos, le enviaron un mensaje aconsejándole que no acudiera al
teatro.
32Entretanto,
cada uno gritaba una cosa, había una gran confusión en la asamblea y muchos de
la concurrencia ni siquiera sabían la causa. 33Algunos de la multitud explicaron el asunto a
Alejandro, a quien los judíos habían empujado al frente de todos. Éste,
haciendo un gesto con la mano, intentaba dar una explicación a la asamblea.
34Pero,
al reconocer que era judío, todos se pusieron a gritar durante dos horas:
—¡Viva
la gran Artemisa de Éfeso!
35El
secretario logró calmar a la multitud y les habló:
—Efesios,
¿hay alguien que no sepa que Éfeso custodia el templo de la gran Artemisa y su
imagen caída del cielo? 36Como
eso es indiscutible, lo importante es que conserven la calma y no obren con
precipitación. 37Han
traído a esos hombres, que ni son sacrílegos ni han insultado a nuestra diosa. 38Si Demetrio y sus
artesanos tienen alguna queja contra alguien, ahí están los jueces y prefectos:
que allí resuelvan su pleito. 39Si
se trata de un asunto más grave, podrá resolverlo la asamblea legal. 40De hecho, corremos peligro
de ser acusados de agitadores por el tumulto de hoy ya que no tenemos motivo
que justifique tal alboroto.
Con
estas palabras disolvió la asamblea.
Viajes,
visitas y despedidas
20 |
1Cuando
se calmó el tumulto, Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se
despidió y emprendió el viaje hacia Macedonia.
2Atravesó
aquella región animando a los hermanos con muchos discursos, hasta que llegó a
Grecia. 3Allí se detuvo
tres meses y, cuando se disponía a embarcarse para Siria, se enteró de que los
judíos habían hecho planes contra él, de modo que decidió volver por tierra
atravesando Macedonia. 4Lo
acompañaron [hasta Asia] Sópatro, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo
de Tesalónica; Gayo de Derbe y Timoteo; Tíquico y Trófimo de Asia.
5Éstos
se adelantaron y nos esperaban en Tróade.
6Pasada
la semana de los Ázimos zarpamos nosotros de Filipos y a los cinco días los
alcanzamos en Tróade, donde nos quedamos siete días.
7Un
domingo que nos reunimos para la fracción del pan, Pablo, que debía partir al
día siguiente, se puso a hablar y prolongó el discurso hasta media noche. 8Había bastantes lámparas en
el piso superior donde estábamos reunidos.
9Un
muchacho, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana. Mientras
Pablo hablaba y hablaba, a Eutico lo fue venciendo el sueño, hasta que, vencido
por completo, se cayó del tercer piso al suelo, donde lo recogieron muerto.
10Pablo
bajó, se echó sobre él, lo abrazó y dijo:
—No
se asusten, que aún está vivo.
11Después
subió, partió el pan y comió. Estuvo conversando, hasta la aurora y entonces se
marchó. 12En cuanto al
muchacho lo llevaron vivo y todos se sintieron muy consolados.
13Nosotros
nos dirigimos al barco y zarpamos para Aso, donde debíamos recoger a Pablo. Eso
era lo convenido, ya que él hacía el viaje a pie. 14Cuando nos alcanzó en Aso, se embarcó con nosotros y
nos dirigimos a Mitilene.
15Zarpamos
de allí y al día siguiente llegamos frente a Quíos, al otro día pasamos Samos y
al siguiente llegamos a Mileto.
16Pablo
tenía decidido pasar de largo por Éfeso, para no retrasarse tanto en Asia.
Porque, si era posible, quería estar en Jerusalén el día de Pentecostés.
Despedida
de los efesios
17Desde
Mileto envió un mensaje a Éfeso convocando a los ancianos de la comunidad.
18Cuando
llegaron les dijo:
—Ya
saben cómo me he comportado siempre con ustedes desde el primer día que pisé
Asia. 19He servido al
Señor con toda humildad, con lágrimas y en todas las pruebas que me han causado
las intrigas de los judíos. 20No
he dejado de hacer todo lo que pudiera ser útil: les prediqué y les enseñé
tanto en público como en sus casas. 21A
judíos y griegos les he inculcado el arrepentimiento frente a Dios y la fe en
nuestro Señor Yahshúa.
22Ahora,
encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me
sucederá. 23Sólo sé que
en cada ciudad el Espíritu Santo me asegura que me esperan cadenas y
persecuciones. 24Pero
poco me importa la vida, con tal de completar mi carrera y el ministerio que
recibí del Señor Yahshúa: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios.
25Ahora
sé que ustedes, cuyo territorio he atravesado proclamando el reino, no volverán
a verme. 26Por eso hoy
declaro que no soy responsable de la muerte de ninguno, 27porque nunca dejé de anunciar plenamente el designio
de Dios.
28Cuídense
ustedes y cuiden a todo el rebaño que el Espíritu Santo les encomendó como a
pastores de la Iglesia de Dios, que Él adquirió pagando con su sangre.
29Sé
que después de mi partida se meterán entre ustedes lobos rapaces que no
respetarán el rebaño. 30Incluso
de entre ustedes saldrán algunos que dirán cosas equivocadas para arrastrar
tras de sí a los discípulos.
31Por
tanto, estén atentos y recuerden que durante tres años no he cesado de
aconsejarlos con lágrimas ni de día ni de noche. 32Ahora los encomiendo al Señor y al mensaje de su
gracia, que tiene poder para hacerlos crecer y otorgar la herencia a todos los
consagrados.
33No
he codiciado la plata ni el oro ni los vestidos de nadie. 34Ustedes saben que con mis manos he atendido a las
necesidades mías y de mis compañeros. 35Les
he enseñado siempre que, trabajando así, hay que ayudar a los débiles,
recordando el dicho del Señor Yahshúa: más vale dar que recibir.
36Dicho
esto, se arrodilló con todos y oró. 37Todos
se pusieron a llorar; lo abrazaban y lo besaban afectuosamente, 38entristecidos sobre todo
por lo que había dicho, que no volverían a verlo.
Después
lo acompañaron hasta el barco.
Viaje
a Jerusalén
21 |
1Nos
separamos de ellos, zarpamos y navegamos directamente a Cos, al día siguiente
hasta Rodas y desde allí hasta Pátara. 2Encontrando
un barco que cruzaba hacia Fenicia, nos embarcamos y zarpamos. 3Avistando Chipre y
dejándola a nuestra izquierda, navegamos hacia Siria y llegamos a Tiro, donde
la nave tenía que descargar.
4Encontramos
a los discípulos y nos detuvimos allí siete días.
Algunos,
movidos por el Espíritu, aconsejaban a Pablo que no subiera a Jerusalén. 5Cuando se cumplió nuestro
plazo, salimos para continuar el viaje. Todos, con sus mujeres e hijos, nos
acompañaron hasta fuera de la ciudad. Nos arrodillamos en la playa y oramos.
6Después
nos despedimos mutuamente, embarcamos y ellos se volvieron a casa. 7Desde Tiro atravesamos hasta
llegar a Tolemaida. Saludamos a los hermanos y nos quedamos con ellos un día.
8Al
día siguiente salimos y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, uno de
los siete evangelistas, y nos hospedamos con él. 9Tenía éste cuatro hijas solteras profetisas. 10Tras varios días de
estadía, bajó de Judea un profeta llamado Ágabo. 11Se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo y se
ató con él de manos y pies, y dijo:
—Esto
dice el Espíritu Santo: Al dueño de este cinturón los judíos lo atarán en
Jerusalén y lo entregarán a los paganos.
12Al
oírlo, nosotros y los vecinos del lugar le suplicábamos a Pablo que no subiera
a Jerusalén.
13Pero
Pablo respondió:
—¿Qué
hacen llorando y ablandándome el corazón? Por el nombre del Señor Yahshúa yo
estoy dispuesto a ser encadenado y a morir en Jerusalén.
14Como
no podíamos convencerlo, nos tranquilizamos diciendo: Que se cumpla la voluntad
del Señor. 15Pasados
aquellos días hicimos los preparativos y emprendimos la subida hacia Jerusalén.
16Algunos discípulos de
Cesarea nos acompañaron hasta la casa de un viejo discípulo, Nasón de Chipre,
que nos dio alojamiento.
En
Jerusalén
17Al
llegar a Jerusalén, los hermanos nos recibieron contentos.
18Al
día siguiente fuimos con Pablo a visitar a Santiago; se presentaron los ancianos
en pleno.
19Después
de saludarlos, les expuso detalladamente todo lo que Dios había realizado por
su medio entre los paganos.
20Al
oírlo, dieron gloria a Dios y dijeron a Pablo:
—Ya
ves, hermano, cuántas decenas de miles de judíos se han convertido a la fe, y
todos son observantes de la ley. 21Corre
el rumor de que a los judíos que viven entre paganos les enseñas a abandonar la
ley de Moisés y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan nuestras
costumbres. 22¿Qué hacer?
Seguro que se enterarán de que has llegado; 23sigue nuestro consejo: hay entre nosotros cuatro
hombres que han hecho un voto. 24Acude
a purificarte con ellos y paga los gastos para que se afeiten la cabeza; así
sabrán todos que los rumores que corren acerca de ti no tienen fundamento y que
eres un judío observante de la ley. 25A
los paganos convertidos a la fe les hemos comunicado nuestros decretos: que se
abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de los animales
estrangulados y de las relaciones sexuales prohibidas.
26Al
día siguiente Pablo tomó consigo a aquellos hombres, se purificó con ellos y
fue al templo para avisar de la fecha en que terminaría la purificación y se
llevaría la ofrenda por cada uno de ellos.
Arrestado
en el templo
27Cuando
se iban a cumplir los siete días, los judíos de Asia, viéndolo en el templo,
alborotaron a la gente y se apoderaron de él 28gritando:
—¡Auxilio,
israelitas! Éste es el hombre que enseña a todo el mundo y en todas partes una
doctrina contraria al pueblo, a la ley y al lugar sagrado. Ahora acaba de
introducir a unos griegos en el templo profanando este santo lugar.
29Decían
esto porque poco antes lo habían visto con Trófimo el efesio y pensaban que
Pablo lo había introducido en el templo. 30La
ciudad entera se conmovió y todo el pueblo acudió corriendo. Tomaron a Pablo,
lo arrastraron fuera del templo y cerraron las puertas.
31Cuando
intentaban darle muerte, llegó al comandante de la cohorte la noticia de que
toda Jerusalén estaba amotinada. 32Reunió
soldados y centuriones y acudió a toda prisa.
Ellos,
al ver al comandante con los soldados, dejaron de golpear a Pablo.
33Entonces
el comandante detuvo a Pablo, lo mandó atar con dos cadenas y luego preguntó
quién era y qué había hecho.
34Todos
gritaban al mismo tiempo. No pudiendo averiguar la verdad, a causa del tumulto,
el comandante mandó que lo condujeran a la fortaleza.
35Cuando
llegaron a la escalinata, los soldados tuvieron que alzarlo para evitar la
violencia de la multitud. 36Porque
el pueblo en masa los seguía gritando:
—¡Muera!
37Cuando
lo iban a introducir en la fortaleza, Pablo dice al comandante:
—¿Puedo
decirte una palabra?
Le
contestó:
—¿Cómo?
¿sabes hablar griego? 38¿No
eres tú el egipcio que hace unos días provocó un motín y llevó al desierto a
cuatro mil terroristas?
39Respondió
Pablo:
—Yo
soy judío de Tarso, ciudadano de una ciudad nada despreciable. Te pido permiso
para dirigir la palabra al pueblo.
40Se
lo concedió, y Pablo, de pie sobre la escalinata, hizo un gesto con la mano
hacia el pueblo.
Se
hizo un silencio profundo y Pablo les habló en hebreo:
Discurso
de Pablo
22 |
1—Hermanos
y padres, escuchen mi defensa.
2Al
oír que les hablaba en hebreo, se estuvieron más quietos.
Él
dijo:
3—Soy
judío, natural de Tarso de Cilicia, aunque educado en esta ciudad, instruido
con toda exactitud en la ley de nuestros antepasados, a los pies de Gamaliel,
entusiasta de Dios como lo son todos ustedes actualmente.
4Yo
perseguí a muerte a quienes seguían ese Camino, arrestando y metiendo en la
cárcel a hombres y mujeres, 5como
pueden atestiguarlo el sumo sacerdote y el senado en pleno. De ellos recibí
carta para los hermanos y me puse en camino hacia Damasco para arrestar a los
de allí y conducirlos a Jerusalén para que fuesen castigados.
6Yendo
de camino, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, de repente una luz celeste,
intensa, resplandeció en torno a mí. 7Caí
en tierra y escuché una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 8Contesté: ¿Quién eres,
Señor? Contestó la voz: Yo soy Yahshúa Nazareno, a quien tú persigues. 9Los acompañantes veían la
luz, pero no oían la voz del que hablaba conmigo. 10Yo le dije: ¿Qué debo hacer, Señor? Contestó el Señor:
Levántate y ve a Damasco; allí te dirán lo que debes hacer. 11Como no veía, deslumbrado
por el brillo de aquella luz, los acompañantes me llevaron de la mano y así
llegué a Damasco.
12Un
tal Ananías, hombre piadoso y observante de la ley, de buena reputación entre
todos los judíos de la ciudad, 13vino
a visitarme, se presentó y me dijo: Hermano Saulo, recobra la vista. En aquel
momento pude verlo a él. 14Me
dijo: El Dios de nuestros padres te ha destinado a conocer su designio, a ver
al Justo y a escuchar directamente su voz; 15porque
serás su testigo ante todo el mundo de lo que has visto y oído. 16Por tanto no tardes: bautízate
y lávate de los pecados invocando su nombre.
17Cuando
volví a Jerusalén, estando en oración en el templo, caí en éxtasis 18y vi al Señor que me
decía: Sal pronto de Jerusalén, porque no van a aceptar tu testimonio acerca de
mí. 19Repliqué: Señor,
ellos saben que yo arrestaba a los que creían en ti y los azotaba en las
sinagogas. 20También que,
cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba allí, aprobando
y guardando la ropa de los que lo mataban. 21Él
me dijo: Ve, que yo te envío a pueblos lejanos.
22Hasta
ese punto habían estado escuchando, después alzaron la voz diciendo:
—Elimina
a ese hombre; no puede seguir viviendo.
23Como
seguían gritando y rasgándose los vestidos y echando polvo al aire, 24el comandante mandó que lo
introdujeran en la fortaleza y lo interrogasen a latigazos para averiguar por
qué motivo clamaban contra él. 25Cuando
lo sujetaban con las correas, Pablo dijo al centurión allí presente:
—¿Les está permitido azotar sin proceso a un
ciudadano romano?
26Al
oírlo, el centurión fue a avisar al comandante:
—¿Qué
vas a hacer? Ese hombre es romano.
27El
comandante se acercó y le preguntó:
—Dime,
¿eres romano?
Contestó:
—Sí.
28Repuso
el comandante:
—Yo
he comprado la ciudadanía por una buena suma.
Pablo
dijo:
—Yo
la poseo de nacimiento.
29Inmediatamente
se apartaron de él los que lo iban a interrogar. El comandante se asustó al
saber que lo tenía arrestado siendo romano. 30Al día siguiente, queriendo saber con certeza las
acusaciones que le hacían los judíos, lo soltó y mandó reunirse a los sumos
sacerdotes y el Consejo en pleno. Después hizo bajar a Pablo y se lo presentó.
Ante
el Consejo
23 |
1Pablo
fijó la vista en el Consejo y dijo:
—Hermanos,
yo he procedido ante Dios con conciencia limpia e íntegra.
2El
sumo sacerdote Ananías mandó a sus asistentes que lo golpearan en la boca. 3Pablo entonces le dijo:
—Dios
te va a golpear a ti, pared blanqueada. Tú estás sentado para juzgarme según la
ley y me mandas golpear violando la ley.
4Los
soldados le dijeron:
—¿Al
sumo sacerdote de Dios insultas?
5Pablo
contestó:
—No
sabía, hermanos, que fuera el sumo sacerdote; porque está escrito:
no hablarás mal del jefe del pueblo.
6Advirtiendo
Pablo que una parte eran saduceos y otra parte fariseos, exclamó en el Consejo:
—Hermanos,
hasta hoy soy fariseo e hijo de fariseos, y se me está juzgando por la
esperanza en la resurrección de los muertos.
7Apenas
lo dijo, cuando surgió una discusión entre fariseos y saduceos, y la asamblea
se dividió. 8Porque los
saduceos niegan la resurrección y los ángeles y el espíritu, mientras que los
fariseos lo afirman todo.
9Se
armó un griterío, y algunos letrados del partido fariseo se alzaron y afirmaron
polémicamente:
—No
encontramos culpa alguna en este hombre; tal vez le ha hablado un espíritu o un
ángel.
10Como
arreciaba el conflicto, temiendo el comandante que fueran a despedazar a Pablo,
mandó bajar a la tropa, sacarlo de en medio y llevarlo a la fortaleza. 11La noche siguiente el
Señor se le presentó y le dijo:
—¡Ánimo!
Lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, tienes que darlo en Roma.
Complot
contra Pablo
12Por
la mañana se reunieron los judíos y se comprometieron bajo juramento a no comer
ni beber hasta haber dado muerte a Pablo. 13Los
conspiradores eran más de cuarenta. 14Se
presentaron a los sumos sacerdotes y ancianos y les dijeron:
—Hemos
jurado no probar bocado hasta no haber dado muerte a Pablo. 15Ahora les toca a ustedes
proponer al comandante y al Consejo que se lo traigan, con pretexto de
investigar más atentamente su caso. Antes de que se acerque, estamos preparados
para eliminarlo.
16El
hijo de la hermana de Pablo se enteró de lo que tramaban, fue a la fortaleza,
entró y se lo contó a Pablo. 17Éste
llamó a uno de los centuriones y le dijo:
—Conduce
a este muchacho al comandante, porque tiene que darle una información.
18Se
hizo cargo de él, lo condujo al comandante y dijo:
—El
prisionero Pablo me ha llamado y me ha pedido que te traiga a este muchacho,
que tiene algo que decirte.
19El
comandante lo tomó de la mano, se lo llevó aparte y le preguntó:
—¿Qué
es lo que me tienes que contar?
20Respondió:
—Los
judíos han acordado pedirte que mañana hagas bajar a Pablo al Consejo, con
pretexto de examinar más atentamente su caso. 21No les hagas caso; porque un grupo de más de cuarenta
han tramado una emboscada contra él.
Han
jurado no comer ni beber hasta haberlo eliminado. Ahora están preparados,
esperando tu consentimiento.
22El
comandante despidió al muchacho, encargándole que no dijera a nadie que le
había informado de ello.
Remitido
a Félix
23Llamó
a dos centuriones y les dijo:
—Pasadas
las nueve de la noche tengan preparados para viajar a Cesarea doscientos
soldados de infantería, setenta de caballería y doscientos lanceros. 24Preparen también caballos
para Pablo y llévenlo sano y salvo al gobernador Félix.
25Y
le escribió una carta en los siguientes términos:
26Claudio
Lisias saluda al ilustrísimo gobernador Félix. 27A este hombre lo habían secuestrado los judíos para
matarlo. Cuando supe que era romano, intervine con la tropa y lo libré.
28Queriendo
averiguar los cargos que tenían contra él, lo conduje a su Consejo. 29Pero resultó que los
cargos versan sobre controversias de su ley, y no había ningún cargo digno de
muerte o de prisión. 30Al
enterarme de un atentado tramado contra este hombre, te lo envío y aviso a los
acusadores que te presenten a ti sus cargos.
31Los
soldados, cumpliendo las órdenes, tomaron a Pablo y lo condujeron de noche
hasta Antípatris.
32Al
día siguiente dejaron a la caballería seguir con él y ellos se volvieron a la
fortaleza. 33Los otros
llegaron a Cesarea, entregaron la carta al gobernador y le presentaron a Pablo.
34Leyó
la carta y preguntó de qué jurisdicción era. Enterado de que era de Cilicia, 35le dijo:
—Oiré
tu causa cuando se presenten tus acusadores.
Y
mandó custodiarlo en el pretorio de Herodes.
Proceso
ante Félix
24 |
1Cinco
días más tarde bajó el sumo sacerdote con algunos ancianos y el abogado
Tértulo, para presentar sus cargos contra Pablo.
2Lo
hicieron comparecer, y Tértulo comenzó su acusación:
3—Ilustrísimo
Félix: Gracias a ti gozamos de paz estable y gracias a tu sabio gobierno esta
nación consigue mejoras; todo esto lo recibimos siempre y en todas partes con
profundo agradecimiento. 4Para
no cansarte, solicito de tu clemencia que escuches mi exposición resumida. 5Hemos descubierto que este
hombre es una peste, que promueve discordias entre los judíos del mundo entero
y que es un dirigente de la secta de los nazarenos.
6Cuando
intentaba profanar el templo, lo arrestamos y quisimos juzgarlo por nuestra
ley, 7pero el tribuno
Lisias, con gran violencia, lo arrancó de nuestras manos, mandando que sus
acusadores viniesen a ti. 8Tú
mismo, examinándolo, podrás comprobar la verdad de nuestras acusaciones.
9Los
judíos lo apoyaron afirmando que era cierto. 10El gobernador hizo un gesto a Pablo y éste tomó la
palabra:
—Como
sé que desde hace años administras justicia a esta nación, pronuncio confiado
mi defensa. 11Tú mismo
puedes comprobar que no han pasado más de doce días desde que subí en
peregrinación a Jerusalén.
12Ni
en el templo ni en las sinagogas ni por la ciudad me han encontrado discutiendo
con nadie ni amotinando a la gente. 13No
pueden probar ninguno de sus cargos contra mí. 14Eso sí: te confieso que venero a Dios siguiendo ese
Camino que ellos llaman secta; creo todo lo escrito en la ley y los profetas, 15y confiado en Dios, espero
como ellos que habrá resurrección de justos e injustos. 16Y así, también yo procuro mantener en todo una
conciencia irreprochable ante Dios y ante los hombres. 17Tras una ausencia de años, fui en peregrinación al
templo llevando limosnas para mis compatriotas y a presentar ofrendas. 18Allí me encontraron, en un
rito de purificación, no con una multitud ni en un tumulto. 19Pero algunos judíos de
Asia estaban allí, y ésos sí tendrían que comparecer y acusarme de lo que
tengan contra mí. 20O si
no, que los aquí presentes digan qué delito encontraron cuando comparecí ante
el Consejo, 21si no es el
haber declarado en voz alta ante ellos: Si hoy me juzgan ante ustedes es por la
resurrección de los muertos.
22Félix,
que estaba bien informado sobre el Camino, postergó la causa diciéndoles:
—Cuando
venga el comandante Lisias, resolveré este pleito.
23Después
dio orden al centurión de tener a Pablo detenido, con cierta libertad, y de no
impedir a los suyos que lo atendieran. 24Pasados
unos días Félix mandó llamar a Pablo. Con su mujer Drusila, que era judía, lo
oyó disertar sobre la fe en Yahshúa el Mesías. 25Pero, cuando Pablo empezó a hablar de honradez, de la
castidad y del juicio venidero, Félix se asustó y dijo:
—De
momento puedes retirarte; te llamaré en otra ocasión.
26Félix
esperaba al mismo tiempo recibir dinero de Pablo y por eso lo llamaba con
frecuencia para conversar con él. 27Pasados
dos años, Porcio Festo sucedió a Félix, y como Félix quería congraciarse con
los judíos, retuvo a Pablo preso.
Apela
al césar
25 |
1Tres
días después de tomar posesión del cargo, Festo subió de Cesarea a Jerusalén. 2Los sumos sacerdotes y los
jefes judíos le presentaron sus cargos contra Pablo 3y le pidieron por favor que se lo remitiese a Jerusalén
–porque intentaban matarlo en una emboscada por el camino–. 4Festo respondió que Pablo
seguía custodiado en Cesarea, ya que él mismo volvería pronto allá.
5Y
añadió:
—Sus
responsables que bajen conmigo y, si ese hombre es culpable de algo, que
presenten allí su acusación.
6Festo
se detuvo en Jerusalén no más de ocho o diez días; después bajó a Cesarea y al
día siguiente hizo traer a Pablo.
7Cuando
se presentó, lo rodearon los que habían bajado de Jerusalén y lo acusaban de
muchos y graves cargos, que no lograban probar; 8mientras Pablo se defendía afirmando que no había
cometido delito alguno contra la ley o el templo o el emperador.
9Festo,
queriendo ganarse a los judíos, intervino y preguntó a Pablo:
—¿Quieres
subir a Jerusalén para someterte allí a mi juicio?
10Pablo
replicó:
—Estoy
ante el tribunal imperial, donde debo ser juzgado. Sabes muy bien que no he
perjudicado a los judíos. 11Si
he cometido un delito capital no me niego a morir; pero si no hay nada de lo
que éstos me acusan, nadie puede entregarme en su poder. Apelo al emperador.
12Entonces
Festo, después de consultarlo con sus consejeros, dijo:
—Has
apelado al emperador, irás al emperador.
Ante
Agripa
13Algunos
días más tarde, el rey Agripa, acompañado de Berenice, se presentó en Cesarea
para saludar a Festo. 14Y,
como se detuvo allí bastantes días, Festo le expuso el caso de Pablo:
—Hay
aquí un prisionero que dejó Félix; 15durante
mi estadía en Jerusalén, los sumos sacerdotes y ancianos judíos lo acusaron
pidiendo su condena. 16Les
respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre antes de que pueda
enfrentarse con sus acusadores y tenga ocasión de defenderse de los cargos. 17Cuando ellos se
presentaron aquí, yo sin demora, al día siguiente, me senté en el tribunal y
mandé traer a aquel hombre. 18Se
presentaron los acusadores, pero no adujeron ningún delito de los que yo
sospechaba; 19solamente
traían contra él discusiones sobre su religión y sobre un tal Yahshúa, muerto,
del que Pablo dice que vive. 20Y,
como estaba desconcertado acerca de la causa, le pregunté si quería ir a
Jerusalén para ser juzgado allí. 21Pablo
apeló y pidió que su caso sea reservado a la jurisdicción del Augusto. Entonces
yo mandé custodiarlo hasta que pueda enviarlo al emperador.
22Agripa
contestó:
—A
mí también me gustaría escuchar a ese hombre.
Le
respondió:
—Mañana
lo escucharás.
23Al
día siguiente se presentó Agripa con Berenice, con toda pompa, y entró en la
audiencia acompañado de comandantes y gente principal de la ciudad.
Festo
hizo traer a Pablo 24y
habló así:
—Rey
Agripa y todos los presentes, aquí tienen al hombre por el que todos los
judíos, tanto en Jerusalén como aquí, han acudido a mí clamando que no debe
quedar con vida. 25Yo
pude comprobar que no había cometido nada digno de muerte. Así que, cuando él
apeló al Augusto, yo decidí enviarlo. 26Pero
no tengo nada por escrito sobre el asunto. Por eso se lo he presentado a
ustedes y especialmente a ti, rey Agripa, para que después de este
interrogatorio yo pueda escribir un informe. 27Porque no me parece razonable enviar un preso sin
explicar los cargos contra él.
Discurso
de Pablo
26 |
1Agripa
dijo a Pablo:
—Puedes
hablar en defensa propia.
Pablo,
haciendo un gesto con la mano, pronunció su defensa:
2—De
todo lo que me acusan los judíos tengo hoy la satisfacción de defenderme ante
ti, rey Agripa; 3especialmente
porque eres experto en costumbres y controversias judías. Por lo cual te pido
que me escuches con paciencia.
4Mi
vida entera desde mi adolescencia, pasada desde el principio en el seno de mi
pueblo, la conocen todos los judíos de Jerusalén. 5Y, como me conocen desde hace tanto tiempo, pueden dar
testimonio de que yo pertenecía a la secta más estricta de nuestra religión:
era fariseo.
6Ahora
me están juzgando porque espero en la promesa que Dios hizo a nuestros padres. 7Y nuestras doce tribus, en
su culto noche y día, aguardan impacientes que se cumpla esa promesa. Majestad,
de esa esperanza me acusan los judíos. 8¿Por
qué les parece increíble que Dios resucite a los muertos?
9En
un tiempo yo pensaba que mi deber era combatir con todos los medios el nombre
de Yahshúa Nazareno. 10Es
lo que hice en Jerusalén, con autoridad recibida de los sumos sacerdotes,
metiendo en la cárcel a muchos consagrados. Y cuando los condenaban a muerte,
yo añadía mi voto. 11Muchas
veces en las sinagogas yo los maltrataba para hacerlos blasfemar; y mi furia
creció hasta el punto de perseguirlos en ciudades extranjeras.
12Viajando
en este empeño hacia Damasco, con autoridad y encargo de los sumos sacerdotes, 13un mediodía nos envolvió a
mí y a mis acompañantes una luz celeste más brillante que el sol.
14Caímos
todos a tierra y yo escuché una voz que me decía en hebreo: Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues? De que te sirve tirar coces contra el aguijón. 15Pregunté: ¿Quién eres,
Señor? Y el Señor respondió: Soy Yahshúa, a quien tú persigues. 16Ponte en pie; que para
esto me he aparecido a ti, para nombrarte servidor y testigo de que me has
visto y de lo que te haré ver. 17Te
defenderé de tu pueblo y de los paganos a los que te envío. 18Les abrirás los ojos para
que se conviertan de las tinieblas a la luz, del dominio de Satanás a Dios, y
para que reciban, por la fe en mí, el perdón de los pecados y su parte en la
herencia de los consagrados.
19No
desobedecí, rey Agripa, a la visión celeste, sino que me puse a predicar: 20primero a los de Damasco,
después a los de Jerusalén, en toda la Judea y a los paganos, que se
arrepintieran y se convirtieran a Dios, con prácticas válidas de penitencia. 21Por este motivo se
apoderaron de mí los judíos e intentaron acabar conmigo.
22Pero,
protegido por Dios hasta hoy, he podido seguir dando testimonio ante pequeños y
grandes, sin enseñar otra cosa que lo que predijeron los profetas y Moisés, a
saber, 23que el Mesías
había de padecer, resucitar el primero de la muerte y anunciar la luz a su
pueblo y a los paganos.
24Cuando
Pablo terminó su defensa, Festo dijo con voz firme:
—Estás
loco, Pablo. Tanto estudiar te ha vuelto loco.
25Replicó
Pablo:
—No
estoy loco, ilustre Festo, más bien pronuncio palabras verdaderas y sensatas. 26El rey entiende de todo
esto y a él me dirijo con franqueza; porque no creo que ignore nada de esto, ya
que son cosas que no sucedieron en lugares ocultos. 27¿Crees a los profetas, rey Agripa? Sé que les crees.
28Agripa
respondió a Pablo:
—Por
poco no me convences de hacerme cristiano.
29Respondió
Pablo:
—¡Quiera
Dios que por poco o por mucho, no sólo tú, sino todos los oyentes fueran hoy lo
que yo soy, pero sin estas cadenas!
30Se
levantaron el rey, el gobernador, Berenice y los asistentes, 31y al retirarse comentaban:
—Ese
hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel.
32Agripa
dijo a Festo:
—Podría
haberse marchado libre si no hubiera apelado al emperador.
Navegando
hacia Roma
27 |
1Cuando
se decidió que navegáramos hacia Italia, encomendaron a Pablo y a otros presos
a un centurión llamado Julio, de la cohorte Augusta. 2Nos embarcamos en una nave de Adrumeto, que iba a
partir hacia los puertos de Asia y zarpamos. Nos acompañaba Aristarco, un
macedonio de Tesalónica. 3Al
día siguiente arribamos a Sidón, y Julio, por consideración a Pablo, le
permitió ir a ver a sus amigos para que cuidaran de él. 4Zarpando de Sidón, costeamos Chipre, porque el viento
era contrario. 5Después,
atravesando mar abierto a lo largo de Cilicia y Panfilia, desembarcamos en Mira
de Licia. 6Allí encontró
el centurión una nave de Alejandría que navegaba a Italia y nos embarcó en
ella. 7Por varios días
avanzamos poco y nos costó llegar a Cnido; como el viento no era favorable,
costeamos Creta a lo largo de Salmona, 8y
pegados a la costa alcanzamos con dificultad un lugar llamado Puerto Bueno,
próximo a la ciudad de Lasaya. 9Habíamos
perdido mucho tiempo y la navegación se volvía peligrosa, porque había pasado
la época del ayuno, Pablo aconsejó:
10—Observo,
señores, que la navegación va a acarrear peligros y pérdidas, no sólo a la
carga y a la embarcación, sino a nuestras vidas.
11Pero
el centurión confiaba más en el capitán y en el patrón del barco que en Pablo. 12Como el puerto no era apto
para invernar, la mayoría prefería hacerse a la mar, con la esperanza de
alcanzar e invernar en Fénix, un puerto de Creta orientado a noroeste y
suroeste.
Tempestad
13Se
levantó un viento sur, y pensando que el plan era realizable, levaron anclas y
costearon de cerca Creta. 14Muy
pronto, del lado de la isla, se desató un viento huracanado, que llaman Euroaquilón. 15El barco fue arrastrado, y como no podíamos navegar
contra el viento, nos dejamos llevar a la deriva. 16Mientras pasábamos al reparo de un islote llamado
Clauda, logramos con mucho esfuerzo controlar el bote salvavidas. 17Lo izaron a bordo y
aseguraron la embarcación con sogas de refuerzo. 18Por temor a encallar en las Sirtes, soltamos los
flotadores y navegamos a la deriva. Al día siguiente, como la tormenta
arreciaba, empezaron a tirar parte del cargamento; 19al tercer día, con sus propias manos, se deshicieron
del aparejo del barco. 20Durante
varios días no se vio el sol ni las estrellas, y como la tormenta no amainaba,
se acababa toda esperanza de salvación.
21Llevábamos
días sin comer cuando Pablo se puso de pie en medio y dijo:
—Amigos,
debían haberme hecho caso y no salir de Creta, nos hubiéramos ahorrado estos
peligros y pérdidas. 22De
todas maneras, les ruego que tengan ánimo, que no se perderá ninguna vida; sólo
la embarcación.
23Anoche
se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y venero 24y me dijo: No temas,
Pablo; tienes que comparecer ante el emperador; Dios te concede la vida de los
que viajan contigo. 25Por
tanto, ¡ánimo, amigos! Confío en Dios que sucederá lo que me han dicho. 26Encallaremos en una isla.
27Era
ya la decimocuarta noche y seguíamos a la deriva por el Adriático. A medianoche
los marineros presintieron que nos acercábamos a tierra. 28Descolgaron la sonda y midieron treinta y seis metros;
al poco rato la soltaron de nuevo y midieron unos veintisiete metros. 29Temiendo estrellarse
contra los arrecifes, soltaron cuatro anclas a popa y rezaban para que se
hiciese de día. 30Los
marineros intentaban abandonar el barco. Ya descolgaban el bote con el pretexto
de soltar anclas a proa, 31cuando
Pablo dijo al centurión y a los soldados:
—Si
ésos no se quedan en el barco, ustedes no se salvarán.
32Así
que los soldados cortaron las cuerdas del bote y lo dejaron caer al mar.
33Cuando
amanecía, Pablo invitó a todos a comer algo:
—Llevan
catorce días a la expectativa y sin comer nada; 34les aconsejo que coman algo, que les ayudará a
salvarse. Nadie perderá ni un pelo de la cabeza.
35Dicho
esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a
comer. 36Se animaron
todos y comieron. 37Éramos
en la nave doscientas setenta y seis personas. 38Comieron hasta saciarse y después vaciaron el barco
arrojando el grano al mar.
39Se
hizo de día. Los marineros no reconocían la tierra, pero distinguieron una
ensenada con una playa, y decidieron, como pudieran, varar la nave allá. 40Soltaron las anclas y las
dejaron caer al mar, a la vez que aflojaban las correas del timón; izaron la
vela de popa a favor del viento y enfilaron hacia la playa.
41Pero,
al pasar entre dos corrientes, la nave se encalló, la proa se hincó y quedó
inmóvil y la popa se deshizo por la violencia del oleaje.
42Los
soldados decidieron matar a los presos para que ninguno escapase a nado; 43pero el capitán, queriendo
salvar la vida a Pablo, se lo impidió y ordenó que los que sabían nadar
saltaran los primeros y ganaran tierra. 44Los
demás seguirían en tablones o en otras piezas de la nave. De ese modo todos llegaron
con vida a tierra.
Malta
y Roma
28 |
1Ya
a salvo, pudimos identificar la isla de Malta. 2Los nativos nos trataron con desacostumbrada
amabilidad. Como llovía y hacía frío, encendieron una hoguera y nos acogieron.
3Mientras
Pablo recogía un haz de leña y la arrimaba al fuego, una víbora, ahuyentada por
el calor, se sujetó a la mano de Pablo. 4Cuando
los nativos vieron el animal colgado de su mano, comentaban:
—Mal
asesino tiene que ser este hombre, que se ha salvado del mar y la justicia
divina no lo deja vivir.
5Pero
él sacudió el animal en el fuego y no sufrió daño alguno.
6Ellos
esperaban que se hinchase o cayese muerto de repente. Tras mucho esperar, y
viendo que no le sucedía nada de particular, cambiaron de opinión y decían que
era un dios.
7En
aquella región tenía una finca el gobernador de la isla, llamado Publio. Nos
hospedó amablemente tres días.
8El
padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería.
Pablo
se acercó a él, oró, le impuso las manos y lo sanó.
9Como
consecuencia del suceso, los demás enfermos de la isla acudían y se sanaban. 10Nos colmaron de honores y,
cuando partimos, nos proveyeron de lo necesario.
11Al
cabo de tres meses zarpamos en una nave alejandrina que había invernado en la
isla y estaba dedicada a los Dióscuros. 12Arribamos
a Siracusa, donde nos detuvimos tres días.
13Desde
allí, dando una vuelta, alcanzamos Regio.
Al
cabo de un día se levantó un viento sur, y en dos días llegamos a Pozzuoli. 14Encontramos unos hermanos
que nos invitaron a quedarnos con ellos una semana. Así llegamos a Roma.
15Los
hermanos de allí, al oír noticias nuestras, salieron a recibirnos al Foro Apio
y Tres Tabernas. Pablo al verlos dio gracias a Dios y cobró ánimo.
16Llegados
a Roma permitieron a Pablo alojarse por su cuenta con el soldado de guardia.
17Pasados
tres días convocó a los judíos principales y, cuando se reunieron, les habló:
—Hermanos,
aunque no hice nada contra el pueblo o las costumbres paternas, los de
Jerusalén me entregaron preso a los romanos. 18Éstos me examinaron y, al no hallar en mí ningún
delito capital, decidieron dejarme libre. 19Se
opusieron los judíos y yo me vi obligado a apelar al emperador, sin intención
de acusar a mi nación. 20Por
este motivo los he llamado para verlos y hablarles. Porque por la esperanza de
Israel me encuentro encadenado.
21Le
respondieron:
—Nosotros
no hemos recibido de Judea cartas acerca de ti ni ha llegado ningún hermano con
noticias o hablando mal de ti. 22Con
todo, nos gustaría escuchar lo que piensas, porque estamos informados de que
por todas partes se habla de esa secta.
23Señalaron
una fecha y acudieron muchos a su alojamiento.
Desde
la mañana hasta el atardecer estuvo explicándoles sobre el reino de Dios,
esforzándose por ganarlos para Yahshúa, apelando a la ley de Moisés y a los
profetas. 24Unos se
dejaban convencer, otros se resistían a creer.
25Cuando
se despedían sin ponerse de acuerdo, Pablo pronunció su última palabra:
—¡Con
razón dijo el Espíritu Santo a sus padres por medio del profeta Isaías!:
26Ve a decir a ese pueblo:
Por más que oigan, no comprenderán;
por más que vean, no conocerán.
27Porque el corazón de este pueblo
se ha endurecido,
se taparon los oídos y cerraron los ojos,
por temor de que sus ojos vean,
que sus oídos oigan,
que su corazón comprenda,
que se conviertan y que yo los sane.
28Sepan
entonces que esta salvación de Dios va a ser anunciada a los paganos y ellos la
escucharán. 29[[Y después
de haber dicho esto, los judíos se fueron discutiendo fuertemente entre sí.]]
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