PRIMERA CARTA DE JUAN (RESTAURADA)
1 juan
Introducción
Las tres cartas, tradicionalmente atribuidas a san Juan, presentan
una temática común, en especial la primera y la segunda.
La tercera es un escrito ocasional muy breve, de apenas quince
versículos, redactada por el «Anciano» o «Presbítero», alabando la hospitalidad
de la comunidad otorgada a los hermanos itinerantes.
La segunda consta de trece versículos, aunque posee mayor
densidad teológica. Contiene los siguientes elementos: un breve saludo, hecho
por el «Presbítero» a la señora «Elegida» –apelativo poético para designar a la
comunidad– (1-3); el precepto de la caridad o el vivir según la verdad (4-6);
la irrupción de los antiel Mesíass y el criterio de la verdad (7-10) y un
saludo final (12s). Resulta llamativa la semejanza con la primera carta
respecto a su vocabulario y fórmulas teológicas. Puede ser considerada como su
breve resumen. Sobresalen estos paralelismos: Idéntico conflicto en la
comunidad: 1 Jn 4,1-3 = 2 Jn 7; y la práctica del amor como la concreción viva
del evangelio: 1 Jn 4,10-12 = 2 Jn 6.
Los problemas más difíciles y de mayor interés son los que se
plantean acerca de la primera carta. No es un escrito voluminoso: poco más de
la séptima parte del evangelio de Juan y poco menos de la cuarta parte del
Apocalipsis. Su lectura pública duraría unos veinte minutos.
Forma literaria. Es difícil catalogarla con rigor, aunque la primera impresión
que se desprende de su lectura es la característica de una carta o una homilía,
pero no es ni carta ni homilía. Aunque habitualmente se la designa como carta,
no es al estilo de las típicas cartas paulinas, con destinatario, con el nombre
del autor, con saludos personales. El más oscuro anonimato la envuelve. Es un
poco de todo (carta, homilía, tratado sistemático); posee género literario
peculiar y único. Puede ser considerada como circular a distintas comunidades,
al mismo tiempo que un escrito kerigmático (proclamación) y parenético
(exhortación). Al ser englobada dentro de las Cartas católicas (véase la
introducción a la Carta de Santiago), parece que se ha visto en ella una
especie de carta magna o encíclica, válida para toda la Iglesia. Pero esta
carta con pretensiones universales, posee un hábitat preciso, pues refiere
acontecimientos concretos surgidos en el seno de la comunidad a la que el autor
se dirige (2,18s). No obstante, estas advertencias localizadas pueden ser
fácilmente aplicadas a otras comunidades; de ahí que el autor no mencione ni el
lugar determinado ni las personas en cuestión, para que su escrito no tuviese
un valor coyuntural ni restringido, sino de alcance universal, abierto al
horizonte de toda la Iglesia.
Autor. La autoría de esta carta (y también de la segunda y tercera)
está en relación estrecha con la problemática del autor del cuarto evangelio,
pues existe una gran afinidad temática y de estilo.
Las tres cartas se deben a la misma mano –en este punto todos los
autores están de acuerdo–, aunque esa mano resulte misteriosa.
El título de «Anciano» con que se designa a sí mismo, no alude a
un simple maestro (un escriba o un teólogo), encargado de aclarar algún punto
doctrinal, entonces debatido. Posee ya un sentido técnico dentro del Nuevo
Testamento y del ámbito eclesiástico. El «Anciano» se muestra en las cartas
como responsable de la comunidad, a la que conoce bien y quiere ayudar
pastoralmente con sus imperativos y exhortaciones; es el garante de la
tradición evangélica.
No dice su nombre, pero sus lectores sabían quién era. Este
empleo tan singular parece confirmar la opinión de que se alude a un hombre de
Iglesia especialmente venerado y destacado en aquel ámbito.
Situación vital. ¿A qué Iglesia va destinada esta carta? A las Iglesias cristianas
de la provincia de Asia Menor (la escuela de Juan o las siete Iglesias del
Apocalipsis). La generación de cristianos es de segunda o tercera hora, no
tienen ya contacto inmediato con los acontecimientos pascuales y apostólicos.
Se da un alejamiento cronológico y espacial. Son, pues, cristianos nuevos, y
habitan lejos de Palestina. Su conducta está basada en la escucha de la palabra
de los testigos que lo vieron todo desde el principio.
El movimiento gnóstico (acceso a Dios por conocimientos
misteriosos) sigue adelante con respecto a lo que contienen las cartas de Pablo
(cfr. Col y Ef). La parusía está todavía esperada pero con una cierta
languidez. Nos situamos, pues, al final del s. I.
En esta carta se debate un engaño, que es difícil de reconstruir
a partir de los datos internos de la carta. Ésta responde al error, pero no lo
define. Hay un frente herético, surgido dentro de la comunidad (2,19) y que en
parte ha provocado algunas salidas de la comunidad. Los calificativos que
definen a tales personajes «antiel Mesíass», «pseudo-profetas», apuntan hacia
la herejía gnóstica. ¿Qué tipo de gnosis? Se trata de una gnosis doctrinal con
consecuencias morales.
Existe un error doctrinal: Es el Mesíaslógico-soteriológico. La
herejía afirma que Yahshúa no es el El Mesías, ni el Hijo de Dios, no ha venido
en la carne (2,24; 4,15; 5,1; 5,5). Se niega la Encarnación (4,2) y también la
Redención por su sangre (5,6). Rechazan a Yahshúa como Salvador (4,14). La
doctrina el Mesíaslógica de estos personajes (los antiel Mesíass), aunque no se
percibe en su totalidad, posee ciertos rasgos afines con la orientación que
tomará el gnosticismo del s. II: desvalorización del Yahshúa histórico y
negación de la redención por la sangre.
También se da un error moral unido ideológicamente al el Mesíaslógico-soteriológico.
No creen necesitar de la redención por la sangre de Yahshúa, porque los
gnósticos estiman que están en posesión plena del Espíritu Santo; se encuentran
por tanto por encima de toda moral. Niegan los pecados personales y pretenden
tener una conexión directa con Dios. No se sienten obligados a cumplir los
mandamientos de la ley de Dios porque ya son perfectos. Desprecian en
particular el mandamiento del amor fraterno, porque profesan un individualismo
exaltado (aman directamente a Dios y no quieren saber nada del hermano).
¿Cómo afrontar el error? El autor afronta esta peligrosa situación mediante tres
recursos:
Concienciación: ayuda a caer en la cuenta de la viva realidad y
exigencia de la vida cristiana.
Discernimiento entre lo que es ser cristiano auténtico y ser
pseudo-cristiano.
Criterios que dan la certeza de estar en comunión con el Padre y
el Hijo, que es la esencia de la vida cristiana.
El autor pretende, en definitiva, confirmar y verificar la
comunidad, la viva comunión –koinonia– que tenemos con Dios.
Síntesis teológica. Toda la carta pretende dilucidar quiénes son los que están
verdaderamente en comunión con Dios, quiénes son los creyentes y los antiel
Mesíass. Se dan criterios que se van reduciendo a uno solo en dos dimensiones:
la caridad, y su raíz, la fe. Al mismo tiempo es la fe el Mesíaslógica la raíz
de la caridad, de nuestra acción generada en nosotros por el Espíritu.
La primera carta representa un vigoroso esfuerzo de
«concentración sobre lo esencial». Puede resumirse perfectamente con este
rótulo explicativo: «Centralidad de la el Mesíaslogía. La fe en Yahshúa el
Mesías, el Hijo de Dios venido en la carne, modelo de amor».
Este rasgo corresponde a una situación de crisis. Los cristianos
no podían hacer frente al error sino mediante una intensa labor sapiencial, de
profundización, para encontrar el auténtico mensaje del evangelio en sus
elementos fundamentales. El discernimiento de los verdaderos cristianos se
dilucida en la confesión de «Yahshúa el Mesías venido en la carne» (4,2; cfr. 2
Jn 7). La exhortación de las cartas viene a reducirse a acoger el amor de Yahshúa
(creer) para poder darlo a otros (amar). Esta enseñanza se halla muy bien
formulada: «Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Yahshúa
el Mesías y nos amemos unos a otros como él nos mandó» (3,23). La centralidad
de la el Mesíaslogía se hace así tan decisiva como en el evangelio.
El error combatido por Juan es ante todo de tipo doctrinal. Las
alusiones contenidas en la carta parecen indicar que los falsos doctores
rehusaban atribuir al hombre Yahshúa un papel necesario en la comunión con
Dios. Disociaban el El Mesías, ser celeste y glorioso, del hombre Yahshúa,
quien ha vivido y ha muerto por nosotros. Esto significaba prácticamente negar
la encarnación en el plano doctrinal y desconocer su significación en el plano
existencial. Contra este error, Juan enseña con fuerza inusitada la fe en este
hombre Yahshúa, el Hijo de Dios encarnado, «que se ofreció en sacrificio para
que nuestros pecados sean perdonados y no sólo los nuestros, sino los de todo
el mundo» (2,2), en quien la vida se ha manifestado (1,2) y en donde se ha
revelado el amor de Dios por nosotros. Esta fe constituye el cimiento que
fundamenta todo el edificio cristiano. Quien lo ignora, va a la ruina. El
conocimiento de Dios se hace ilusorio, la comunidad fraternal de los hijos de
Dios se disuelve. Las afirmaciones de Juan son elocuentes por ellas mismas
(4,2-3; 5,11s).
¿Qué nos enseña en concreto esta comunidad joánica? Es preciso
destacar la dimensión más sobresaliente: la esencialidad y profundidad de Yahshúa.
Otras comunidades neo-testamentarias han hecho otras aportaciones: en la línea
de la Iglesia, en la línea parenética, en su valoración del compromiso con la
proclamación de la cercanía del Reino. La comunidad joánica habla de Yahshúa,
lo confiesa como Señor y como Dios (cfr. Jn 1,1; 10,33; 20,28; 1 Jn 5,21) y
habla de la necesidad de «creer en él y amar a los hermanos». No se aprecian en
sus instrucciones y exhortaciones otros criterios o puntos de referencia.
Que esta visión resulta excesivamente esquemática lo demostró la
historia de la comunidad. Uno de los grupos joánicos se quedó con un Yahshúa
tan celestial que olvidó su dimensión humana y, en consecuencia, se disolvió en
un gnosis atemporal.
En este punto las palabras del autor son tremendamente
requisitorias: amenaza con el anatema a quienes niegan la humanidad de Yahshúa,
llamándolos antiel Mesíass. Los pasajes más directamente duros y polémicos de
la carta (2,18-26 y 4,1-6) son aquellos en que la confesión de El Mesías
encarnado aparece como la marca distintiva de los verdaderos cristianos.
Humanidad de El Mesías que se proclama precisamente a través de lo que en ella
más desconcierta: la muerte. Su muerte voluntaria (3,16), su muerte como
víctima expiatoria (2,2; 4,10). A continuación, el autor propone la conducta de
Yahshúa como modelo que es preciso seguir: actuar como el actuó: «Quien dice
que permanece en él, ha de vivir como él vivió» (2,6). Y la formulación «como»
tiene fuerza de fundamento.
Todas estas orientaciones
se sitúan en la línea ética de la carta, una ética el Mesíaslógica, que brota
de la realidad histórica de la existencia vivida por Yahshúa y por él propuesta
como modelo a seguir.
Afirma la carta: «Dios es amor: quien conserva el amor permanece
con Dios y Dios con él» (1 Jn 4,16b). Una afirmación como ésta se mueve en un
terreno equívoco, si no lo apuntalamos con ayuda de algunos cimientos. El amor,
en primer lugar, tiene nombre propio. Ha tomado rostro visible en Yahshúa el
Mesías. El creyente, según S. Juan, ama a Dios en la fe de Yahshúa el Mesías,
que entregó su vida en la cruz por todos. Para que este acontecimiento del
pasado pueda hacerse actual y eficaz para todas las generaciones, Juan indica
la presencia permanente del Espíritu Santo, quien actualiza la obra de la
salvación (4,13; 3,24).
Es preciso añadir otra observación, que nunca debería olvidarse:
el amor de Dios no puede separarse del amor fraterno. «Si uno dice que ama a
Dios mientras odia a su hermano, miente» (4,20). Para poder comprender
correctamente el mensaje joánico es preciso no olvidar la sospecha que recae
sobre el amor de Dios –a quien no vemos–, si no va acompañado y verificado por
su correlativo inseparable: el amor del hermano, a quien vemos (4,20).
Conclusión. Esta primera carta de Juan es perfectamente válida y actual,
porque introduce en la teología la categoría de la sospecha, de la sana
sospecha, del interrogante, a fin de verificar continuamente la relación del
discípulo con Dios y comprobar si responde o no a la verdad del evangelio.
El mensaje de la carta se engarza perfectamente en el evangelio,
en lo que tiene de más esencial. Ningún verso lo resume quizás mejor que éste:
«nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tuvo» (4,16) y
«quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con él» (4,16). Ahora bien,
no se permanece en el amor mas que viviéndolo en el humilde ejercicio de cada
día del amor fraterno, viviendo «como él vivió» (2,6).
Prólogo
1 |
1Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es lo que
les anunciamos: la palabra de vida. 2La
vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y les anunciamos la vida eterna
que estaba junto al Padre y se nos manifestó. 3Lo que vimos y oímos se lo anunciamos también a ustedes
para que compartan nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con
su Hijo Yahshúa el Mesías. 4Les
escribimos esto para que la alegría de ustedes sea completa.
Luz y pecado
5Éste
es el mensaje que le oímos y les anunciamos: que Dios es luz sin mezcla de
tinieblas. 6Si decimos
que compartimos su vida mientras caminamos a oscuras, mentimos y no procedemos
con sinceridad. 7Pero si
caminamos en la luz, como él está en la luz, estamos en comunión unos con otros
y la sangre de su Hijo Yahshúa nos limpia de todo pecado.
8Si
decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. 9Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de todo
delito. 10Si decimos que
no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no está en
nosotros.
2 |
1Hijos
míos, les escribo esto para que no pequen. Pero si alguien peca, tenemos un
abogado ante el Padre, Yahshúa el Mesías el Justo. 2Él se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados
sean perdonados y no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo.
Verdadero conocimiento de Dios
3La
señal de que lo conocemos es que cumplimos sus mandamientos. 4Quien dice que lo conoce y
no cumple sus mandamientos miente y no es sincero. 5Pero quien cumple su palabra, ése ama perfectamente a
Dios. En eso conocemos que estamos con él. 6Quien
dice que permanece con él ha de vivir como él vivió.
7Queridos,
no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenían
desde el principio. El mandamiento antiguo es el mensaje que ustedes oyeron. 8Y, sin embargo, se lo doy
como mandamiento nuevo, que se hace realidad en Yahshúa el Mesías y en ustedes;
porque se alejan las tinieblas y la luz verdadera ya alumbra.
9Quien
dice que está en la luz mientras odia a su hermano sigue en tinieblas. 10Quien ama a su hermano
permanece en la luz y no tropieza. 11Quien
odia a su hermano está en tinieblas, camina en tinieblas y no sabe adónde va,
porque la oscuridad le ciega los ojos.
Vencer al Maligno
12Hijos
míos, les escribo a ustedes porque sus pecados han sido perdonados por el
nombre de Yahshúa.
13Padres,
les escribo a ustedes porque conocen al que existe desde el principio.
Jóvenes, les escribo a ustedes porque
han vencido al Maligno.
14Hijos,
les he escrito porque ustedes conocen al Padre.
15No
amen al mundo ni lo que hay en él: quien ama al mundo no posee el amor del
Padre. 16Porque todo lo
que hay en el mundo, los malos deseos de la naturaleza humana, la codicia de
los ojos y el orgullo de las riquezas no procede del Padre, sino del mundo. 17Y el mundo pasa con sus
codicias; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece por siempre.
El Mesías y los anti Mesías
18Hijos
míos, estamos en la última hora. Han oído que ha de venir el Anti Mesías; en
realidad ya han venido muchos anti Mesías, y eso nos demuestra que es la última
hora. 19Salieron de entre
nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros,
habrían permanecido con nosotros. Así mostraron que no eran de los nuestros.
20Ustedes
han recibido la unción del Espíritu, y todos tienen la verdadera sabiduría.
21No
les escribo porque desconocen la verdad, sino porque la conocen y porque
ninguna mentira procede de la verdad. 22¿Quién
es el mentiroso, sino quien niega que Yahshúa es el El Mesías? Ése es el Antiel
Mesías: quien niega al Padre y al Hijo. 23Quien
niega al Hijo no acepta al Padre; quien confiesa al Hijo acepta al Padre. 24En cuanto a ustedes
permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio. Si conservan en su
corazón lo que oyeron al principio, también ustedes permanecerán con el Hijo y
con el Padre. 25Y ésta es
la promesa que él nos hizo: la vida eterna.
26Les
escribo estas cosas pensando en aquellos que tratan de engañarlos. 27Ustedes conserven la
unción que recibieron de Yahshúa el Mesías y no tendrán necesidad de que nadie
les enseñe; porque su unción, que es verdadera e infalible, los instruirá
acerca de todo. Lo que les enseñe consérvenlo. 28Ahora, hijitos, permanezcan con él, y así, cuando se
manifieste, tendremos confianza y no nos avergonzaremos de él en el día de su
venida. 29Si ustedes
saben que él es justo, sabrán que quien practica la justicia es hijo suyo.
Hijos de Dios
3 |
1Miren
qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y
realmente lo somos. Por eso el mundo no nos reconoce, porque no lo reconoce a
él.
2Queridos,
ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.
3Todo
el que tiene puesta en Yahshúa el Mesías esta esperanza se purifica, así como
él es puro. 4Quien comete
pecado quebranta la ley: el pecado es la rebeldía a la ley. 5Y saben que él se manifestó
para quitar los pecados y él notuvo pecado. 6Quien permanece con él no peca; quien peca no lo ha
visto ni conocido. 7Hijitos,
que nadie los engañe: quien practica la justicia es justo como lo es él. 8Quien comete pecado procede
del Diablo, porque el Diablo es pecador desde el principio; y el Hijo de Dios
apareció para destruir las obras del Diablo. 9Nadie que sea hijo de Dios comete pecado, porque
permanece en él la semilla de Dios; y no puede pecar, porque ha sido engendrado
por Dios.
El mandamiento del amor
10Los
hijos de Dios y los del Diablo se reconocen así: quien no practica la justicia
ni ama a su hermano no procede de Dios. 11El
mensaje que oyeron desde el principio es que nos amemos los unos a los otros. 12No como Caín, que procedía
del Maligno y asesinó a su hermano. Y, ¿por qué lo asesinó? Porque sus acciones
eran malas y las de su hermano buenas. 13No
se extrañen, hermanos, si el mundo los odia. 14Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la
vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. 15Quien odia a su hermano es
homicida, y saben que ningún homicida posee la vida eterna. 16Hemos conocido lo que es
el amor en aquel que dio la vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos
dar la vida por los hermanos. 17Si
uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón
y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? 18Hijitos, no amemos de
palabra y con la boca, sino con obras y de verdad. 19Así conoceremos que procedemos de la verdad y
tendremos ante él la conciencia tranquila, 20y
aunque la conciencia nos acuse, Dios es más grande que nuestra conciencia y lo
sabe todo. 21Queridos, si
la conciencia no nos acusa, podemos confiar en Dios, 22y recibiremos de él lo que pidamos, porque cumplimos
sus mandatos y hacemos lo que le agrada. 23Y
éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Yahshúa el Mesías y
nos amemos unos a otros como él nos mandó. 24Quien
cumple sus mandatos permanece con Dios y Dios con él. Y sabemos que permanece
con nosotros por el Espíritu que nos ha dado.
Discernimiento de espíritu
4 |
1Queridos
míos, no crean a todos los que se dicen inspirados, más bien, pongan a prueba
su inspiración, para ver si procede de Dios; porque han aparecido en el mundo
muchos falsos profetas. 2En
esto reconocerán al que Dios inspira todo: espíritu que confiesa que Yahshúa el
Mesías vino en carne mortal procede de Dios; 3todo espíritu que no confiesa a Yahshúa no procede de
Dios, sino más bien del Antiel Mesías. Oyeron que iba a venir, ahora ya está en
el mundo. 4Hijitos míos,
ustedes son de Dios y han vencido a esos falsos profetas, porque el que está en
ustedes es más poderoso que el que está en el mundo. 5Ellos son del mundo: por eso hablan de cosas mundanas y
el mundo los escucha. 6Nosotros
somos de Dios, y quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos
escucha. Así distinguimos el espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira.
Dios es amor
7Queridos,
amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios; todo el que ama es hijo de
Dios y conoce a Dios. 8Quien
no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor. 9Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al
mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él. 10En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que, ofreciéndose
en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.
11Queridos,
si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos unos a otros. 12A Dios nunca lo ha visto
nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios
ha llegado a su plenitud en nosotros. 13Reconocemos
que está con nosotros y nosotros con él porque nos ha hecho participar de su
Espíritu. 14Nosotros lo
hemos contemplado y atestiguamos que el Padre envió a su Hijo como Salvador del
mundo.
15Si
uno confiesa que Yahshúa es Hijo de Dios, Dios permanece con él y él con Dios. 16Nosotros hemos conocido y
hemos creído en el amor que Dios nos tuvo. Dios es amor: quien conserva el amor
permanece con Dios y Dios con él. 17El
amor llegará en nosotros a su perfección si somos en el mundo lo que él fue y
esperamos confiados el día del juicio. 18En
el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el temor. Porque el
temor se refiere al castigo, y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto. 19Nosotros amamos porque él
nos amó antes. 20Si uno
dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al
hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 21Y el mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame
también a su hermano.
Conclusión
5 |
1Todo
el que cree que Yahshúa es el El Mesías es hijo de Dios y todo el que ama al
Padre ama también al Hijo. 2Si
amamos a Dios y cumplimos sus mandatos, es señal de que amamos a los hijos de
Dios. 3Porque el amor de
Dios consiste en cumplir sus mandatos, que no son una carga. 4Todo el que es hijo de Dios
vence al mundo; y ésta es la victoria que venció al mundo: nuestra fe. 5¿Quién vence al mundo sino
el que cree que Yahshúa es el Hijo de Dios? 6Es el que vino con agua y sangre, Yahshúa el Mesías: no
sólo con agua, sino con agua y sangre. Y el Espíritu, que es la verdad, da
testimonio, porque el Espíritu es la verdad. 7Tres son los testigos: 8el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres
concuerdan. 9Si aceptamos
el testimonio humano, más convincente es el testimonio de Dios. 10Quien cree en el Hijo de
Dios posee el testimonio; quien no cree a Dios lo deja por mentiroso al no
creer el testimonio que Dios ha dejado acerca de su Hijo. 11El testimonio declara que Dios nos ha dado vida eterna
y que esa vida está en su Hijo. 12Quien
acepta al Hijo posee la vida; quien no acepta al Hijo de Dios no posee la vida.
13Les escribo esto a
ustedes, los que creen en la persona del Hijo de Dios para que sepan que poseen
vida eterna.
14Nos
dirigimos a Dios con la confianza de que, si pedimos algo según su voluntad,
nos escuchará. 15Y si
sabemos que nos escucha cuando le pedimos, sabemos que ya poseemos lo que hemos
pedido. 16Si uno ve a su
hermano cometiendo un pecado que no lleva a la muerte, rece y Dios dará vida al
hermano. Me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte: porque
hay pecados que son mortales, por ellos no digo que rece. 17Toda maldad es pecado, pero hay pecados que no
acarrean la muerte. 18Sabemos
que el que ha nacido de Dios no peca, porque el Engendrado por Dios lo protege
para que el Maligno no lo toque.
19Sabemos
que procedemos de Dios, mientras que el mundo entero pertenece al Maligno.
20Sabemos
que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para conocer al que es
Verdadero. Y nosotros permanecemos en el que es Verdadero y con su Hijo Yahshúa
el Mesías. Él es el Dios verdadero y la vida eterna. 21Hijitos míos, cuídense de los ídolos.
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