EL LIBRO RESTAURADO DE LOS HECHOS

 

hechos

Introducción

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) –el mismo del tercer evangelio– a quien el autor dedica su escrito.

El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

 

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Yahshúa. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por El Mesíasa sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».

Este carácter misionero hace que sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 o 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.

Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos –aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido– como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

 

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Yahshúa en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

 

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de El Mesíasy su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.

La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

 

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy. Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Yahshúa en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Yahshúa nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

(cfr. Lc 1,1-4)

1

1En mi primer libro, querido Teófilo, conté todo lo que Yahshúa hizo y enseñó desde el principio 2hasta el día que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido.

Promesa del Espíritu Santo

3Después de su pasión, se les había presentado vivo durante cuarenta días, dándoles muchas pruebas, mostrándose y hablando del reino de Dios. 4Mientras comía con ellos, les encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre: la promesa que yo les he anunciado –les dijo–: 5que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.

Ascensión de Yahshúa

(cfr. Lc 24,50-52)

6Estando ya reunidos le preguntaban:

—Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?

7Él les contestó:

—No les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad. 8Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

9Dicho esto, los apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista. 10Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personas vestidas de blanco se les presentaron 11y les dijeron:

—Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Yahshúa, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.

 

Primer informe sobre la comunidad de Jerusalén

12Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista de Jerusalén tan sólo lo que la ley permite caminar en día sábado. 13Cuando llegaron, subieron al piso superior donde se alojaban. Estaban Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Zelota y Judas de Santiago.

14Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Yahshúa y sus parientes, permanecían íntimamente unidos en la oración.

Elección de Matías y primer discurso de los Hechos

15Un día de aquellos Pedro se puso de pie en medio de los hermanos, ciento veinte personas reunidas, y dijo:

16—Queridos hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo profetizó por medio de David acerca de Judas, el que guió a los que arrestaron a Yahshúa, 17que era uno de los nuestros y compartía nuestro ministerio. 18Con el dinero que le pagaron por su maldad compró un terreno, cayó de cabeza, su cuerpo se abrió y se le salieron las entrañas. 19Todos los vecinos de Jerusalén se enteraron, de modo que el terreno se llama en su lengua Haquéldama, es decir Campo de Sangre. 20Porque está escrito en el libro de los Salmos:

Quede su morada despoblada

sin que nadie la habite,

y que su puesto lo ocupe otro.

21Ahora bien, es necesario que uno de los que nos acompañaron mientras el Señor Yahshúa estaba entre nosotros, 22desde el bautismo de Juan hasta que nos fue quitado, sea constituido junto con nosotros testigo de su resurrección.

23Designaron a dos: José, llamado Barsabás, apodado Justo, y Matías.

24Después rezaron así:

—Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, indícanos a cuál de los dos eliges 25para ocupar el puesto de este ministerio apostólico, que Judas abandonó para marchar al lugar que le correspondía.

26La suerte tocó a Matías y fue incorporado a los once apóstoles.

 

 

 

 

 

 

Pentecostés

(cfr. Jn 20,22)

2

1Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos. 2De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. 3Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. 4Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse.

5Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. 6Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma. 7Fuera de sí por el asombro, comentaban:

—¿Acaso los que hablan no son todos galileos? 8¿Cómo es que cada uno los oímos en nuestra lengua nativa? 9Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, Ponto y Asia, 10Frigia y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes: todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas de Dios.

12Fuera de sí y perplejos, comentaban:

—¿Qué significa esto?

13Otros se burlaban diciendo:

—Han tomado demasiado vino.

 

Pedro, testigo de la resurrección

14Pedro se puso de pie con los Once y levantando la voz les dirigió la palabra:

—Judíos y todos los que habitan en Jerusalén, sépanlo bien y presten atención a lo que voy a decir.

15Estos hombres no están ebrios, como ustedes sospechan, ya que no son más que las nueve de la mañana. 16Sino que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel:

17En los últimos tiempos –dice Dios–

derramaré mi espíritu sobre todos:

sus hijos e hijas profetizarán,

sus jóvenes verán visiones

y sus ancianos tendrán sueños;

18también sobre mis servidores

y mis servidoras

derramaré mi espíritu aquel día

y profetizarán.

19Haré prodigios arriba en el cielo

y abajo en la tierra:

sangre, fuego, humareda;

20el sol aparecerá oscuro,

la luna ensangrentada,

antes de llegar el día del Señor,

grande y glorioso.

21Todos los que invoquen

el nombre del Señor se salvarán.

22Israelitas, escuchen mis palabras:

—Yahshúa de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien saben. 23A éste hombre, entregado conforme a los planes y propósitos que Dios tenía hechos de antemano, ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. 24Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó, porque la muerte no podía retenerlo.

25David dice refiriéndose a él:

Pongo siempre delante al Señor:

con él a la derecha no vacilaré.

26Por eso se me alegra el corazón,

mi lengua canta llena de gozo

y mi carne descansa esperanzada:

27porque no me dejarás en la muerte

ni permitirás que tu devoto

conozca la corrupción.

28Me enseñaste el camino de la vida,

me llenarás de gozo en tu presencia.

29Hermanos, permítanme que les diga con toda franqueza: el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros. 30Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente carnal suyo se sentaría en su trono, 31previó y predijo la resurrección del Mesías, diciendo que no quedaría abandonado en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción. 32A este Yahshúa lo resucitó Dios y todos nosotros somos testigos de ello. 33Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y oyendo.

34Porque David no subió al cielo, sino que dice:

Dijo el Señor a mi Señor:

Siéntate a mi derecha,

35hasta que ponga tus enemigos

debajo de tus pies.

36Por tanto, que todo el pueblo de Israel reconozca que a este Yahshúa crucificado por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.

37Lo que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:

—¿Qué debemos hacer, hermanos?

38Pedro les contestó:

—Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Yahshúa el Mesías, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. 39Porque la promesa ha sido hecha para ustedes y para sus hijos y para todos aquellos que están lejos a quienes llamará el Señor nuestro Dios.

40Y con otras muchas razones les hablaba y los exhortaba diciendo:

—Pónganse a salvo, apártense de esta generación malvada.

41Los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres mil personas.

Segundo informe: la primera comunidad cristiana

42Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.

43Ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos.

44Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común.

45Vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno.

46A diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. 47Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba.

El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando.

 

 


Sanación de un paralítico

(cfr. Lc 5,17-26)

3

1Pedro y Juan subían al templo para la oración de media tarde. 2Un hombre paralítico de nacimiento solía ser transportado diariamente y colocado a la puerta del templo llamada la Hermosa, para pedir limosna a los que entraban en el templo. 3Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. 4Pedro, acompañado de Juan, lo miró fijamente y le dijo:

—Míranos.

5Él los observaba esperando recibir algo de ellos. 6Pero Pedro le dijo:

—No tengo plata ni oro pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Yahshúa el Mesías, el Nazareno, levántate y camina.

7Y tomándolo de la mano derecha lo levantó. De inmediato se le robustecieron los pies y los tobillos, 8se levantó de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo, paseando, saltando y alabando a Dios.

9Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios; 10y, al reconocer que era el que pedía limosna sentado a la puerta Hermosa del templo, se llenaron de asombro y estupor ante lo sucedido. 11Como seguía sujetado a Pedro y a Juan, toda la gente corrió asombrada hacia ellos, al pórtico de Salomón.

Discurso de Pedro en el pórtico

12Pedro, al verlos, les dirigió la palabra:

—Israelitas, ¿por qué se asombran y se quedan así, mirándonos como si hubiéramos hecho caminar a éste con nuestro propio poder o santidad? 13El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Yahshúa, al que entregaron y rechazaron ante Pilato, que había sentenciado ponerlo en libertad.

14Ustedes rechazaron al santo e inocente, y pidieron como una gracia la libertad de un homicida 15mientras dieron muerte al Señor de la vida. Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello.

16Porque ha creído en su Nombre, éste que ustedes conocen y están viendo ha recibido de ese Nombre vigor, y la fe que proviene de él le ha dado salud completa en presencia de todos ustedes.

17Ahora bien, hermanos, sé que tanto ustedes como sus jefes lo hicieron por ignorancia. 18Sólo que Dios ha cumplido así lo anunciado por todos los profetas, que su Mesías iba a padecer.

19Ahora, arrepiéntanse y conviértanse para que todos sus pecados sean perdonados, 20y así el Señor hará venir tiempos de consuelo y enviará a Yahshúa, el Mesías destinado desde el principio para ustedes.

21Él tiene que permanecer en el cielo hasta el tiempo de la restauración universal que anunció Dios desde antiguo por medio de sus santos profetas.

22Moisés dijo:

El Señor Dios les hará surgir

de entre sus hermanos

un profeta como yo,

escuchen lo que diga.

23El que no escuche a aquel profeta

será excluido de su pueblo.

24Todos los profetas, desde Samuel y por turno, hablaron y anunciaron estos tiempos. 25Ustedes son herederos de los profetas y de la alianza que Dios otorgó a nuestros padres, cuando dijo a Abrahán: En tu descendencia serán benditas todas las familias del mundo.

26Dios resucitó a su siervo y lo envió, primero a ustedes, para bendecirlos haciendo que cada uno se convierta de sus maldades.


Pedro y Juan ante el Consejo

4

1Mientras hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, 2irritados porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio de Yahshúa. 3Los detuvieron y, como ya era tarde, los metieron en prisión hasta el día siguiente. 4Muchos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil.

5Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes, los ancianos y los letrados, 6también Anás el sumo sacerdote y Caifás, Juan y Alejandro y todos los familiares de sumos sacerdotes. 7Hicieron comparecer a los apóstoles y los interrogaban:

—¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso?

8Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió:

—Jefes del pueblo y ancianos: 9por haber hecho un bien a un enfermo, hoy nos interrogan para saber de qué manera ha sido sanado este hombre.

10Conste a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre ha sido sanado en nombre de Yahshúa el Mesías el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitó de la muerte.

Gracias a él, este hombre está sano en presencia de ustedes. 11Él es la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular. 12En ningún otro se encuentra la salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados.

13Al ver la seguridad de Pedro y Juan y notando que eran hombres simples y sin instrucción, se admiraban; también sabían que habían sido compañeros de Yahshúa 14pero, viendo junto a ellos al hombre que había sido sanado, se quedaron sin réplica.

15Ordenaron entonces que salieran del tribunal y se pusieron a deliberar:

16—¿Qué hacemos con estos hombres? Han hecho un milagro evidente, todos los vecinos de Jerusalén lo saben y no podemos negarlo. 17Pero, para que no se siga divulgando entre el pueblo, los amenazaremos para que no vuelvan a mencionar ese nombre a nadie.

18Los llamaron y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar en nombre de Yahshúa.

19Pedro y Juan les replicaron:

—¿Juzguen ustedes si es correcto a los ojos de Dios que les obedezcamos a ustedes antes que a él? Júzguenlo. 20Nosotros, no podemos callar lo que hemos visto y oído.

21Repitiendo sus amenazas los dejaron en libertad, ya que no encontraban la manera de castigarlos, por temor al pueblo, que daba gloria a Dios por lo sucedido.

22El hombre beneficiado con la señal de la sanación tenía más de cuarenta años.

 

Oración de la comunidad

23Al verse libres, se reunieron con sus compañeros y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los letrados. 24Al oírlos, íntimamente unidos a una voz oraron a Dios diciendo:

—Señor, que hiciste el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen; 25que por boca de tu siervo David, inspirado por el Espíritu Santo, dijiste:

¿Por qué se agitan las naciones

y los pueblos planean en vano?

26Se levantaron los reyes de la tierra

y los gobernantes se aliaron

contra el Señor y contra su Ungido.

27De hecho, en esta ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Yahshúa, tu Ungido, Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel, 28para ejecutar cuanto había determinado tu mano y tu designio. 29Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu mensaje con toda franqueza. 30Extiende tu mano para que sucedan sanaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Yahshúa.

31Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban reunidos, se llenaron de Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.

Comunidad de bienes

32La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común.

33Con gran energía daban testimonio de la resurrección del Señor Yahshúa y eran muy estimados. 34No había entre ellos ningún necesitado, porque los que poseían campos o casas los vendían, 35y entregaban el dinero a los apóstoles, quienes repartían a cada uno según su necesidad.

36Un tal José, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa Consolado, levita y chipriota de nacimiento, 37poseía un campo: lo vendió, y puso el dinero a disposición de los apóstoles.


Ananías y Safira

5

1Un tal Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una posesión, 2se quedó con parte del dinero, llevó lo restante y lo puso a disposición de los apóstoles. 3Pedro le dijo:

—Ananías, ¿Por qué dejaste que Satanás se adueñara de ti y mentiste al Espíritu Santo quedándote con parte del precio del campo? 4¿No podías conservarlo? O, si lo vendías, ¿no podías quedarte con el precio? ¿Qué te movió a proceder así? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

5Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto y los que lo oyeron se atemorizaron. 6Fueron unos muchachos, lo cubrieron y lo llevaron a enterrar.

7Unas tres horas más tarde llegó su esposa sin saber lo sucedido.

8Pedro le dirigió la palabra:

—Dime, ¿vendieron el campo a este precio?

—Sí –contestó–.

9Pedro replicó:

—¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, los que han enterrado a tu marido están ya pisando el umbral de la puerta para llevarte también a ti.

10Al instante cayó muerta a sus pies. Entraron los muchachos y la encontraron muerta; la sacaron y la enterraron junto a su marido.

11Toda la Iglesia y cuantos se enteraron quedaron llenos de temor.

Tercer informe: milagros

(Lc 4,38-41; 5,12-26)

12Los apóstoles realizaban muchas señales y milagros entre el pueblo. Todos íntimamente unidos acudían al pórtico de Salomón; 13pero de los extraños nadie se atrevía a juntarse con ellos aunque el pueblo los estimaba mucho. 14Se les iba agregando un número creciente de creyentes en el Señor, hombres y mujeres; 15y hasta sacaban los enfermos a la calle y los colocaban en catres y camillas, para que al pasar Pedro, al menos su sombra los cubriera.

16También los vecinos de los alrededores de Jerusalén llevaban enfermos y poseídos de espíritus inmundos, y todos se sanaban.

Persecución

17Entonces el sumo sacerdote y los suyos, es decir, el partido saduceo, llenos de celos, 18hicieron arrestar a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública.

19Pero de noche el ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó de la prisión y les encargó:

20—Vayan al templo y anuncien al pueblo este nuevo modo de vida.

21Los apóstoles obedecieron y por la mañana muy temprano entraron al templo y se pusieron a enseñar.

Entre tanto, se presentó el sumo sacerdote con los suyos, convocaron el Consejo y a todo el senado del pueblo de Israel, y enviaron gente a la cárcel para traerlos.

22Cuando los guardias llegaron a la prisión no los encontraron y volvieron 23con este informe:

—Encontramos la cárcel asegurada con cerrojos, los guardias de pie junto a la puerta; abrimos y no encontramos a nadie dentro.

24Al oír el informe, el comisario del templo y los sumos sacerdotes quedaron desconcertados, sin entender lo que había sucedido.

25En ese momento se presentó uno y anunció:

—Los hombres que ustedes encarcelaron están en el templo instruyendo al pueblo.

26Entonces el comisario del templo salió con sus ayudantes y trajeron a los apóstoles, pero sin violencia, porque temían que el pueblo los apedrease. 27Los condujeron y los presentaron al Consejo.

El sumo sacerdote los interrogó:

28—Les habíamos ordenado no enseñar mencionando ese nombre, y han llenado Jerusalén con su doctrina y quieren hacernos responsables de la muerte de ese hombre.

29Pedro y los apóstoles replicaron:

—Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

30El Dios de nuestros padres ha resucitado a Yahshúa, a quien ustedes ejecutaron colgándolo de un madero. 31A él, Dios lo ha sentado a su derecha, nombrándolo jefe y salvador, para ofrecer a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. 32De estos hechos, nosotros somos testigos con el Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en él.

33Al oír estas cosas se indignaron y, deliberaban condenarlos a muerte. 34Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, muy estimado de todo el pueblo se levantó y ordenó que hicieran salir a los acusados. 35Luego se dirigió a la asamblea diciendo:

—Israelitas, fíjense bien en lo que van a hacer con estos hombres. 36Porque no hace mucho surgió Teudas que se hacía pasar por un gran personaje, y le siguieron unos cuatrocientos hombres. Lo mataron y todos sus seguidores se dispersaron y acabaron en nada. 37Más tarde, durante el censo, surgió Judas el Galileo y arrastró mucha gente del pueblo. También él pereció y todos sus partidarios se desparramaron.

38Por eso, ahora les aconsejo que no se metan con esos hombres, sino que los dejen en paz, porque si esta idea o esta obra que ellos intentan hacer fuera cosa de hombres, fracasará; 39pero si es cosa de Dios, no podrán destruirlos y estarán luchando contra Dios.

Le hicieron caso, 40llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Yahshúa y los despidieron.

41Ellos se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por el nombre de Yahshúa. 42Y no cesaban todo el día, en el templo o en casa, de enseñar y anunciar la Buena Noticia del Mesías Yahshúa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


La institución de los Siete

6

1Por entonces, al aumentar el número de los discípulos, empezaron los de lengua griega a murmurar contra los de lengua hebrea, porque sus viudas quedaban desatendidas en la distribución diaria de los alimentos.

2Los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron:

—No es justo que nosotros descuidemos la Palabra de Dios para servir a la mesa; 3por tanto, hermanos, elijan entre ustedes a siete hombres de buena fama, dotados de Espíritu y de prudencia, y los encargaremos de esa tarea. 4Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.

5Todos aprobaron la propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía.

6Los presentaron a los apóstoles, y éstos después de orar les impusieron las manos.

7El mensaje de Dios se difundía, en Jerusalén crecía mucho el número de los discípulos, y muchos sacerdotes abrazaban la fe.

 

Esteban detenido

8Esteban, lleno de gracia y poder, hacía grandes milagros y señales entre el pueblo.

9Algunos miembros de la sinagoga de los Emancipados, gente de Cirene y Alejandría, de Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; 10pero no conseguían contrarrestar la sabiduría y espíritu con que hablaba.

11Entonces sobornaron a algunos para que declararan haberlo oído blasfemar contra Moisés y contra Dios. 12Amotinaron al pueblo, incluidos ancianos y letrados, y llegando sorpresivamente lo arrestaron y lo condujeron al Consejo.

13Allí presentaron testigos falsos que declararon:

—Este hombre no para de hablar contra nuestro lugar santo y contra la ley; 14lo hemos oído afirmar que Yahshúa el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos dio Moisés.

15En ese momento todos los que estaban sentados en el Consejo fijaron la vista en él y vieron que su rostro parecía el de un ángel.

 


Discurso de Esteban

7

1El sumo sacerdote lo interrogó:

—¿Es eso verdad?

2Él contestó:

—Hermanos y padres, escuchen. Cuando nuestro padre Abrahán residía en Mesopotamia, antes de trasladarse a Jarán, se le apareció el Dios de la gloria 3y le dijo:

Sal de tu tierra y de tu parentela

y ve a la tierra que te indicaré.

4Así que salió de Caldea y se estableció en Jarán. Al morir su padre, lo trasladó de allí a esta tierra, donde ustedes habitan ahora. 5Pero no le dio una propiedad donde afincarse, sino que le prometió darle en posesión este país a él y a su descendencia. Cuando aún no tenía hijos, 6Dios le habló así: Tus descendientes serán emigrantes en tierra extranjera; los esclavizarán y maltratarán cuatrocientos años. 7Al pueblo que lo esclavice yo lo juzgaré –dijo Dios–. Después saldrán y me darán culto en este lugar. 8Como señal de la alianza le dio la circuncisión. Y así al nacer su hijo Isaac lo circuncidó al octavo día. Isaac engendró a Jacob y Jacob a los doce patriarcas. 9Los patriarcas, envidiosos de José, lo vendieron para que lo llevaran a Egipto; pero Dios estaba con él 10y lo libró de todas sus desgracias. Hizo que se ganase el favor del faraón, rey de Egipto, por su prudencia, el cual lo nombró gobernador de Egipto y de su entera corte. 11Sobrevino una carestía en Egipto y Canaán, una época de gran escasez, de suerte que nuestros antepasados no encontraban provisiones. 12Al enterarse Jacob de que había trigo en Egipto envió en una primera expedición a nuestros antepasados. 13En una segunda expedición, José se dio a conocer a sus hermanos y el faraón se enteró del origen de José. 14José mandó llamar a Jacob su padre y a toda la familia, unas setenta y cinco personas. 15Jacob bajó a Egipto, donde murió, lo mismo que nuestros antepasados. 16Sus restos fueron trasladados a Siquén y depositados en el sepulcro que Abrahán había comprado por dinero a los jamoritas de Siquén. 17Cuando se acercaba la hora de cumplirse la promesa que Dios había hecho a Abrahán, el pueblo había crecido y se había multiplicado en Egipto. 18Subió al trono de Egipto un rey que no sabía nada de José, 19ese rey maltrató con astucia a nuestros padres, y los obligó a abandonar a los recién nacidos para que no sobrevivieran.

La figura de Moisés

20Era la época en que nació Moisés, el cual agradaba a Dios. Durante tres meses lo criaron en la casa paterna; 21después lo abandonaron, y la hija del faraón lo adoptó y educó como hijo suyo. 22Moisés se formó en toda la cultura egipcia: era eficaz de palabra y de obra.

23Al cumplir cuarenta años se le ocurrió ir a visitar a sus hermanos israelitas. 24Viendo que uno era maltratado, salió en su defensa y vengó a la víctima matando al egipcio.

25Pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios iba a salvarlos por su mano; pero ellos no lo comprendieron.

26Al día siguiente se presentó a unos que peleaban e intentó reconciliarlos diciendo: ustedes son hermanos, ¿por qué se maltratan? 27Pero el que estaba golpeando al otro lo rechazó diciendo: ¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? 28¿Pretendes matarme como mataste ayer al egipcio?

29Al oírlo, Moisés se escapó y se estableció en Madián, donde engendró dos hijos.

30Pasados cuarenta años, se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, en la llama de una zarza que ardía. 31Moisés quedó maravillado ante el espectáculo, y, cuando se acercaba para reconocerlo, se oyó la voz del Señor: 32Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés, temblando, no se atrevía a mirar. 33El Señor le dijo: Quítate las sandalias de los pies, que estás en lugar sagrado. 34He visto cómo sufre mi pueblo en Egipto, he escuchado su queja y he bajado a liberarlos. Y ahora yo te envío a Egipto. 35A este Moisés, a quien habían rechazado diciendo: ¿Quién te ha nombrado jefe y juez?, Dios lo envió como liberador por medio del ángel que se le apareció en el zarzal. 36Él los sacó realizando milagros y señales en Egipto, en el Mar Rojo y cuarenta años en el desierto. 37Éste es el Moisés que dijo a los israelitas: Dios suscitará de entre ustedes un profeta como yo. 38Éste es el que en la asamblea, en el desierto, trataba con el ángel que le había hablado en el monte Sinaí a él y a nuestros padres; el que recibió palabras de vida que luego nos comunicó. 39Nuestros padres no quisieron obedecerle, al contrario lo rechazaron y desearon volver a Egipto. 40Y pidieron a Aarón: Fabrícanos un dios que vaya delante de nosotros, porque no sabemos qué ha sido de ese Moisés, que nos sacó de Egipto. 41Entonces hicieron el becerro, ofrecieron sacrificios al ídolo y celebraron fiesta en honor de la obra de sus manos. 42Así que Dios decidió entregarlos al culto de los astros del cielo, como está escrito en los libros proféticos: Casa de Israel ¿acaso ustedes me ofrecieron víctimas y sacrificios estos cuarenta años en el desierto? 43Transportaron la tienda de Moloc y la estrella del dios Refán y las imágenes que fabricaron para adorarlas. Por eso yo los deportaré más allá de Babilonia.

El Templo

44Nuestros padres en el desierto tenían la tienda del Testimonio, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que la fabricara, conforme al modelo que le había mostrado. 45Nuestros padres recibieron esta tienda como herencia y, bajo el mando de Josué, la introdujeron en el país conquistado a los paganos, a los que Dios iba expulsando a su paso; y duró hasta el tiempo de David.

46David obtuvo el favor de Dios y solicitó permiso para construir una morada al Dios de Jacob. 47Pero tocó a Salomón construirle el templo; 48si bien el Altísimo no habita en construcciones humanas, como dice el profeta:

49El cielo es mi trono

y la tierra la tarima de mis pies:

¿qué casa me van a construir?

–dice el Señor–,

¿qué lugar para mi descanso?

50¿No ha hecho mi mano todo esto?

Invectiva final

51¡Ustedes, duros de cabeza, infieles de corazón, cerrados a la verdad, siempre resisten al Espíritu Santo; y son iguales a sus padres! 52¿Hubo algún profeta que sus padres no persiguieran? Mataron a los que profetizaban la venida del Justo, el mismo al que ahora han entregado y asesinado 53ustedes que recibieron la ley por intermedio de ángeles y no la cumplieron.

 

Muerte de Esteban

54Cuando oyeron estas cosas se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él.

55Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijando la vista en el cielo, vio la gloria de Dios y a Yahshúa a la derecha de Dios, 56y dijo:

—Estoy viendo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios.

57Ellos comenzaron a gritar, se taparon los oídos y todos se arrojaron contra él, 58lo arrastraron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo.

Los testigos habían dejado los mantos a los pies de un muchacho llamado Saulo. 59Mientras lo apedreaban, Esteban invocó:

—Señor Yahshúa, recibe mi espíritu.

60Y arrodillado, gritó con voz potente:

—Señor, no les tengas en cuenta este pecado.

Y dicho esto, murió.


 

8

1aSaulo estaba allí y aprobó la muerte de Esteban.

 

Persecución y predicación en Samaría

(cfr. Lc 21,7-19)

1bAquel día se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén, de modo que todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por el territorio de Judea y Samaría. 2Hombres piadosos sepultaron a Esteban y le ofrecieron un solemne funeral.

3Saulo, por su parte, perseguía a la Iglesia, se metía en las casas, tomaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

4Los dispersos recorrían el país anunciando la Buena Noticia.

Felipe

5Felipe bajó a una ciudad de Samaría y allí proclamaba al Mesías.

6La multitud escuchaba con atención e íntimamente unida a lo que Felipe decía, porque oían y veían las señales que realizaba. 7Espíritus inmundos salían de los poseídos dando grandes voces; muchos paralíticos y lisiados se sanaban, 8y la ciudad rebosaba de alegría.

9Desde hacía tiempo había en la ciudad un hombre llamado Simón que practicaba la magia, tenía impresionada a la gente de Samaría y se hacía pasar por un gran personaje.

10Todos, del mayor al menor, le escuchaban y comentaban:

—Éste es la Fuerza de Dios, ésa que es llamada Grande.

11Le escuchaban porque durante bastante tiempo los había tenido encantados con su magia. 12Pero, cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba la Buena Noticia del reino de Dios y el nombre de Yahshúa Mesías, todos, hombres y mujeres, se bautizaron.

13También Simón creyó y se bautizó, y seguía constantemente a Felipe, asombrado al ver los grandes milagros y señales que hacía.

Pedro y Juan

14En Jerusalén los apóstoles se enteraron que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, y les enviaron a Pedro y Juan. 15Éstos bajaron y rezaron para que recibieran el Espíritu Santo 16porque todavía no había bajado sobre ninguno de ellos y sólo estaban bautizados en el nombre del Señor Yahshúa.

17Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.

Simonía

18Viendo Simón que, mediante la imposición de las manos de los apóstoles, se concedía el Espíritu, les ofreció dinero 19diciendo:

—Denme también a mí ese poder de conferir el Espíritu Santo al que le imponga las manos.

20Pedro le replicó:

—¡Maldito seas tú con tu dinero, si crees que el don de Dios se compra con dinero! 21Este poder no es para ti ni te corresponde, porque Dios no aprueba tu actitud. 22Arrepiéntete de tu maldad y pide que se te perdone tu error. 23Te veo convertido en hiel amarga y atado en lazos de maldad.

24Respondió Simón:

—Rueguen ustedes al Señor por mí, para que no me suceda nada de lo que acabas de decir.

25Ellos, después de dar testimonio exponiendo el mensaje del Señor, se volvieron a Jerusalén, anunciando por el camino la Buena Noticia en muchos pueblos de Samaría.

Felipe y el eunuco

(cfr. Is 56,3-8)

26El ángel del Señor dijo a Felipe:

—¡Levántate! Dirígete al sur, al camino que conduce de Jerusalén a Gaza –un camino desierto–.

27Él se puso en camino.

Sucedió que un eunuco etíope, ministro de la reina Candaces y administrador de sus bienes, 28volvía de una peregrinación a Jerusalén, sentado en su carroza y leyendo la profecía de Isaías.

29El Espíritu dijo a Felipe:

—Acércate y camina junto a la carroza.

30Felipe la alcanzó de una carrera y oyó que estaba leyendo la profecía de Isaías, y le preguntó:

—¿Entiendes lo que estás leyendo?

Contestó:

31—¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica?

Y lo invitó a subir y sentarse junto a él.

32El texto de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente:

Como cordero llevado al matadero,

como oveja ante el esquilador, muda,

así él no abrió la boca.

33Lo humillaron

negándole la justicia;

¿quién podrá hablar

de su descendencia

ya que su vida

es arrancada de la tierra?

34El eunuco preguntó a Felipe:

—Dime, por favor, ¿por quién lo dice el profeta? ¿Por sí o por otro?

35Felipe tomó la palabra y, comenzando por aquel texto, le explicó la Buena Noticia de Yahshúa.

36Siguiendo camino adelante llegaron a un lugar donde había agua, y el eunuco le dijo:

—Ahí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?

37Contestó Felipe:

—¿Crees de todo corazón?

Respondió el eunuco:

—Creo que Yahshúa el Mesías es el Hijo de Dios.

38Mandó parar la carroza, bajaron los dos hasta el agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. 39Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, de modo que el eunuco no lo vio más; y continuó su viaje muy contento.

40Felipe apareció por Azoto, y recorriendo la región iba anunciando la Buena Noticia a todas las poblaciones hasta que llegó a Cesarea.


Conversión de Pablo

9

1Saulo, respirando amenazas contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote 2y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco autorizándolo para llevar presos a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres y mujeres.

3Iba de camino, ya cerca de Damasco, cuando de repente lo deslumbró una luz que venía del cielo. 4Cayó en tierra y oyó una voz que le decía:

—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

5Contestó:

—¿Quién eres, Señor?

Le dijo:

—Yo soy Yahshúa, a quien tú persigues. 6Ahora levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer.

7Los acompañantes se detuvieron mudos, porque oían la voz pero no veían a nadie. 8Saulo se levantó del suelo y, al abrir los ojos, no veía. Lo tomaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco, 9donde estuvo tres días, ciego, sin comer ni beber.

10Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. En una visión le dijo el Señor:

—¡Ananías!

Respondió:

—Aquí me tienes, Señor.

11Y el Señor le dijo:

—Encamínate a la Calle Mayor y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso: lo encontrarás orando.

12En una visión Saulo contemplaba a un tal Ananías que entraba y le imponía las manos y en ese momento recobraba la vista. 13Ananías respondió:

—Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y contar todo el daño que ha hecho a los consagrados de Jerusalén. 14Ahora está autorizado por los sumos sacerdotes para arrestar a los que invocan tu nombre.

15Le contestó el Señor:

—Ve, que ése es mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre paganos, reyes e israelitas. 16Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre.

17Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo:

—Saulo, hermano, me envía el Señor Yahshúa, el que se te apareció cuando venías por el camino, para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.

18Al instante se le cayeron de los ojos como unas escamas, recobró la vista, se levantó, se bautizó, 19comió y recobró las fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos de Damasco.

20Muy pronto se puso a proclamar en las sinagogas que Yahshúa era el Hijo de Dios. 21Todos los oyentes comentaban asombrados:

—¿No es éste el que perseguía en Jerusalén a los que invocan dicho nombre y ha venido acá para llevárselos presos ante los sumos sacerdotes?

22Pero Saulo iba ganando fuerza y confundía a los judíos que vivían en Damasco, afirmando que Yahshúa era el Mesías. 23Pasados bastantes días los judíos decidieron eliminarlo; 24pero Pablo se enteró de su plan. Y, como los judíos custodiaban las puertas de la ciudad día y noche para eliminarlo, 25una noche los discípulos lo descolgaron por el muro, escondido en una canasta.

Pablo en Jerusalén

26Al llegar a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos; pero ellos le tenían miedo, porque no creían que fuera discípulo. 27Bernabé, haciéndose cargo de él, se lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado y con qué franqueza había anunciado en Damasco el nombre de Yahshúa.

28Saulo se quedó en Jerusalén, moviéndose libremente; anunciaba valientemente el nombre de Yahshúa, 29conversaba y discutía con los judíos de lengua griega, pero estos tramaban su muerte. 30Sus hermanos, al enterarse lo acompañaron hasta Cesarea y lo enviaron a Tarso.

31La Iglesia entera de Judea, Galilea y Samaría gozaba de paz, se iba construyendo, vivía en el temor del Señor y crecía animada por el Espíritu Santo.

 

Sanación de Enéas

(cfr. Lc 5,17-26)

32En uno de sus viajes bajó Pedro a visitar a los consagrados que habitaban en Lida. 33Encontró a un tal Eneas, que llevaba ocho años en cama paralítico.

34Pedro le dijo:

—Eneas, Yahshúa el Mesías te sana. Levántate y arregla la cama.

Al instante se levantó. 35Todos los vecinos de Lida y Sarón lo vieron y se convirtieron al Señor.

Resurrección de Tabita

(cfr. Lc 8,49-56)

36En Jafa vivía una discípula llamada Tabita –que significa gacela–: repartía muchas limosnas y hacía obras de caridad. 37Sucedió por entonces que cayó enferma y murió. La lavaron y la colocaron en el piso superior. 38Como Lida está cerca de Jafa, los discípulos, oyendo que Pedro se encontraba allí, enviaron dos hombres a buscarlo:

—Ven por acá sin tardanza.

39Pedro se fue con ellos. Al llegar, lo llevaron al piso de arriba. Las viudas lo rodearon y llorando le mostraban las túnicas y mantos que hacía Gacela mientras vivía con ellas.

40Pedro hizo salir a todos, se arrodilló y rezó; después, vuelto hacia el cadáver, ordenó:

—Gacela, levántate.

Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. 41Él le dio la mano y la hizo levantar. Después llamó a los consagrados y a las viudas y se la presentó viva.

42El hecho se supo en toda Jafa, y muchos creyeron en el Señor. 43Pedro se quedó algún tiempo en Jafa, en casa de Simón el curtidor.

Pedro y Cornelio


 

10

1Vivía en Cesarea un tal Cornelio, capitán de la cohorte itálica; 2hombre piadoso, que veneraba a Dios con toda su familia. Hacía muchas limosnas al pueblo y oraba constantemente a Dios.

3A eso de las tres de la tarde, vio claramente en una visión a un ángel de Dios que entraba en su habitación y le decía:

—Cornelio.

4Él lo miró asustado y dijo:

—¿Qué quieres, Señor?

Le contestó:

—Tus oraciones y limosnas han subido a la presencia de Dios y son tenidas en cuenta. 5Ahora envía gente a Jafa, a buscar a un tal Simón, por sobrenombre Pedro. 6Se aloja en casa de Simón el curtidor, al lado del mar.

7Cuando se marchó el ángel que le hablaba, llamó a dos criados y a un soldado piadoso y de confianza, 8les explicó el asunto y los envió a Jafa.

9Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar. Como era cerca del mediodía, 10sintió apetito y quiso comer algo. Mientras se lo preparaban, cayó en éxtasis. 11Vio el cielo abierto y un objeto como un mantel enorme, descolgado por las cuatro puntas hasta el suelo: 12contenía toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves.

13Y oyó una voz:

—¡Vamos, Pedro, mata y come!

14Pedro respondió:

—De ningún modo, Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro.

15Por segunda vez sonó la voz:

—Lo que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro.

16Esto se repitió tres veces y enseguida el objeto fue elevado al cielo.

17Mientras Pedro, desconcertado, se interrogaba sobre el significado de la visión, los enviados de Cornelio que habían preguntado por la casa de Simón, se presentaron a la puerta, 18y preguntaron si se alojaba allí Simón, de sobrenombre Pedro. 19Pedro seguía dándole vueltas a la visión, cuando el Espíritu le dijo:

—Mira, tres hombres preguntan por ti. 20Levántate, baja y sin dudarlo vete con ellos, porque yo los he enviado.

21Pedro bajó a donde estaban y les dijo:

—Soy yo el que buscan, ¿para qué vinieron?

22Contestaron:

—El capitán Cornelio, hombre honrado que venera a Dios, apreciado por todo el pueblo judío, ha recibido de un ángel santo el encargo de llamarte y escuchar tus palabras.

23Pedro los hizo entrar y les dio alojamiento. 24Al día siguiente se puso en camino con ellos, acompañado de algunos hermanos de Jafa. Al otro día llegaron a Cesarea. Cornelio los estaba esperando y había reunido a sus parientes y amigos íntimos. 25Cuando Pedro entró, Cornelio le salió al encuentro, y se arrodilló a sus pies en señal de veneración.

26Pedro lo levantó y le dijo:

—Levántate, que yo no soy más que un hombre.

27Conversando con él, entró y encontró a muchos reunidos, 28entonces se dirigió a ellos diciendo:

—Ustedes saben que a cualquier judío le está prohibido juntarse o visitar a personas de otra raza. Pero Dios acaba de enseñarme que no se debe considerar profano o impuro a ningún hombre. 29Por eso, cuando me llamaron, vine sin dudarlo. Ahora deseo saber para qué me han llamado.

30Cornelio contestó:

—Hace tres días, a esta hora, estaba yo recitando la oración de la tarde en mi casa, cuando un hombre con un traje resplandeciente se presentó ante mí 31y me dijo: Cornelio, tu oración y tus limosnas han sido escuchadas por Dios y son tenidas en cuenta. 32Envía gente a Jafa y llama a Simón, por sobrenombre Pedro, que se aloja en casa de Simón el curtidor, junto al mar. 33Enseguida te hice llamar y tú has tenido la bondad de venir. Estamos todos en presencia de Dios dispuestos a escuchar lo que el Señor te ha mandado decirnos.

 

 

 

 

En casa de Cornelio

34Pedro tomó la palabra:

—Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas sino que, 35acepta a quien lo respeta y practica la justicia, de cualquier nación que sea.

36Él comunicó su palabra a los israelitas y anuncia la Buena Noticia de la paz por medio de Yahshúa, el Mesías, que es Señor de todos.

37Ustedes ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan.

38Cómo Dios ungió a Yahshúa de Nazaret con Espíritu Santo y poder: él pasó haciendo el bien y sanando a los poseídos del Diablo, porque Dios estaba con él. 39Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén.

Ellos le dieron muerte colgándolo de un madero. 40Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, 41no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de su resurrección.

42Nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. 43Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él, en su nombre reciben el perdón de los pecados.

44Pedro no había acabado de hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los oyentes.

45Los creyentes convertidos del judaísmo se asombraban al ver que el don del Espíritu Santo también se concedía a los paganos; 46ya que los oían hablar en diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios.

Entonces intervino Pedro:

47—¿Puede alguien impedir que se bauticen con agua los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?

48Y ordenó que los bautizaran invocando el nombre de Yahshúa el Mesías. Ellos le rogaron que se quedaran unos días.


Informe de Pedro en Jerusalén

11

1Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea oyeron que también los paganos habían aceptado la Palabra de Dios.

2Cuando Pedro subió a Jerusalén, los judíos convertidos discutían con él 3diciendo que había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos.

4Pedro les contó detalladamente lo sucedido:

5—Estaba yo orando en Jafa, cuando tuve una visión en éxtasis: un objeto, como un mantel enorme, se descolgaba por las cuatro puntas desde el cielo y llegaba hasta mí. 6Me fijé atentamente y vi cuadrúpedos, fieras, reptiles y aves. 7Oí una voz que me decía: ¡Pedro, levántate, mata y come! 8Contesté: De ningún modo, Señor, yo nunca he comido nada profano o impuro. 9Por segunda vez me habló la voz desde el cielo: Lo que Dios declara puro tú no lo declares impuro.

10Esto sucedió tres veces y después todo fue llevado otra vez hacia el cielo.

11En aquel momento tres hombres enviados desde Cesarea llegaron a la casa donde me encontraba. 12El Espíritu me ordenó ir con ellos sin dudarlo. Me acompañaron estos seis hermanos y entramos en casa de aquel hombre.

13Él nos explicó que había visto en casa un ángel de pie que le decía: Envía gente a Jafa y haz venir a Simón, por sobrenombre Pedro, 14el cual te dirá palabras que serán la salvación tuya y de tu familia.

15Apenas empecé a hablar, cuando bajó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio sobre nosotros. 16Yo me acordé de lo que había dicho el Señor: Juan bautizó con agua, ustedes serán bautizados con Espíritu Santo.

17Ahora bien, si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor, Yahshúa el Mesías, ¿quién era yo para estorbar a Dios?

18Al oír el relato se calmaron y dieron gloria a Dios diciendo:

—Dios también ha concedido a los paganos el arrepentimiento que conduce a la vida.

La Iglesia de Antioquía

19Los que se habían dispersado durante la persecución ocasionada por Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, anunciando el mensaje solamente a los judíos. 20Entre ellos había algunos chipriotas y cireneos que, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar a los griegos anunciándoles la Buena Noticia del Señor Yahshúa.

21La mano del Señor los apoyaba, de modo que un gran número creyó y se convirtió al Señor. 22La noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, que envió a Bernabé a Antioquía.

23Al llegar y comprobar la gracia de Dios, se alegró 24y, como era hombre bueno, lleno de fe y de Espíritu Santo, exhortó a todos a ser fieles al Señor de todo corazón. Un buen número de personas se incorporó al Señor.

25Bernabé marchó a Tarso en busca de Saulo, 26y cuando lo encontró, lo condujo a Antioquía. Un año entero actuaron en aquella Iglesia instruyendo a una comunidad numerosa.

En Antioquía los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos.

27Por aquel tiempo bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. 28Uno de ellos, llamado Ágabo, se alzó inspirado y predijo una gran carestía universal –que sobrevino en tiempo de Claudio–.

29Entonces los discípulos decidieron enviar, cada cual según sus posibilidades, una ayuda a los hermanos que habitaban en Judea. 30Y así lo hicieron enviando las limosnas a los ancianos por medio de Bernabé y Saulo.

 

 

 

 

 


Martirio de Santiago – Pedro encarcelado

12

1Por aquel tiempo el rey Herodes emprendió una persecución contra algunos miembros de la Iglesia. 2Hizo degollar a Santiago, el hermano de Juan. 3Y, viendo que esto agradaba a los judíos, hizo arrestar a Pedro durante las fiestas de los Ázimos.

4Lo detuvo y lo metió en la cárcel, encomendando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno. Su intención era exponerlo al pueblo pasada la Pascua.

5Mientras Pedro estaba custodiado en la cárcel, la Iglesia rezaba fervientemente a Dios por él.

6La noche anterior al día en que Herodes pensaba presentarlo al pueblo, Pedro dormía entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, mientras los centinelas hacían guardia ante la puerta de la cárcel.

7De repente se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo:

—Levántate rápido.

Se le cayeron las cadenas de las manos 8y el ángel le dijo:

—Ponte el cinturón y cálzate las sandalias.

Así lo hizo.

Luego añadió:

—Cúbrete con el manto y sígueme.

9Salió Pedro detrás de él, sin saber si lo del ángel era real, porque le parecía que aquello era una visión.

10Pasaron la primera guardia y la segunda, llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle, que se abrió por sí sola. Salieron y, cuando llegaron al extremo de una calle, el ángel se alejó de él.

11Entonces Pedro, volviendo en sí, comentó:

—Ahora entiendo de veras que el Señor envió a su ángel para librarme del poder de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo judío.

12Ya recobrado, se dirigió a casa de la madre de Juan, de sobrenombre Marcos, donde unos cuantos se habían reunido para orar. 13Golpeó la puerta, y una criada llamada Rosa salió a abrir. 14Al reconocer la voz de Pedro, de pura alegría, no le abrió, sino que corrió a anunciar que Pedro estaba ante el portal.

15Le dijeron:

—¡Estás loca!

Pero ella insistía en que era cierto.

Replicaron:

—Será su ángel.

16Pedro seguía llamando. Le abrieron y cuando lo vieron no salían de su asombro.

17Él hizo un gesto con la mano para que se callaran y les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel.

Y añadió:

—Hagan saber esto a Santiago y a los hermanos.

Después salió y se dirigió a otro lugar.

18Cuando se hizo de día los soldados estaban muy confundidos por lo que había pasado con Pedro. 19Herodes lo buscó y, al no encontrarlo, interrogó a los guardias y los hizo ejecutar. Después, bajó de Judea y se quedó en Cesarea.

Muerte de Herodes

(cfr. 2 Mac 9)

20Herodes estaba enemistado con los habitantes de Tiro y Sidón. Ellos, de común acuerdo, se presentaron al rey, se ganaron a Blasto, camarero real, y pidieron la paz; ya que su país recibía las provisiones del territorio del rey. 21El día convenido, Herodes, vestido con traje real se sentó en su trono y les dirigió la palabra, 22el pueblo aclamaba:

—¡Ésta es voz de dios, no de hombre!

23De improviso lo hirió el ángel del Señor, por no haber reconocido la gloria de Dios, y murió comido de gusanos.

24La Palabra de Dios crecía y se difundía. 25Bernabé y Saulo, acabada su misión, se volvieron a Jerusalén, llevando consigo a Juan, de sobrenombre Marcos.


Misión de Pablo y Bernabé

13

1En la Iglesia de Antioquía había algunos profetas y doctores: Bernabé, Simeón el Negro, Lucio el Cireneo, Manajén, que se había criado con el tetrarca Herodes, y Saulo. 2Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo:

—Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la tarea a la que los tengo destinados.

3Ayunaron, oraron, e imponiéndoles las manos, los despidieron.

4Así, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, de allí navegaron a Chipre y, 5llegados a Salamina, anunciaban la Palabra de Dios en las sinagogas judías. Llevaban a Juan como colaborador.

6Atravesando la isla, llegaron a Pafos, donde encontraron a un mago y falso profeta judío que se llamaba BarYahshúa. 7Estaba en el séquito del gobernador Sergio Pablo, hombre inteligente, que había llamado a Bernabé y Saulo porque deseaba escuchar la Palabra de Dios.

8Pero se les opuso el mago Elimas, que así se traduce su nombre, que procuraba apartar al gobernador de la fe. 9Saulo, o sea Pablo, lleno de Espíritu Santo, lo miró fijamente 10y le dijo:

—¡Gran embustero y embaucador, hijo del Diablo y enemigo de toda justicia! ¿Cuándo acabarás de retorcer los caminos rectos de Dios? 11Mira, te herirá la mano de Dios y quedarás una temporada ciego sin ver el sol.

Al instante lo invadió una niebla oscura y andaba a tientas buscando a alguien que le diera la mano. 12Al ver lo sucedido, el gobernador profundamente impresionado ante la enseñanza del Señor, abrazó la fe.

En Antioquía de Pisidia

13Navegando desde Pafos, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó de ellos y se volvió a Jerusalén. 14Ellos continuaron desde Perge hasta Antioquía de Pisidia, y entrando un sábado en la sinagoga, tomaron asiento. 15Terminada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir:

—Hermanos, si tienen alguna palabra de aliento para el pueblo, pueden decirla.

16Pablo se levantó y, pidiendo silencio con la mano, dijo:

—Israelitas y todos los que temen a Dios, escúchenme: 17El Dios de este pueblo, el Dios de Israel eligió a nuestros padres y engrandeció al pueblo mientras residía en Egipto. Más tarde, con brazo poderoso los sacó de allí 18y durante cuarenta años los condujo por el desierto.

19Aniquiló a siete pueblos paganos de Canaán y entregó su territorio en heredad a Israel, 20por cuatrocientos cincuenta años; les dio jueces hasta el profeta Samuel. 21Entonces pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años.

22Lo depuso y nombró rey a David, de quien dio testimonio: Encontré a David, el de Jesé, un hombre a mi gusto, que cumplirá todos mis deseos.

23De la descendencia de David, según la promesa, sacó Dios a Yahshúa como salvador de Israel. 24Antes de su llegada Juan predicó un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.

25Hacia el fin de su carrera mortal Juan dijo: Yo no soy el que ustedes creen; detrás de mí viene uno al que no tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.

26Hermanos, descendientes de Abrahán, y todos los que temen a Dios: A ustedes se les envía este mensaje de salvación. 27Los vecinos de Jerusalén y sus jefes no acogieron a Yahshúa ni entendieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado. Pero, al juzgarlo, las cumplieron. 28Pidieron a Pilato que lo condenara, aunque no encontraron causa para una sentencia de muerte.

29Cuando se cumplió todo lo escrito de él lo descolgaron del madero y le dieron sepultura. 30Pero Dios lo resucitó de la muerte 31y se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén. Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.

32Y nosotros, les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros padres 33fue cumplida por él a sus descendientes, que somos nosotros, resucitando a Yahshúa, como está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

34Y que lo ha resucitado para que nunca se someta a la corrupción está anunciado así: Cumpliré las santas promesas hechas a David, aquellas que no pueden fallar.

35Y en otro lugar dice: No permitirás que tu fiel sufra la corrupción.

36Ahora bien, David, después de haber cumplido la voluntad de Dios durante su propia generación, murió, fue sepultado y sufrió la corrupción. 37En cambio, el que Dios resucitó no sufrió la corrupción.

38Sépanlo, hermanos, se les anuncia el perdón de los pecados por medio de él, 39y todo el que crea será perdonado de todo lo que no pudo perdonar la ley de Moisés.

40¡Tengan cuidado! Que no les suceda lo anunciado por los profetas:

41Ustedes, los que desprecian,

llénense de estupor y ocúltense:

Porque en estos días

voy a realizar algo

que si alguien lo contara

no lo podrían creer.

42Cuando salieron, les rogaban que siguieran exponiendo el tema el sábado siguiente. 43Al disolverse la asamblea, muchos judíos y prosélitos devotos acompañaron a Pablo y Bernabé, quienes les hablaban e invitaban a mantenerse en el favor de Dios.

44El sábado siguiente casi toda la población se congregó para escuchar la Palabra de Dios.

45Pero los judíos, al ver la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con insultos las palabras de Pablo. 46Entonces Pablo y Bernabé hablaron con toda franqueza:

—A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios. Pero, ya que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. 47Así nos lo ha ordenado el Señor:

Te hago luz de las naciones,

para que mi salvación alcance

hasta el confín de la tierra.

48Los paganos al oírlo se alegraron, glorificaron la Palabra de Dios y los que estaban destinados a la vida eterna, abrazaron la fe. 49Y así la Palabra de Dios se difundió por toda la región. 50Pero los judíos incitaron a mujeres piadosas de clase alta y a los notables de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de sus fronteras. 51Ellos, sacudieron el polvo de sus pies en señal de protesta contra aquella gente y se marcharon a Iconio. 52Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.


En Iconio

14

1En Iconio, Pablo y Bernabé, entraron juntos en la sinagoga judía y hablaron de tal manera que muchos judíos y griegos abrazaron la fe. 2Los judíos no convertidos incitaron a los paganos y los pusieron en contra de los hermanos. 3Durante una temporada se quedaron allí, y predicaban sin miedo confiados en el Señor que confirmaba su mensaje de gracia con milagros y señales que realizaba por medio de ellos.

4La población se dividió: unos a favor de los judíos, otros a favor de los apóstoles.

5Un grupo de paganos y judíos, con el apoyo de los jefes, se prepararon para maltratarlos y apedrearlos.

6Al enterarse, los apóstoles escaparon a las ciudades de Licaonia, Listra, Derbe y sus alrededores. 7Allí estuvieron anunciando la Buena Noticia.

En Listra

8Había en Listra un hombre que tenía los pies paralizados, inválido de nacimiento, que nunca había caminado. 9Escuchaba sentado lo que Pablo decía. Éste fijó en él la mirada y, viendo que tenía fe para salvarse, 10le dijo en voz alta:

—Ponte derecho sobre los pies.

Él dio un salto y se puso a caminar.

11Al ver lo que había hecho Pablo, la gente empezó a gritar en lengua licaonia:

—¡Dioses en figura de hombres han bajado hasta nosotros!

12A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo Hermes, porque era el portavoz. 13El sacerdote del templo de Zeus, que estaba a la entrada de la ciudad, trajo toros y guirnaldas a las puertas de la ciudad e intentaba ofrecer un sacrificio con la multitud.

14Al oírlo, los apóstoles Bernabé y Pablo se rasgaron los vestidos y se lanzaron hacia la multitud gritando:

15—¡Amigos! ¿Qué están haciendo? Nosotros también somos hombres igual que ustedes y les predicamos que deben abandonar los ídolos para convertirse al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen.

16Aunque en otros tiempos, Él permitió a los paganos seguir sus caminos; 17nunca dejó de manifestarse como bienhechor, enviándoles lluvias desde el cielo, buenas cosechas, alimentándolos y teniéndolos contentos.

18Con estas palabras apenas lograron impedir que la multitud les ofreciera sacrificios.

19Pero unos judíos, venidos de Antioquía e Iconio, convencieron a la gente para que apedrease a Pablo. Luego dándolo por muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad. 20Los discípulos lo rodearon, él se levantó y entró en la ciudad.

De vuelta en Antioquía

21Al día siguiente salió con Bernabé hacia Derbe. Después de anunciar la Buena Noticia en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, 22donde animaron a los discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que tenían que atravesar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.

23En cada comunidad nombraban ancianos y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor en quien habían creído.

24Después atravesaron Pisidia, llegaron a Panfilia, 25predicaron el mensaje en Perge, bajaron a Atalía 26y desde allí navegaron a Antioquía, desde donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para realizar la obra que ahora habían acabado.

27Al llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que Dios había hecho por su medio y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe. 28Y se quedaron una larga temporada con los discípulos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Concilio de Jerusalén

15

1Algunos venidos de Judea enseñaban a los hermanos que, si no se circuncidaban según el rito de Moisés, no podían salvarse. 2Pablo y Bernabé tuvieron una fuerte discusión con ellos; de modo que se decidió que Pablo y Bernabé con algunos más acudieran a Jerusalén, para tratar este asunto con los apóstoles y los ancianos.

3Los enviados por la comunidad atravesaron Fenicia y Samaría, contando a los hermanos la conversión de los paganos y llenándolos de alegría.

4Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la comunidad, los apóstoles y los ancianos, y les contaron lo que Dios había hecho por su medio. 5Pero algunos de la secta farisea que habían abrazado la fe se levantaron y dijeron que era necesario circuncidar a los paganos convertidos y obligarlos a observar la ley de Moisés.

6Los apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar el asunto.

7Luego de una agitada discusión, se levantó Pedro y les dijo:

—Hermanos, ustedes saben que desde el principio me eligió Dios entre ustedes, para que por mi medio los paganos escucharan la Buena Noticia y creyeran. 8Dios, que conoce los corazones, mostró que los aceptaba dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros, 9Él no hizo ninguna distinción entre unos y otros y los purificó por medio de la fe. 10¿Por qué ahora, ustedes tientan a Dios imponiendo al cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar? 11Al contrario, nosotros creemos que tanto ellos como nosotros hemos sido salvados por la gracia del Señor Yahshúa.

12Toda la asamblea en silencio se dispuso a escuchar a Bernabé y Pablo, que les contaron los milagros y señales que Dios había obrado por su medio entre los paganos. 13Cuando se callaron, les contestó Santiago:

—Hermanos, les ruego que me escuchen. 14Simón ha contado cómo Dios desde el principio dispuso elegir entre los pueblos paganos un pueblo consagrado a su nombre. 15Eso concuerda con lo que anunciaron los profetas, como está escrito:

16De nuevo reconstruiré

la choza caída de David,

la reconstruiré levantando sus ruinas,

17para que el resto de los hombres

busque al Señor,

lo mismo que todas las naciones

que llevan mi nombre –dice el Señor–,

18que da a conocer todo esto

desde antiguo.

19Por tanto pienso que no hay que poner obstáculos a los paganos que se conviertan a Dios. 20Basta encargarles que se abstengan de contaminarse con los ídolos, de las uniones ilegales y de comer carne de animales estrangulados o sangre. 21Ya que Moisés tiene desde antiguo en cada población predicadores que lo leen los sábados en las sinagogas.

22Entonces los apóstoles, los ancianos y la comunidad entera decidieron escoger algunos dirigentes de los hermanos, para enviarlos con Pablo, Bernabé, Judas, por sobrenombre Barsabás, y Silas a Antioquía.

23Les dieron una carta autógrafa que decía:

—Los hermanos apóstoles y ancianos saludan a los hermanos convertidos del paganismo de Antioquía, Siria y Cilicia: 24Nos hemos enterado de que algunos de los nuestros, sin nuestra autorización, han sembrado entre ustedes la inquietud y provocado el desconcierto. 25Por eso hemos decidido de común acuerdo elegir unos delegados y enviárselos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, 26hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Yahshúa el Mesías. 27Por eso les enviamos a Judas y Silas, que les explicarán esto de palabra.

28Es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponerles ninguna carga más que estas cosas indispensables: 29absténganse de alimentos ofrecidos a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de relaciones sexuales prohibidas. Harán bien si se privan de estas cosas. Adiós.

30Ellos se despidieron, bajaron a Antioquía, reunieron a la comunidad y les entregaron la carta. 31Cuando la leyeron, se alegraron por los ánimos que les daba. 32Judas y Silas, que también eran profetas, animaron y confirmaron a los hermanos.

33Pasada una temporada, se despidieron de los hermanos con la paz y se volvieron a los que los habían enviado. 34[[Pero a Silas le pareció bien quedarse allí.]]

35Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, donde con otros muchos, enseñaban y anunciaban la Palabra de Dios.

 

 

Pablo y Bernabé se separan

36Pasados unos días Pablo dijo a Bernabé:

—Volvamos a visitar a los hermanos de cada población donde hemos anunciado la Palabra del Señor, a ver cómo se encuentran.

37Bernabé quería llevar consigo a Juan, de sobrenombre Marcos. 38Pablo juzgaba que no debían llevar consigo a uno que los había abandonado en Panfilia y no los había acompañado en la tarea. 39La discusión resultó tan violenta que se separaron, y Bernabé, tomando a Marcos, se embarcó para Chipre. 40Pablo eligió a Silas y partió, encomendado al favor del Señor por los hermanos. 41Atravesó Siria y Cilicia confirmando a las Iglesias.


Timoteo acompaña a Pablo y Silas

16

1Así llegó a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de madre judía convertida y de padre griego, 2muy estimado por los hermanos de Listra e Iconio. 3Pablo quería llevarlo consigo; así que lo circuncidó, en consideración a los judíos que habitaban por allí, porque todos sabían que su padre era griego.

4Al atravesar las poblaciones, les encargaban que observaran las normas establecidas por los apóstoles y los ancianos de Jerusalén. 5Las Iglesias se robustecían en la fe y crecían en número cada día.

6Como el Espíritu Santo no les permitía predicar el mensaje en Asia, atravesaron Frigia y Galacia. 7Llegados a Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Yahshúa se lo impidió. 8Así que dejaron Misia y bajaron hasta Tróade.

Visión de Pablo

9Una noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba: Ven a Macedonia a ayudarnos.

10Apenas tuvo esa visión, intentamos ir a Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba a anunciarles la Buena Noticia. 11Nos embarcamos en Tróade llegamos rápidamente a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis; 12de allí a Filipos, la primera ciudad de la provincia de Macedonia, colonia romana. Nos quedamos unos días en aquella ciudad.

13Un sábado salimos por la puerta de la ciudad a la ribera de un río, donde pensábamos que habría un lugar para orar. Nos sentamos y nos pusimos a conversar con unas mujeres. 14Nos escuchaba una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura en Tiatira y persona devota.

El Señor le abrió el corazón para que prestara atención al discurso de Pablo. 15Se bautizó con toda su familia y nos rogaba:

—Si me tienen por creyente en el Señor, vengan a hospedarse a mi casa.

Y nos insistía.

Presos y liberados

16Una vez que nos dirigíamos a la oración nos salió al encuentro una muchacha que tenía poderes de adivina y daba muchas ganancias a sus patrones adivinando la suerte. 17Caminando detrás de Pablo y de nosotros gritaba:

—Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y nos predican el camino de la salvación.

18Esto lo hizo muchos días, hasta que Pablo, cansado, se volvió y dijo al espíritu:

—En nombre de Yahshúa el Mesías te ordeno que salgas de ella.

Inmediatamente salió de ella.

19Viendo sus dueños que se les había escapado la esperanza de negocio, tomaron a Pablo y Silas, los arrastraron hasta la plaza, ante las autoridades, 20y, presentándolos a los magistrados, dijeron:

—Estos hombres están perturbando nuestra ciudad; son judíos 21y predican unas costumbres que nosotros, romanos, no podemos aceptar ni practicar.

22La gente se reunió contra ellos y los magistrados ordenaron que los desnudaran y los azotaran. 23Después de una buena paliza, los metieron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los vigilara con mucho cuidado. 24Recibido el encargo, los metió en el último calabozo y les sujetó los pies al cepo.

25A media noche Pablo y Silas recitaban un himno a Dios, mientras los demás presos escuchaban. 26De repente sobrevino un terremoto que sacudió los cimientos de la prisión. En ese instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron las cadenas a los prisioneros. 27El carcelero se despertó, y al ver las puertas abiertas, empuñó la espada para matarse, creyendo que se habían escapado los presos.

28Pero Pablo le gritó muy fuerte:

—¡No te hagas daño, que estamos todos aquí!

29El carcelero pidió una antorcha, temblando corrió adentro y se echó a los pies de Pablo y Silas.

30Los sacó afuera y les dijo:

—Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?

31Ellos le contestaron:

—Cree en el Señor Yahshúa y te salvarás, tú con tu familia.

32Enseguida le anunciaron a él y a toda la familia el mensaje del Señor. 33Todavía de noche se los llevó, les lavó las heridas y se bautizó con toda su familia. 34Después los llevó a su casa, les ofreció una comida y festejó con toda la casa el haber creído en Dios.

35Cuando se hizo de día, los magistrados enviaron a los inspectores para que soltaran a aquellos hombres. 36El carcelero informó del asunto a Pablo:

—Los magistrados han mandado que los deje en libertad; por tanto, váyanse en paz.

37Pablo replicó:

—De modo que a nosotros, ciudadanos romanos, nos han azotado en público y sin juicio, nos han metido en la cárcel, ¿y ahora nos echan a ocultas? De ningún modo. Que vengan ellos y nos hagan salir.

38Los inspectores lo comunicaron a los magistrados, los cuales se asustaron al oír que eran ciudadanos romanos. 39Acudieron, se excusaron, los hicieron salir y les rogaron que se marcharan de la ciudad.

40Al salir de la cárcel se dirigieron a casa de Lidia, saludaron, animaron a los hermanos y se marcharon.


En Tesalónica

17

1Atravesando Anfípolis y Apolonia llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga judía. 2Según costumbre, Pablo se dirigió a ella y, durante tres sábados, discutió con ellos, citando la Escritura, 3explicándola y mostrando que el Mesías tenía que padecer y resucitar al tercer día, y que ese Yahshúa que les anunciaba era el Mesías.

4Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y Silas; también lo hicieron gran número de gente de nacionalidad griega que habían aceptado la fe de los judíos y no pocas mujeres influyentes.

5Llenos de envidia, los judíos reclutaron algunos maleantes del arroyo, promovieron un alboroto y perturbaron el orden de la ciudad. Luego se presentaron en casa de Jasón con la intención de hacer comparecer a Pablo y Silas ante la asamblea del pueblo.

6Al no encontrarlos, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos a la presencia de los magistrados.

Y gritaron:

—Éstos, que han revolucionado el mundo, se han presentado también aquí y 7Jasón los ha recibido en su casa. Todos éstos actúan contra los edictos del emperador y afirman que hay otro rey, llamado Yahshúa.

8Al oírlo, la multitud y los magistrados se asustaron, 9exigieron una fianza a Jasón y los soltaron.

En Berea

10Enseguida, de noche, los hermanos enviaron a Pablo y Silas a Berea. Cuando llegaron, se dirigieron a la sinagoga de los judíos. 11Éstos eran más tolerantes que los de Tesalónica; recibieron con interés el mensaje y todos los días analizaban la Escritura para ver si era cierto.

12Muchos de ellos abrazaron la fe, lo mismo que algunas mujeres nobles y no pocos hombres griegos.

13Cuando los judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo había anunciado el mensaje de Dios en Berea, fueron allá para incitar y amotinar a la multitud.

14Sin tardanza, los hermanos hicieron bajar a Pablo hasta la costa, mientras Silas y Timoteo se quedaban atrás. 15Los que escoltaban a Pablo lo condujeron hasta Atenas; después volvieron con instrucciones para que Silas y Timoteo se reunieran con él cuanto antes.

 

En Atenas

16Mientras los esperaba en Atenas, Pablo se indignaba al observar la idolatría de la ciudad. 17En la sinagoga discutía con judíos y con los que temen a Dios; en la plaza pública hablaba a los que pasaban por allí.

18Algunos de las escuelas filosóficas de epicúreos y estoicos entablaban conversación con él; otros comentaban:

—¿Qué querrá decir este charlatán?

Otros decían:

—Parece un propagandista de divinidades extranjeras.

Porque anunciaba a Yahshúa y la resurrección. 19Lo llevaron al Areópago y le preguntaron:

—¿Podemos saber en qué consiste esa nueva doctrina que expones? 20Dices cosas que nos suenan extrañas y queremos saber lo que significan. 21Porque todos los atenienses y los extranjeros que residen allí no tienen mejor pasatiempo que contar y escuchar novedades.

En el Areópago

22Pablo se puso en pie en medio del Areópago y habló así:

—Atenienses, veo que son hombres sumamente religiosos. 23Cuando estaba paseando y observando sus lugares de culto, encontré un altar con esta inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO. Ahora bien, yo vengo a anunciarles al que adoran sin conocer.

24Es el Dios que hizo cielo y tierra y todo lo que hay en él. El que es Señor de cielo y tierra no habita en templos construidos por hombres 25ni pide que le sirvan manos humanas, como si necesitase algo. Porque él da vida y aliento y todo a todos.

26De uno solo formó toda la raza humana, para que poblase la superficie entera de la tierra.

Él definió las etapas de la historia y las fronteras de los países.

27Hizo que buscaran a Dios y que lo encontraran aun a tientas. Porque no está lejos de ninguno de nosotros, ya que 28en él vivimos, y nos movemos y existimos, como dijeron algunos de los poetas de ustedes: porque somos también de su raza.

29Por tanto, si somos de raza divina, no debemos pensar que Dios es semejante a la plata o el oro o la piedra modelados por la creatividad y la artesanía del hombre.

30Ahora bien, Dios, pasando por alto la época de la ignorancia, manda ahora a todos los hombres en todas partes a que se arrepientan; 31porque ha señalado una fecha para juzgar con justicia al mundo por medio de un hombre que él designó para esto. Y a este hombre lo ha acreditado ante todos resucitándolo de la muerte.

32Al oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, otros decían:

—En otra ocasión te escucharemos sobre este asunto.

33Y así Pablo abandonó la asamblea.

34Algunos se juntaron a él y abrazaron la fe; entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más.


En Corinto

18

1Pablo salió de Atenas y se dirigió a Corinto. 2Allí encontró a un judío llamado Áquila, natural del Ponto, y a su mujer Priscila, que habían llegado hacía poco de Italia, porque Claudio había expulsado de Roma a todos los judíos. Pablo fue a verlos y, 3como eran del mismo oficio, se alojó en su casa para trabajar: eran fabricantes de tiendas de campaña.

4Todos los sábados Pablo discutía en la sinagoga, intentando convencer a judíos y paganos. 5Cuando Silas y Timoteo bajaron de Macedonia, Pablo se dedicó a predicar, afirmando ante los judíos que Yahshúa era el Mesías. 6Pero, como se oponían y lo injuriaban, se sacudió el polvo de la ropa y dijo:

—Ustedes son responsables de su sangre, yo soy inocente: en adelante me dirigiré a los paganos.

7Saliendo de allí se dirigió a casa de un hombre religioso, llamado Ticio Justo, que vivía junto a la sinagoga. 8Crispo, jefe de la sinagoga, con toda su familia, creyó en el Señor y también muchos corintios que lo habían escuchado creyeron y se bautizaron.

9En una visión nocturna el Señor dijo a Pablo:

—No temas, sigue hablando y no te calles, 10que yo estoy contigo y nadie podrá hacerte daño, porque en esta ciudad tengo yo un pueblo numeroso.

11Pablo se quedó allí un año y medio enseñándoles el mensaje de Dios.

12Siendo Galión gobernador de Acaya, los judíos de común acuerdo se enfrentaron con Pablo y lo condujeron al tribunal, 13acusándolo de inducir a la gente a ofrecer a Dios un culto contrario a la ley.

14Pablo estaba por hablar, cuando Galión se dirigió a los judíos:

—Si se tratara de algún delito o de una acción criminal, yo los atendería como es debido. 15Pero como se trata de discusiones sobre palabras y nombres y sobre la ley judía, arréglense ustedes. No quiero ser juez de esos asuntos.

16Y los despidió del tribunal.

17Entonces [los griegos] tomaron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del tribunal, mientras Galión se desentendía de todo. 18Pablo se quedó allí bastante tiempo. Después se despidió de los hermanos y se embarcó para Siria en compañía de Priscila y Áquila. En Cencreas se afeitó la cabeza en cumplimiento de un voto.

Hacia Antioquía

19Llegaron a Éfeso, donde Pablo se separó de sus compañeros y se dirigió a la sinagoga para discutir con los judíos. 20Aunque le rogaban que se quedara más tiempo, no accedió, 21sino que se despidió diciendo:

—Si Dios quiere, volveré a visitarlos.

Zarpó de Éfeso 22y bajó a Cesarea; allí desembarcó para saludar a la comunidad, y prosiguió el viaje hasta Antioquía. 23Pasada una temporada partió y fue atravesando Galacia y Frigia, confirmando a todos los discípulos.

Apolo en Éfeso

24Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y versado en la Escritura. 25Lo habían instruido en el camino del Señor, y lleno de fervor hablaba y explicaba exactamente lo concerniente a Yahshúa, aunque conocía sólo el bautismo de Juan. 26Empezó a actuar abiertamente en la sinagoga.

Lo escucharon Priscila y Áquila; se lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios. 27Y como se disponía a marchar a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible.

Al llegar prestó un gran servicio a los que habían recibido la gracia de la fe, 28porque refutaba vigorosamente y en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Yahshúa era el Mesías.


Pablo en Éfeso

19

1Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo viajaba por el interior hasta llegar a Éfeso. Allí encontró unos discípulos 2y les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo después de abrazar la fe. Le respondieron:

—Ni sabíamos que había Espíritu Santo.

3Les preguntó:

—Entonces, ¿qué bautismo han recibido?

Contestaron:

—El bautismo de Juan.

4Pablo replicó:

—Juan predicó un bautismo de arrepentimiento, encargando al pueblo que creyera en el que venía detrás de él, o sea, en Yahshúa.

5Al oírlo, se bautizaron invocando el nombre del Señor Yahshúa. 6Pablo les impuso las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. 7Eran doce varones.

8Después entró en la sinagoga, y durante tres meses habló abiertamente, discutiendo de modo convincente sobre el reino de Dios.

9Pero, como algunos se endurecían y se negaban a creer y difamaban el Camino ante la gente, Pablo se apartó de ellos, llevó consigo a los discípulos y siguió discutiendo diariamente en la escuela de un tal Tirano.

10Esto duró dos años, de modo que todos los habitantes de Asia, judíos y griegos, escucharon la Palabra del Señor.

Los exorcistas

11Dios hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo; 12hasta el punto de que aplicaban a los enfermos paños o pañuelos que él había tocado, y les desaparecía la enfermedad y también salían de ellos los espíritus malignos.

13Unos exorcistas ambulantes judíos intentaron invocar sobre los poseídos de espíritus malignos el nombre de Yahshúa con la fórmula: Yo los conjuro por el Yahshúa que Pablo predica. 14Un sumo sacerdote judío, llamado Escevas, tenía siete hijos que hacían eso.

15Pero el espíritu maligno les dijo:

—A Yahshúa lo conozco, Pablo sé quién es; pero ustedes, ¿quiénes son?

16El hombre poseído por el espíritu maligno se abalanzó sobre ellos y los dominó por la fuerza, así que tuvieron que escapar desnudos y malheridos de aquella casa.

17Lo supieron los vecinos de Éfeso, judíos y griegos, y todos se llenaron de temor. El nombre del Señor Yahshúa ganaba prestigio. 18Muchos que abrazaban la fe venían a confesar públicamente sus prácticas. 19No pocos, que habían practicado la magia, traían sus libros y los quemaban en presencia de todos. Calculando el precio de aquellos libros, resultó ser de cincuenta mil monedas de plata.

20Así, por el poder del Señor, el mensaje crecía y se fortalecía.

Motín de los plateros

21Terminada toda esa tarea, Pablo se propuso ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya; él decía que, después de estar allí, tenía que visitar Roma. 22Envió a Macedonia a dos de sus asistentes, Timoteo y Erasto, y él se quedó una temporada en Asia.

23Por entonces sobrevino una gran crisis a causa del Camino del Señor.

24Un tal Demetrio, platero, fabricaba en plata reproducciones del templo de Artemisa y proporcionaba buenas ganancias a los artesanos. 25Los reunió con todos los del gremio y les dirigió la palabra:

—Compañeros, ustedes saben que nuestra prosperidad depende de esta actividad. 26Pero ahora ustedes ven y oyen que ese Pablo, no sólo en Éfeso, sino en Asia entera, está ganando con su propaganda mucha gente, diciendo que los dioses que se fabrican con manos humanas, no son dioses. 27Con lo cual no sólo está en peligro de descrédito nuestra profesión, sino que el templo de la gran diosa Artemisa, venerada en toda Asia y en el mundo entero, va a perder toda su grandeza.

28Al oírlo se enfurecieron y se pusieron a gritar:

—¡Viva la gran Artemisa de Éfeso!

29Se produjo un gran tumulto en la ciudad y todos se precipitaron hacia el teatro, arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios compañeros de Pablo.

30Pablo intentaba acudir a la asamblea, pero los discípulos no se lo permitieron. 31Algunas autoridades de Asia, amigos suyos, le enviaron un mensaje aconsejándole que no acudiera al teatro.

32Entretanto, cada uno gritaba una cosa, había una gran confusión en la asamblea y muchos de la concurrencia ni siquiera sabían la causa. 33Algunos de la multitud explicaron el asunto a Alejandro, a quien los judíos habían empujado al frente de todos. Éste, haciendo un gesto con la mano, intentaba dar una explicación a la asamblea.

34Pero, al reconocer que era judío, todos se pusieron a gritar durante dos horas:

—¡Viva la gran Artemisa de Éfeso!

35El secretario logró calmar a la multitud y les habló:

—Efesios, ¿hay alguien que no sepa que Éfeso custodia el templo de la gran Artemisa y su imagen caída del cielo? 36Como eso es indiscutible, lo importante es que conserven la calma y no obren con precipitación. 37Han traído a esos hombres, que ni son sacrílegos ni han insultado a nuestra diosa. 38Si Demetrio y sus artesanos tienen alguna queja contra alguien, ahí están los jueces y prefectos: que allí resuelvan su pleito. 39Si se trata de un asunto más grave, podrá resolverlo la asamblea legal. 40De hecho, corremos peligro de ser acusados de agitadores por el tumulto de hoy ya que no tenemos motivo que justifique tal alboroto.

Con estas palabras disolvió la asamblea.


Viajes, visitas y despedidas

20

1Cuando se calmó el tumulto, Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se despidió y emprendió el viaje hacia Macedonia.

2Atravesó aquella región animando a los hermanos con muchos discursos, hasta que llegó a Grecia. 3Allí se detuvo tres meses y, cuando se disponía a embarcarse para Siria, se enteró de que los judíos habían hecho planes contra él, de modo que decidió volver por tierra atravesando Macedonia. 4Lo acompañaron [hasta Asia] Sópatro, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo de Tesalónica; Gayo de Derbe y Timoteo; Tíquico y Trófimo de Asia.

5Éstos se adelantaron y nos esperaban en Tróade.

6Pasada la semana de los Ázimos zarpamos nosotros de Filipos y a los cinco días los alcanzamos en Tróade, donde nos quedamos siete días.

7Un domingo que nos reunimos para la fracción del pan, Pablo, que debía partir al día siguiente, se puso a hablar y prolongó el discurso hasta media noche. 8Había bastantes lámparas en el piso superior donde estábamos reunidos.

9Un muchacho, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana. Mientras Pablo hablaba y hablaba, a Eutico lo fue venciendo el sueño, hasta que, vencido por completo, se cayó del tercer piso al suelo, donde lo recogieron muerto.

10Pablo bajó, se echó sobre él, lo abrazó y dijo:

—No se asusten, que aún está vivo.

11Después subió, partió el pan y comió. Estuvo conversando, hasta la aurora y entonces se marchó. 12En cuanto al muchacho lo llevaron vivo y todos se sintieron muy consolados.

13Nosotros nos dirigimos al barco y zarpamos para Aso, donde debíamos recoger a Pablo. Eso era lo convenido, ya que él hacía el viaje a pie. 14Cuando nos alcanzó en Aso, se embarcó con nosotros y nos dirigimos a Mitilene.

15Zarpamos de allí y al día siguiente llegamos frente a Quíos, al otro día pasamos Samos y al siguiente llegamos a Mileto.

16Pablo tenía decidido pasar de largo por Éfeso, para no retrasarse tanto en Asia. Porque, si era posible, quería estar en Jerusalén el día de Pentecostés.

Despedida de los efesios

17Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso convocando a los ancianos de la comunidad.

18Cuando llegaron les dijo:

—Ya saben cómo me he comportado siempre con ustedes desde el primer día que pisé Asia. 19He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y en todas las pruebas que me han causado las intrigas de los judíos. 20No he dejado de hacer todo lo que pudiera ser útil: les prediqué y les enseñé tanto en público como en sus casas. 21A judíos y griegos les he inculcado el arrepentimiento frente a Dios y la fe en nuestro Señor Yahshúa.

22Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá. 23Sólo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me asegura que me esperan cadenas y persecuciones. 24Pero poco me importa la vida, con tal de completar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Yahshúa: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios.

25Ahora sé que ustedes, cuyo territorio he atravesado proclamando el reino, no volverán a verme. 26Por eso hoy declaro que no soy responsable de la muerte de ninguno, 27porque nunca dejé de anunciar plenamente el designio de Dios.

28Cuídense ustedes y cuiden a todo el rebaño que el Espíritu Santo les encomendó como a pastores de la Iglesia de Dios, que Él adquirió pagando con su sangre.

29Sé que después de mi partida se meterán entre ustedes lobos rapaces que no respetarán el rebaño. 30Incluso de entre ustedes saldrán algunos que dirán cosas equivocadas para arrastrar tras de sí a los discípulos.

31Por tanto, estén atentos y recuerden que durante tres años no he cesado de aconsejarlos con lágrimas ni de día ni de noche. 32Ahora los encomiendo al Señor y al mensaje de su gracia, que tiene poder para hacerlos crecer y otorgar la herencia a todos los consagrados.

33No he codiciado la plata ni el oro ni los vestidos de nadie. 34Ustedes saben que con mis manos he atendido a las necesidades mías y de mis compañeros. 35Les he enseñado siempre que, trabajando así, hay que ayudar a los débiles, recordando el dicho del Señor Yahshúa: más vale dar que recibir.

36Dicho esto, se arrodilló con todos y oró. 37Todos se pusieron a llorar; lo abrazaban y lo besaban afectuosamente, 38entristecidos sobre todo por lo que había dicho, que no volverían a verlo.

Después lo acompañaron hasta el barco.

Viaje a Jerusalén

21

1Nos separamos de ellos, zarpamos y navegamos directamente a Cos, al día siguiente hasta Rodas y desde allí hasta Pátara. 2Encontrando un barco que cruzaba hacia Fenicia, nos embarcamos y zarpamos. 3Avistando Chipre y dejándola a nuestra izquierda, navegamos hacia Siria y llegamos a Tiro, donde la nave tenía que descargar.

4Encontramos a los discípulos y nos detuvimos allí siete días.

Algunos, movidos por el Espíritu, aconsejaban a Pablo que no subiera a Jerusalén. 5Cuando se cumplió nuestro plazo, salimos para continuar el viaje. Todos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta fuera de la ciudad. Nos arrodillamos en la playa y oramos.

6Después nos despedimos mutuamente, embarcamos y ellos se volvieron a casa. 7Desde Tiro atravesamos hasta llegar a Tolemaida. Saludamos a los hermanos y nos quedamos con ellos un día.

8Al día siguiente salimos y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, uno de los siete evangelistas, y nos hospedamos con él. 9Tenía éste cuatro hijas solteras profetisas. 10Tras varios días de estadía, bajó de Judea un profeta llamado Ágabo. 11Se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo y se ató con él de manos y pies, y dijo:

—Esto dice el Espíritu Santo: Al dueño de este cinturón los judíos lo atarán en Jerusalén y lo entregarán a los paganos.

12Al oírlo, nosotros y los vecinos del lugar le suplicábamos a Pablo que no subiera a Jerusalén.

13Pero Pablo respondió:

—¿Qué hacen llorando y ablandándome el corazón? Por el nombre del Señor Yahshúa yo estoy dispuesto a ser encadenado y a morir en Jerusalén.

14Como no podíamos convencerlo, nos tranquilizamos diciendo: Que se cumpla la voluntad del Señor. 15Pasados aquellos días hicimos los preparativos y emprendimos la subida hacia Jerusalén. 16Algunos discípulos de Cesarea nos acompañaron hasta la casa de un viejo discípulo, Nasón de Chipre, que nos dio alojamiento.

 

En Jerusalén

17Al llegar a Jerusalén, los hermanos nos recibieron contentos.

18Al día siguiente fuimos con Pablo a visitar a Santiago; se presentaron los ancianos en pleno.

19Después de saludarlos, les expuso detalladamente todo lo que Dios había realizado por su medio entre los paganos.

20Al oírlo, dieron gloria a Dios y dijeron a Pablo:

—Ya ves, hermano, cuántas decenas de miles de judíos se han convertido a la fe, y todos son observantes de la ley. 21Corre el rumor de que a los judíos que viven entre paganos les enseñas a abandonar la ley de Moisés y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan nuestras costumbres. 22¿Qué hacer? Seguro que se enterarán de que has llegado; 23sigue nuestro consejo: hay entre nosotros cuatro hombres que han hecho un voto. 24Acude a purificarte con ellos y paga los gastos para que se afeiten la cabeza; así sabrán todos que los rumores que corren acerca de ti no tienen fundamento y que eres un judío observante de la ley. 25A los paganos convertidos a la fe les hemos comunicado nuestros decretos: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de las relaciones sexuales prohibidas.

26Al día siguiente Pablo tomó consigo a aquellos hombres, se purificó con ellos y fue al templo para avisar de la fecha en que terminaría la purificación y se llevaría la ofrenda por cada uno de ellos.

Arrestado en el templo

27Cuando se iban a cumplir los siete días, los judíos de Asia, viéndolo en el templo, alborotaron a la gente y se apoderaron de él 28gritando:

—¡Auxilio, israelitas! Éste es el hombre que enseña a todo el mundo y en todas partes una doctrina contraria al pueblo, a la ley y al lugar sagrado. Ahora acaba de introducir a unos griegos en el templo profanando este santo lugar.

29Decían esto porque poco antes lo habían visto con Trófimo el efesio y pensaban que Pablo lo había introducido en el templo. 30La ciudad entera se conmovió y todo el pueblo acudió corriendo. Tomaron a Pablo, lo arrastraron fuera del templo y cerraron las puertas.

31Cuando intentaban darle muerte, llegó al comandante de la cohorte la noticia de que toda Jerusalén estaba amotinada. 32Reunió soldados y centuriones y acudió a toda prisa.

Ellos, al ver al comandante con los soldados, dejaron de golpear a Pablo.

33Entonces el comandante detuvo a Pablo, lo mandó atar con dos cadenas y luego preguntó quién era y qué había hecho.

34Todos gritaban al mismo tiempo. No pudiendo averiguar la verdad, a causa del tumulto, el comandante mandó que lo condujeran a la fortaleza.

35Cuando llegaron a la escalinata, los soldados tuvieron que alzarlo para evitar la violencia de la multitud. 36Porque el pueblo en masa los seguía gritando:

—¡Muera!

37Cuando lo iban a introducir en la fortaleza, Pablo dice al comandante:

—¿Puedo decirte una palabra?

Le contestó:

—¿Cómo? ¿sabes hablar griego? 38¿No eres tú el egipcio que hace unos días provocó un motín y llevó al desierto a cuatro mil terroristas?

39Respondió Pablo:

—Yo soy judío de Tarso, ciudadano de una ciudad nada despreciable. Te pido permiso para dirigir la palabra al pueblo.

40Se lo concedió, y Pablo, de pie sobre la escalinata, hizo un gesto con la mano hacia el pueblo.

Se hizo un silencio profundo y Pablo les habló en hebreo:


Discurso de Pablo

22

1—Hermanos y padres, escuchen mi defensa.

2Al oír que les hablaba en hebreo, se estuvieron más quietos.

Él dijo:

3—Soy judío, natural de Tarso de Cilicia, aunque educado en esta ciudad, instruido con toda exactitud en la ley de nuestros antepasados, a los pies de Gamaliel, entusiasta de Dios como lo son todos ustedes actualmente.

4Yo perseguí a muerte a quienes seguían ese Camino, arrestando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres, 5como pueden atestiguarlo el sumo sacerdote y el senado en pleno. De ellos recibí carta para los hermanos y me puse en camino hacia Damasco para arrestar a los de allí y conducirlos a Jerusalén para que fuesen castigados.

6Yendo de camino, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, de repente una luz celeste, intensa, resplandeció en torno a mí. 7Caí en tierra y escuché una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 8Contesté: ¿Quién eres, Señor? Contestó la voz: Yo soy Yahshúa Nazareno, a quien tú persigues. 9Los acompañantes veían la luz, pero no oían la voz del que hablaba conmigo. 10Yo le dije: ¿Qué debo hacer, Señor? Contestó el Señor: Levántate y ve a Damasco; allí te dirán lo que debes hacer. 11Como no veía, deslumbrado por el brillo de aquella luz, los acompañantes me llevaron de la mano y así llegué a Damasco.

12Un tal Ananías, hombre piadoso y observante de la ley, de buena reputación entre todos los judíos de la ciudad, 13vino a visitarme, se presentó y me dijo: Hermano Saulo, recobra la vista. En aquel momento pude verlo a él. 14Me dijo: El Dios de nuestros padres te ha destinado a conocer su designio, a ver al Justo y a escuchar directamente su voz; 15porque serás su testigo ante todo el mundo de lo que has visto y oído. 16Por tanto no tardes: bautízate y lávate de los pecados invocando su nombre.

17Cuando volví a Jerusalén, estando en oración en el templo, caí en éxtasis 18y vi al Señor que me decía: Sal pronto de Jerusalén, porque no van a aceptar tu testimonio acerca de mí. 19Repliqué: Señor, ellos saben que yo arrestaba a los que creían en ti y los azotaba en las sinagogas. 20También que, cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba allí, aprobando y guardando la ropa de los que lo mataban. 21Él me dijo: Ve, que yo te envío a pueblos lejanos.

22Hasta ese punto habían estado escuchando, después alzaron la voz diciendo:

—Elimina a ese hombre; no puede seguir viviendo.

23Como seguían gritando y rasgándose los vestidos y echando polvo al aire, 24el comandante mandó que lo introdujeran en la fortaleza y lo interrogasen a latigazos para averiguar por qué motivo clamaban contra él. 25Cuando lo sujetaban con las correas, Pablo dijo al centurión allí presente:

 —¿Les está permitido azotar sin proceso a un ciudadano romano?

26Al oírlo, el centurión fue a avisar al comandante:

—¿Qué vas a hacer? Ese hombre es romano.

27El comandante se acercó y le preguntó:

—Dime, ¿eres romano?

Contestó:

—Sí.

28Repuso el comandante:

—Yo he comprado la ciudadanía por una buena suma.

Pablo dijo:

—Yo la poseo de nacimiento.

29Inmediatamente se apartaron de él los que lo iban a interrogar. El comandante se asustó al saber que lo tenía arrestado siendo romano. 30Al día siguiente, queriendo saber con certeza las acusaciones que le hacían los judíos, lo soltó y mandó reunirse a los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno. Después hizo bajar a Pablo y se lo presentó.


Ante el Consejo

23

1Pablo fijó la vista en el Consejo y dijo:

—Hermanos, yo he procedido ante Dios con conciencia limpia e íntegra.

2El sumo sacerdote Ananías mandó a sus asistentes que lo golpearan en la boca. 3Pablo entonces le dijo:

—Dios te va a golpear a ti, pared blanqueada. Tú estás sentado para juzgarme según la ley y me mandas golpear violando la ley.

4Los soldados le dijeron:

—¿Al sumo sacerdote de Dios insultas?

5Pablo contestó:

—No sabía, hermanos, que fuera el sumo sacerdote; porque está escrito:

no hablarás mal del jefe del pueblo.

6Advirtiendo Pablo que una parte eran saduceos y otra parte fariseos, exclamó en el Consejo:

—Hermanos, hasta hoy soy fariseo e hijo de fariseos, y se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos.

7Apenas lo dijo, cuando surgió una discusión entre fariseos y saduceos, y la asamblea se dividió. 8Porque los saduceos niegan la resurrección y los ángeles y el espíritu, mientras que los fariseos lo afirman todo.

9Se armó un griterío, y algunos letrados del partido fariseo se alzaron y afirmaron polémicamente:

—No encontramos culpa alguna en este hombre; tal vez le ha hablado un espíritu o un ángel.

10Como arreciaba el conflicto, temiendo el comandante que fueran a despedazar a Pablo, mandó bajar a la tropa, sacarlo de en medio y llevarlo a la fortaleza. 11La noche siguiente el Señor se le presentó y le dijo:

—¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, tienes que darlo en Roma.

Complot contra Pablo

12Por la mañana se reunieron los judíos y se comprometieron bajo juramento a no comer ni beber hasta haber dado muerte a Pablo. 13Los conspiradores eran más de cuarenta. 14Se presentaron a los sumos sacerdotes y ancianos y les dijeron:

—Hemos jurado no probar bocado hasta no haber dado muerte a Pablo. 15Ahora les toca a ustedes proponer al comandante y al Consejo que se lo traigan, con pretexto de investigar más atentamente su caso. Antes de que se acerque, estamos preparados para eliminarlo.

16El hijo de la hermana de Pablo se enteró de lo que tramaban, fue a la fortaleza, entró y se lo contó a Pablo. 17Éste llamó a uno de los centuriones y le dijo:

—Conduce a este muchacho al comandante, porque tiene que darle una información.

18Se hizo cargo de él, lo condujo al comandante y dijo:

—El prisionero Pablo me ha llamado y me ha pedido que te traiga a este muchacho, que tiene algo que decirte.

19El comandante lo tomó de la mano, se lo llevó aparte y le preguntó:

—¿Qué es lo que me tienes que contar?

20Respondió:

—Los judíos han acordado pedirte que mañana hagas bajar a Pablo al Consejo, con pretexto de examinar más atentamente su caso. 21No les hagas caso; porque un grupo de más de cuarenta han tramado una emboscada contra él.

Han jurado no comer ni beber hasta haberlo eliminado. Ahora están preparados, esperando tu consentimiento.

22El comandante despidió al muchacho, encargándole que no dijera a nadie que le había informado de ello.

Remitido a Félix

23Llamó a dos centuriones y les dijo:

—Pasadas las nueve de la noche tengan preparados para viajar a Cesarea doscientos soldados de infantería, setenta de caballería y doscientos lanceros. 24Preparen también caballos para Pablo y llévenlo sano y salvo al gobernador Félix.

25Y le escribió una carta en los siguientes términos:

26Claudio Lisias saluda al ilustrísimo gobernador Félix. 27A este hombre lo habían secuestrado los judíos para matarlo. Cuando supe que era romano, intervine con la tropa y lo libré.

28Queriendo averiguar los cargos que tenían contra él, lo conduje a su Consejo. 29Pero resultó que los cargos versan sobre controversias de su ley, y no había ningún cargo digno de muerte o de prisión. 30Al enterarme de un atentado tramado contra este hombre, te lo envío y aviso a los acusadores que te presenten a ti sus cargos.

31Los soldados, cumpliendo las órdenes, tomaron a Pablo y lo condujeron de noche hasta Antípatris.

32Al día siguiente dejaron a la caballería seguir con él y ellos se volvieron a la fortaleza. 33Los otros llegaron a Cesarea, entregaron la carta al gobernador y le presentaron a Pablo.

34Leyó la carta y preguntó de qué jurisdicción era. Enterado de que era de Cilicia, 35le dijo:

—Oiré tu causa cuando se presenten tus acusadores.

Y mandó custodiarlo en el pretorio de Herodes.


Proceso ante Félix

24

1Cinco días más tarde bajó el sumo sacerdote con algunos ancianos y el abogado Tértulo, para presentar sus cargos contra Pablo.

2Lo hicieron comparecer, y Tértulo comenzó su acusación:

3—Ilustrísimo Félix: Gracias a ti gozamos de paz estable y gracias a tu sabio gobierno esta nación consigue mejoras; todo esto lo recibimos siempre y en todas partes con profundo agradecimiento. 4Para no cansarte, solicito de tu clemencia que escuches mi exposición resumida. 5Hemos descubierto que este hombre es una peste, que promueve discordias entre los judíos del mundo entero y que es un dirigente de la secta de los nazarenos.

6Cuando intentaba profanar el templo, lo arrestamos y quisimos juzgarlo por nuestra ley, 7pero el tribuno Lisias, con gran violencia, lo arrancó de nuestras manos, mandando que sus acusadores viniesen a ti. 8Tú mismo, examinándolo, podrás comprobar la verdad de nuestras acusaciones.

9Los judíos lo apoyaron afirmando que era cierto. 10El gobernador hizo un gesto a Pablo y éste tomó la palabra:

—Como sé que desde hace años administras justicia a esta nación, pronuncio confiado mi defensa. 11Tú mismo puedes comprobar que no han pasado más de doce días desde que subí en peregrinación a Jerusalén.

12Ni en el templo ni en las sinagogas ni por la ciudad me han encontrado discutiendo con nadie ni amotinando a la gente. 13No pueden probar ninguno de sus cargos contra mí. 14Eso sí: te confieso que venero a Dios siguiendo ese Camino que ellos llaman secta; creo todo lo escrito en la ley y los profetas, 15y confiado en Dios, espero como ellos que habrá resurrección de justos e injustos. 16Y así, también yo procuro mantener en todo una conciencia irreprochable ante Dios y ante los hombres. 17Tras una ausencia de años, fui en peregrinación al templo llevando limosnas para mis compatriotas y a presentar ofrendas. 18Allí me encontraron, en un rito de purificación, no con una multitud ni en un tumulto. 19Pero algunos judíos de Asia estaban allí, y ésos sí tendrían que comparecer y acusarme de lo que tengan contra mí. 20O si no, que los aquí presentes digan qué delito encontraron cuando comparecí ante el Consejo, 21si no es el haber declarado en voz alta ante ellos: Si hoy me juzgan ante ustedes es por la resurrección de los muertos.

22Félix, que estaba bien informado sobre el Camino, postergó la causa diciéndoles:

—Cuando venga el comandante Lisias, resolveré este pleito.

23Después dio orden al centurión de tener a Pablo detenido, con cierta libertad, y de no impedir a los suyos que lo atendieran. 24Pasados unos días Félix mandó llamar a Pablo. Con su mujer Drusila, que era judía, lo oyó disertar sobre la fe en Yahshúa el Mesías. 25Pero, cuando Pablo empezó a hablar de honradez, de la castidad y del juicio venidero, Félix se asustó y dijo:

—De momento puedes retirarte; te llamaré en otra ocasión.

26Félix esperaba al mismo tiempo recibir dinero de Pablo y por eso lo llamaba con frecuencia para conversar con él. 27Pasados dos años, Porcio Festo sucedió a Félix, y como Félix quería congraciarse con los judíos, retuvo a Pablo preso.


Apela al césar

25

1Tres días después de tomar posesión del cargo, Festo subió de Cesarea a Jerusalén. 2Los sumos sacerdotes y los jefes judíos le presentaron sus cargos contra Pablo 3y le pidieron por favor que se lo remitiese a Jerusalén –porque intentaban matarlo en una emboscada por el camino–. 4Festo respondió que Pablo seguía custodiado en Cesarea, ya que él mismo volvería pronto allá.

5Y añadió:

—Sus responsables que bajen conmigo y, si ese hombre es culpable de algo, que presenten allí su acusación.

6Festo se detuvo en Jerusalén no más de ocho o diez días; después bajó a Cesarea y al día siguiente hizo traer a Pablo.

7Cuando se presentó, lo rodearon los que habían bajado de Jerusalén y lo acusaban de muchos y graves cargos, que no lograban probar; 8mientras Pablo se defendía afirmando que no había cometido delito alguno contra la ley o el templo o el emperador.

9Festo, queriendo ganarse a los judíos, intervino y preguntó a Pablo:

—¿Quieres subir a Jerusalén para someterte allí a mi juicio?

10Pablo replicó:

—Estoy ante el tribunal imperial, donde debo ser juzgado. Sabes muy bien que no he perjudicado a los judíos. 11Si he cometido un delito capital no me niego a morir; pero si no hay nada de lo que éstos me acusan, nadie puede entregarme en su poder. Apelo al emperador.

12Entonces Festo, después de consultarlo con sus consejeros, dijo:

—Has apelado al emperador, irás al emperador.

Ante Agripa

13Algunos días más tarde, el rey Agripa, acompañado de Berenice, se presentó en Cesarea para saludar a Festo. 14Y, como se detuvo allí bastantes días, Festo le expuso el caso de Pablo:

—Hay aquí un prisionero que dejó Félix; 15durante mi estadía en Jerusalén, los sumos sacerdotes y ancianos judíos lo acusaron pidiendo su condena. 16Les respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre antes de que pueda enfrentarse con sus acusadores y tenga ocasión de defenderse de los cargos. 17Cuando ellos se presentaron aquí, yo sin demora, al día siguiente, me senté en el tribunal y mandé traer a aquel hombre. 18Se presentaron los acusadores, pero no adujeron ningún delito de los que yo sospechaba; 19solamente traían contra él discusiones sobre su religión y sobre un tal Yahshúa, muerto, del que Pablo dice que vive. 20Y, como estaba desconcertado acerca de la causa, le pregunté si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí. 21Pablo apeló y pidió que su caso sea reservado a la jurisdicción del Augusto. Entonces yo mandé custodiarlo hasta que pueda enviarlo al emperador.

22Agripa contestó:

—A mí también me gustaría escuchar a ese hombre.

Le respondió:

—Mañana lo escucharás.

23Al día siguiente se presentó Agripa con Berenice, con toda pompa, y entró en la audiencia acompañado de comandantes y gente principal de la ciudad.

Festo hizo traer a Pablo 24y habló así:

—Rey Agripa y todos los presentes, aquí tienen al hombre por el que todos los judíos, tanto en Jerusalén como aquí, han acudido a mí clamando que no debe quedar con vida. 25Yo pude comprobar que no había cometido nada digno de muerte. Así que, cuando él apeló al Augusto, yo decidí enviarlo. 26Pero no tengo nada por escrito sobre el asunto. Por eso se lo he presentado a ustedes y especialmente a ti, rey Agripa, para que después de este interrogatorio yo pueda escribir un informe. 27Porque no me parece razonable enviar un preso sin explicar los cargos contra él.


Discurso de Pablo

26

1Agripa dijo a Pablo:

—Puedes hablar en defensa propia.

Pablo, haciendo un gesto con la mano, pronunció su defensa:

2—De todo lo que me acusan los judíos tengo hoy la satisfacción de defenderme ante ti, rey Agripa; 3especialmente porque eres experto en costumbres y controversias judías. Por lo cual te pido que me escuches con paciencia.

4Mi vida entera desde mi adolescencia, pasada desde el principio en el seno de mi pueblo, la conocen todos los judíos de Jerusalén. 5Y, como me conocen desde hace tanto tiempo, pueden dar testimonio de que yo pertenecía a la secta más estricta de nuestra religión: era fariseo.

6Ahora me están juzgando porque espero en la promesa que Dios hizo a nuestros padres. 7Y nuestras doce tribus, en su culto noche y día, aguardan impacientes que se cumpla esa promesa. Majestad, de esa esperanza me acusan los judíos. 8¿Por qué les parece increíble que Dios resucite a los muertos?

9En un tiempo yo pensaba que mi deber era combatir con todos los medios el nombre de Yahshúa Nazareno. 10Es lo que hice en Jerusalén, con autoridad recibida de los sumos sacerdotes, metiendo en la cárcel a muchos consagrados. Y cuando los condenaban a muerte, yo añadía mi voto. 11Muchas veces en las sinagogas yo los maltrataba para hacerlos blasfemar; y mi furia creció hasta el punto de perseguirlos en ciudades extranjeras.

12Viajando en este empeño hacia Damasco, con autoridad y encargo de los sumos sacerdotes, 13un mediodía nos envolvió a mí y a mis acompañantes una luz celeste más brillante que el sol.

14Caímos todos a tierra y yo escuché una voz que me decía en hebreo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? De que te sirve tirar coces contra el aguijón. 15Pregunté: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor respondió: Soy Yahshúa, a quien tú persigues. 16Ponte en pie; que para esto me he aparecido a ti, para nombrarte servidor y testigo de que me has visto y de lo que te haré ver. 17Te defenderé de tu pueblo y de los paganos a los que te envío. 18Les abrirás los ojos para que se conviertan de las tinieblas a la luz, del dominio de Satanás a Dios, y para que reciban, por la fe en mí, el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los consagrados.

19No desobedecí, rey Agripa, a la visión celeste, sino que me puse a predicar: 20primero a los de Damasco, después a los de Jerusalén, en toda la Judea y a los paganos, que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, con prácticas válidas de penitencia. 21Por este motivo se apoderaron de mí los judíos e intentaron acabar conmigo.

22Pero, protegido por Dios hasta hoy, he podido seguir dando testimonio ante pequeños y grandes, sin enseñar otra cosa que lo que predijeron los profetas y Moisés, a saber, 23que el Mesías había de padecer, resucitar el primero de la muerte y anunciar la luz a su pueblo y a los paganos.

24Cuando Pablo terminó su defensa, Festo dijo con voz firme:

—Estás loco, Pablo. Tanto estudiar te ha vuelto loco.

25Replicó Pablo:

—No estoy loco, ilustre Festo, más bien pronuncio palabras verdaderas y sensatas. 26El rey entiende de todo esto y a él me dirijo con franqueza; porque no creo que ignore nada de esto, ya que son cosas que no sucedieron en lugares ocultos. 27¿Crees a los profetas, rey Agripa? Sé que les crees.

28Agripa respondió a Pablo:

—Por poco no me convences de hacerme cristiano.

29Respondió Pablo:

—¡Quiera Dios que por poco o por mucho, no sólo tú, sino todos los oyentes fueran hoy lo que yo soy, pero sin estas cadenas!

30Se levantaron el rey, el gobernador, Berenice y los asistentes, 31y al retirarse comentaban:

—Ese hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel.

32Agripa dijo a Festo:

—Podría haberse marchado libre si no hubiera apelado al emperador.


Navegando hacia Roma

27

1Cuando se decidió que navegáramos hacia Italia, encomendaron a Pablo y a otros presos a un centurión llamado Julio, de la cohorte Augusta. 2Nos embarcamos en una nave de Adrumeto, que iba a partir hacia los puertos de Asia y zarpamos. Nos acompañaba Aristarco, un macedonio de Tesalónica. 3Al día siguiente arribamos a Sidón, y Julio, por consideración a Pablo, le permitió ir a ver a sus amigos para que cuidaran de él. 4Zarpando de Sidón, costeamos Chipre, porque el viento era contrario. 5Después, atravesando mar abierto a lo largo de Cilicia y Panfilia, desembarcamos en Mira de Licia. 6Allí encontró el centurión una nave de Alejandría que navegaba a Italia y nos embarcó en ella. 7Por varios días avanzamos poco y nos costó llegar a Cnido; como el viento no era favorable, costeamos Creta a lo largo de Salmona, 8y pegados a la costa alcanzamos con dificultad un lugar llamado Puerto Bueno, próximo a la ciudad de Lasaya. 9Habíamos perdido mucho tiempo y la navegación se volvía peligrosa, porque había pasado la época del ayuno, Pablo aconsejó:

10—Observo, señores, que la navegación va a acarrear peligros y pérdidas, no sólo a la carga y a la embarcación, sino a nuestras vidas.

11Pero el centurión confiaba más en el capitán y en el patrón del barco que en Pablo. 12Como el puerto no era apto para invernar, la mayoría prefería hacerse a la mar, con la esperanza de alcanzar e invernar en Fénix, un puerto de Creta orientado a noroeste y suroeste.

 

Tempestad

13Se levantó un viento sur, y pensando que el plan era realizable, levaron anclas y costearon de cerca Creta. 14Muy pronto, del lado de la isla, se desató un viento huracanado, que llaman Euroaquilón. 15El barco fue arrastrado, y como no podíamos navegar contra el viento, nos dejamos llevar a la deriva. 16Mientras pasábamos al reparo de un islote llamado Clauda, logramos con mucho esfuerzo controlar el bote salvavidas. 17Lo izaron a bordo y aseguraron la embarcación con sogas de refuerzo. 18Por temor a encallar en las Sirtes, soltamos los flotadores y navegamos a la deriva. Al día siguiente, como la tormenta arreciaba, empezaron a tirar parte del cargamento; 19al tercer día, con sus propias manos, se deshicieron del aparejo del barco. 20Durante varios días no se vio el sol ni las estrellas, y como la tormenta no amainaba, se acababa toda esperanza de salvación.

21Llevábamos días sin comer cuando Pablo se puso de pie en medio y dijo:

—Amigos, debían haberme hecho caso y no salir de Creta, nos hubiéramos ahorrado estos peligros y pérdidas. 22De todas maneras, les ruego que tengan ánimo, que no se perderá ninguna vida; sólo la embarcación.

23Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y venero 24y me dijo: No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el emperador; Dios te concede la vida de los que viajan contigo. 25Por tanto, ¡ánimo, amigos! Confío en Dios que sucederá lo que me han dicho. 26Encallaremos en una isla.

27Era ya la decimocuarta noche y seguíamos a la deriva por el Adriático. A medianoche los marineros presintieron que nos acercábamos a tierra. 28Descolgaron la sonda y midieron treinta y seis metros; al poco rato la soltaron de nuevo y midieron unos veintisiete metros. 29Temiendo estrellarse contra los arrecifes, soltaron cuatro anclas a popa y rezaban para que se hiciese de día. 30Los marineros intentaban abandonar el barco. Ya descolgaban el bote con el pretexto de soltar anclas a proa, 31cuando Pablo dijo al centurión y a los soldados:

—Si ésos no se quedan en el barco, ustedes no se salvarán.

32Así que los soldados cortaron las cuerdas del bote y lo dejaron caer al mar.

33Cuando amanecía, Pablo invitó a todos a comer algo:

—Llevan catorce días a la expectativa y sin comer nada; 34les aconsejo que coman algo, que les ayudará a salvarse. Nadie perderá ni un pelo de la cabeza.

35Dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer. 36Se animaron todos y comieron. 37Éramos en la nave doscientas setenta y seis personas. 38Comieron hasta saciarse y después vaciaron el barco arrojando el grano al mar.

39Se hizo de día. Los marineros no reconocían la tierra, pero distinguieron una ensenada con una playa, y decidieron, como pudieran, varar la nave allá. 40Soltaron las anclas y las dejaron caer al mar, a la vez que aflojaban las correas del timón; izaron la vela de popa a favor del viento y enfilaron hacia la playa.

41Pero, al pasar entre dos corrientes, la nave se encalló, la proa se hincó y quedó inmóvil y la popa se deshizo por la violencia del oleaje.

42Los soldados decidieron matar a los presos para que ninguno escapase a nado; 43pero el capitán, queriendo salvar la vida a Pablo, se lo impidió y ordenó que los que sabían nadar saltaran los primeros y ganaran tierra. 44Los demás seguirían en tablones o en otras piezas de la nave. De ese modo todos llegaron con vida a tierra.


Malta y Roma

28

1Ya a salvo, pudimos identificar la isla de Malta. 2Los nativos nos trataron con desacostumbrada amabilidad. Como llovía y hacía frío, encendieron una hoguera y nos acogieron.

3Mientras Pablo recogía un haz de leña y la arrimaba al fuego, una víbora, ahuyentada por el calor, se sujetó a la mano de Pablo. 4Cuando los nativos vieron el animal colgado de su mano, comentaban:

—Mal asesino tiene que ser este hombre, que se ha salvado del mar y la justicia divina no lo deja vivir.

5Pero él sacudió el animal en el fuego y no sufrió daño alguno.

6Ellos esperaban que se hinchase o cayese muerto de repente. Tras mucho esperar, y viendo que no le sucedía nada de particular, cambiaron de opinión y decían que era un dios.

7En aquella región tenía una finca el gobernador de la isla, llamado Publio. Nos hospedó amablemente tres días.

8El padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería.

Pablo se acercó a él, oró, le impuso las manos y lo sanó.

9Como consecuencia del suceso, los demás enfermos de la isla acudían y se sanaban. 10Nos colmaron de honores y, cuando partimos, nos proveyeron de lo necesario.

11Al cabo de tres meses zarpamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla y estaba dedicada a los Dióscuros. 12Arribamos a Siracusa, donde nos detuvimos tres días.

13Desde allí, dando una vuelta, alcanzamos Regio.

Al cabo de un día se levantó un viento sur, y en dos días llegamos a Pozzuoli. 14Encontramos unos hermanos que nos invitaron a quedarnos con ellos una semana. Así llegamos a Roma.

15Los hermanos de allí, al oír noticias nuestras, salieron a recibirnos al Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo al verlos dio gracias a Dios y cobró ánimo.

16Llegados a Roma permitieron a Pablo alojarse por su cuenta con el soldado de guardia.

17Pasados tres días convocó a los judíos principales y, cuando se reunieron, les habló:

—Hermanos, aunque no hice nada contra el pueblo o las costumbres paternas, los de Jerusalén me entregaron preso a los romanos. 18Éstos me examinaron y, al no hallar en mí ningún delito capital, decidieron dejarme libre. 19Se opusieron los judíos y yo me vi obligado a apelar al emperador, sin intención de acusar a mi nación. 20Por este motivo los he llamado para verlos y hablarles. Porque por la esperanza de Israel me encuentro encadenado.

21Le respondieron:

—Nosotros no hemos recibido de Judea cartas acerca de ti ni ha llegado ningún hermano con noticias o hablando mal de ti. 22Con todo, nos gustaría escuchar lo que piensas, porque estamos informados de que por todas partes se habla de esa secta.

23Señalaron una fecha y acudieron muchos a su alojamiento.

Desde la mañana hasta el atardecer estuvo explicándoles sobre el reino de Dios, esforzándose por ganarlos para Yahshúa, apelando a la ley de Moisés y a los profetas. 24Unos se dejaban convencer, otros se resistían a creer.

25Cuando se despedían sin ponerse de acuerdo, Pablo pronunció su última palabra:

—¡Con razón dijo el Espíritu Santo a sus padres por medio del profeta Isaías!:

26Ve a decir a ese pueblo:

Por más que oigan, no comprenderán;

por más que vean, no conocerán.

27Porque el corazón de este pueblo

se ha endurecido,

se taparon los oídos y cerraron los ojos,

por temor de que sus ojos vean,

que sus oídos oigan,

que su corazón comprenda,

que se conviertan y que yo los sane.

28Sepan entonces que esta salvación de Dios va a ser anunciada a los paganos y ellos la escucharán. 29[[Y después de haber dicho esto, los judíos se fueron discutiendo fuertemente entre sí.]]

30Pablo vivió dos años enteros por sus propios medios. Recibía a todos los que acudían a él 31proclamando el reino de Dios y enseñaba con toda libertad y sin estorbo lo concerniente al Señor Yahshúa el Mesías.

 


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